Sobre ‘Nothing Lasts Forever’, el último de Teenage Fanclub, iba a escribir que es otro bonito disco más de los escoceses, etc. Lo que suena bastante condescendiente, la verdad. Pero después de que la canción final, ‘I Will Love You’ haya decidido instalarse a vivir en mi cabeza estos últimos días, he tenido que replantearme la crítica. No es solo “otro bonito disco de Teenage Fanclub”. Es otro bonito y memorable disco de Teenage Fanclub, sin condescendencias y sin que tengamos que apelar a su brillante pasado para disfrutarlo.
Teenage Fanclub hablan en su bandcamp sobre los temas: el final del verano, el sonido Laurel Canyon… “Norman Blake y Raymond McGinley descubrieron que estaban tocando los mismos temas, fue mera coincidencia”. Otro asunto es envejecer: “No somos personas extraordinarias, y las personas normales envejecen. Hay mucho que escribir sobre lo mundano”, explica Norman.
El marco atemporal por el que se suelen mover las canciones de Teenage Fanclub esta vez está muy anclado en el pop de los 60 y es más atemporal que nunca: este álbum podría ser de 1973 o de 1993, perfectamente. Las voces de Norman Blake y Raymond McGinley se entrelazan y es muy difícil adivinar de quién es cada canción, a no ser que mires los créditos. ‘Foreign Land’, el primer tema, rememora a los Byrds psicodélicos, gracias al delicioso fuzz de la guitarra con un levísimo toque de órgano y las melodías vocales. En las siguientes canciones, de preciosa y precisa factura, como es habitual, se les nota la pesadumbre, aunque contengan estribillos estupendos, como ‘Tired of Being Alone’ o ‘I Left the Light On’.
Pero a partir de ‘See the Light’ (la luz es otro de los temas sobre los que gira el ‘Nothing Lasts Forever’) hay un cambio aparentemente leve, pero definitivo. A pesar de que las voces sigan sonando tristonas, la energía instrumental convierte ‘See the Light’ en otra cosa, sobre todo el saxo que dibuja la base rítmica en segundo plano, discreto pero efectivo. Y de repente, en la segunda parte de la canción, cambia la atmósfera: hay más reprise y las voces de Blake y McGinley se animan. Y es justo ese cambio positivo de humor lo que infusiona el resto del álbum. Aunque el título sea “nada dura para siempre”, precisamente lo que anima el disco a partir de su cuarto tema es el Carpe Diem.
‘Falling into Sun’ tiene una magia estival aparentemente sencilla y de hondo calado, y un muy disfrutable puente creado gracias a un efecto entre voces sintéticas, órganos y un riff de guitarra proveniente de algún verano californiano eterno. ‘Self-Sedation’, a pesar del título, es una beatleniana declaración de amor, alegre y soleada, en que se dibuja el negro panorama del que Norman Blake se ha salvado gracias a la persona amada. ‘Back to the Light’ es un subidón, por la alegría que desprende su melodía, la fuerza que vuelve a otorgarle el saxo y sus coros, tan tópicos y, a la vez, tan efectivos.
Y claro, ‘I Will Love You’, la pieza más larga del disco: siete minutos. Una introducción morosa nos lleva hasta un estribillo infalible, atemporal y estupendo, de canción de autor de los 70. Un estribillo que esconde muestras de humor (y reivindicación): “te querré hasta que los fanáticos desaparezcan / después de haber pedido perdón por todo el daño que han hecho”. Al final, reaparece la melancolía: “Te querré hasta que los planetas colisionen”. Y, poco a poco, la canción se va apagando. Pero no hay que estar tristes: precisamente, este ‘Nothing Lasts Forever’ habla de las alegrías de la madurez, de saber que aún hay mucho presente a pesar de tener tanto pasado, de saborear lo que se tiene. De vivir.