Devendra Banhart / Flying Wig

Devendra Banhart grabó este disco en un estudio-cabaña rodeada de árboles. Escuchaba mucho a Grateful Death. Se le ocurrieron canciones a lo Brian Eno. Llamó a su amiga y productora Cate Le Bon para crear un disco “que transformara la desesperación en gratitud (…) que sonara como que te dieran un masaje melancólico, o como llorar, pero vestido con un bonito atuendo”, etc. Todo eso dice en su bandcamp. “Banhart cuenta que, con Le Bon, ha buscado crear un sonido nuevo para él, «electrónico pero orgánico» y que pusiera «énfasis en el aspecto emocional del sintetizador”, como informábamos el pasado mes de junio.

Prometedor, ¿no? Vuelta al anteriormente excéntrico cantautor, al que quizás percibíamos algo perdido hasta que el notable ‘Ma’ nos lo devolvió en todo su esplendor, junto con Cate Le Bon, una de las productoras y músicas más rutilantes del momento, autora del fabuloso ‘Pompeii’ (uno de mis discos favoritos del 2022). Estas premisas, el hecho de tener a tamaños talentos juntos, indicaban que ‘Flying Wig’ tenía que ser un discazo. Pues no. Lo que es es un soberano ladrillo. Etéreo y atmosférico, sí. Pero ladrillo.

‘Flying Wig’ suena como si Devendra fuera un Bryan Ferry eternamente esperándote en el dormitorio entre sábanas de raso (literalmente, eso es la portada: Devendra desnudo tapado por satén azul eléctrico). Pero sus sábanas, más que incitar al fornicio desenfrenado, invitan a echarse un sueñecito. Las canciones son demasiado parecidas, demasiado lineales. Fabricadas a base de pop sedoso ochentero: leves saxos, líneas de bajos melosas casi jazz, sintetizadores vaporosos, la voz de Devendra permanentemente susurrada y levemente reverberizada… Todo tan pasado de dormidina que, en vez de darle elegancia y sofisticación, ha convertido a las canciones en algo casi inane, como una versión adormecida de The War On Drugs. Todos los trucos con los que Cate Le Bon logra que su música sea mágica y magnética, no funcionan en este ‘Flying Wig’.

Ya la primera ‘Feeling’ suena cadenciosa, submarina… y soporífera. Y así casi todas las demás. Obviamente, hay detallitos. El juego de saxos finales de ‘Fireflies’. La manera pizpireta con la que Devendra eleva (pero no mucho) la voz y la melodía en el estribillo psicodélico de ‘Nun’. El arranque de ‘Twin’, que remite a David Bowie y a Pink Floyd, sí que remonta un poco, sí que logra la atmósfera oscura y misteriosa, aunque peca de larga (o alargada). También se salvan de la siesta ‘Charger’, con ese estribillo tan McCartney, aunque el tono general se mantenga bajo y ni el rollo góspel logre elevarla. Ay, cómo lastra las canciones la producción.

No sé si la cumbre del aburrimiento es ya la cuarta ‘Sight Seer’… porque luego aún hay más. No puedes evitar pensar: las melodías bien, pero quizás con otro tratamiento, si Devendra cantara más alto… ALGO. Lo malo es que llegas a un punto en que ya no piensas “la próxima remonta”. No, es que suspiras resignada y, efectivamente, llega otro turrón de cuidado. Da un poco de rabia que dos personas con el talento de Banhart y Le Bon haya dado un producto que no es capaz de levantar cabeza. Han cortado la emoción, la han narcotizado. ¿Serían las canciones mejores con un enfoque más carnal, no tan etéreo? Por lo que a mí respecta ‘Flying Wig’ refleja cómo el exceso de ochenterismo que nos asuela no siempre da buenos resultados.

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Publicado por
Mireia Pería