El retorno de Slowdive con su brillante ‘Everything Is Alive’, ha sido la gran noticia de 2023 para fans del shoegaze. Pero corremos el riesgo de que su resplandor eclipse otro disco que merece por lo menos el mismo cariño y atención. Se trata del sorprendente estreno en solitario de la más tímida de las co-líderes de otra leyenda del género: Lush. Cuando la reunión del grupo en 2016 no llegó a cuajar un nuevo LP, Emma Anderson se vio con canciones nuevas en las manos pero sin un proyecto donde materializarlas. Finalmente -animada por Robin Guthrie de los Cocteau Twins- se decidió a probar suerte por su cuenta, dando como resultado este precioso ‘Pearlies’ que edita el sello Sonic Cathedral.
Menos seguidor del canon shoegaze/dream pop que ‘Everything Is Alive’, el disco abre algunas nuevas y fascinantes vetas estilísticas en la obra de Emma Anderson, quien sin perder lo esencial de su ascendencia musical añade novedosas chispas de psych-folk al estilo de Broadcast, e incluso destellos de space rock a lo Spiritualized. Para ello ha contado con los pinceles sonoros de James Chapman de Maps en la producción y sintetizadores, y con las guitarras del Suede Richard Oakes.
Las diez canciones de ‘Pearlies’ basculan en torno a dos polos: uno más meditativo y ambiental, a ratos incluso desprovisto de percusión alguna, y otro más pop y midtempo, que a ratos puede recordar más a Lush o a Sing-Sing (el proyecto de Emma en los años dos mil). Los adelantos que precedieron al lanzamiento en los pasados meses se han centrado en esta faceta: la preciosa ‘Bend the Round’ nos sorprendió en julio con su ritmo entre baggy 90s y guiños al groove gainsbourgiano, con exquisitos arreglos de admirable armonía entre las guitarras de Emma y Oakes y los sintes de Chapman. ‘Clusters’ es una brillante melodía muy Lush pero que desarrolla con admirable dominio de los espacios vacíos (esas atmosféricas estrofas) y el arreglo sutil.
Por suerte el resto del disco está completamente a la altura de lo que los singles prometían. Así, los aires cinemascópicos y misteriosos de ‘I Was Miles Away’ mantienen la tensión de un ritmo que no arranca hasta los cuatro minutos entreteniéndonos con una exquisita instrumentación que recuerda a lo mejor de los High Llamas, Stereolab, o incluso a la muy reivindicable Gemma Ray, a base de Farfisas, clavicordios sintetizados y guitarra con efecto psicodélico Leslie. Las letras están en perfecta consonancia en su sucesión de imágenes casi de viaje astral (“Cruising through stars that sing my name / Marking the space, a single frame / And looking down, it’s just a dream / Seeing the oceans change to streams”).
A la par, piezas como ‘Inter Light’ y su melodía folk y psych-pop recuerdan a los misterios melódicos de Trish Keenan, con una coda final fantasmagórica con sonido de theremin, al parecer inspirada en las bandas sonoras de John Barry. Sobre ese lienzo, la voz de Emma tiene una cualidad muy inglesa: ligeramente nasal, con una entonación lejos de la ultra-estilización, perfecta, a veces conducida a un falsete muy 60s, otras a una gravedad esotérica cercana a la añorada cantante de Broadcast. Se confirma en la pieza quizá más en esa vena: ‘Tonight is Mine’ añade una nueva piedra preciosa a ese maravilloso subgénero musical británico que es el folk con sintetizadores.
Y con ser todo esto una maravilla, las partes más ambientales, que son también tremendamente melódicas, terminan conformando las cumbres del disco. Balsámicas canciones en las que se permite dejar espacios, sostenidas por sí mismas sin apenas percusión, con la simple presencia meditativa de los sonidos, texturas, y misterios de la canción. ‘Taste the Air’ y ‘Xanthe’ concluyen la cara A con ese exquisito tono reflexivo. La primera es un glorioso 3/4 con evocador vibráfono, órganos, y atmosféricos arpegiados de guitarra con una de las melodías más encantadoras del disco. Aunque el modo de escribir letras de Emma -como ya hacía en Lush- tiene que ver con la escritura automática, en ‘Taste the Air’ hay un mensaje más definido, en este caso sobre (en palabras de Emma) “el triste pero necesario final de una relación”: “Every time I look away / Every single word I say / Every single part you play / It’s over, it’s over”.
Por su parte ‘Xanthe’ es muy posiblemente el más precioso semi-instrumental (la voz son ‘la-la-las’) del año, una nana a ratos dulce a ratos inquietante inspirada por la banda sonora de Krystof Komeda para ‘La semilla del diablo’. La conduce en volandas el líquido “twang” de un Richard Oakes que demuestra a lo largo y ancho del disco una impresionante versatilidad a la guitarra, en este caso con un melancólico rasgueo reminiscente de James Wilsey.
Podríamos seguir y seguir: el gancho pop de la excelente ‘The Presence’ nos recuerda por qué Emma fue responsable de algunas de las más deslumbrantes piezas de Lush entre 1988 y 1996 (Emma la define como “Abba meets Siouxsie”). De nuevo, economía de elementos, pero muchos detalles sutiles maravillosos para una letra sobre la ansiedad. O el casi homenaje a ‘El hombre de mimbre’ de ‘Willow and Mallow’ (“Sauce y malva”) con su acústica y oboe, muy bucólico y muy folk setentas pero con ambientales sintetizadores de ahora mismo, y un increíble solo de guitarra de Richard Oakes extremadamente Hank Marvin (The Shadows). Incluso los momentos en las piezas finales ‘For a Moment’ y ‘Clusters’ donde Emma revisita los micro-océanos de guitarras en los que nadó tan bien hace 30 años, desempolvando la Santa Trinidad de efectos shoegaze: chorus + fuzz + reverb.
La pregunta en el aire al terminar estas diez canciones es qué forma habrían tomado de haber sido parte de un nuevo disco de Lush. Y la respuesta es que no importa, y que qué suerte que Anderson haya decidido darles vida por su cuenta. Porque la sospecha de que mucha de la magia chispeante y reposada de ‘Pearlies’ se habría disipado se vuelve por momentos insoportable.