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‘Élite’: personas horribles pero, ante todo, muy deconstruidas

‘Élite’ nunca ha sido una serie que destacara por su profundidad. Pero nadie la pedía mientras la serie se moviese por esa mezcla de giros que enganchaban, pijos pijeando y traicionándose, frases lapidarias, tramas absurdas y, por qué no decirlo, a veces un tono casi de porno softcore. Por supuesto, iba a tener sus amantes y también sus detractores, pero también un tercer grupo que entendía su propuesta, le gustase o no, y le parecía honesta.

Los de ese tercer grupo empezamos a arquear la ceja con con el pinkwashing que hacía Netflix poniendo a los personajes gays de la serie como “ejemplo de orgullo”, sus tramas como “reivindicaciones LGBT” y a ‘Élite’ como “valiente y comprometida”. Supongo que nos sorprendió menos que al resto cuando, unas temporadas más tarde, se decidió que ‘Élite’ era el lugar adecuado para hablar de abusos sexuales, salud mental, racismo y hasta desahucios. Nos sorprendió menos, pero nos chirrió lo mismo, claro.

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Y es que hace ya tiempo que la serie dejó de ser la bomba de entretenimiento que era, para quedarse a medias en algo que nadie le había pedido que fuera y que, desde luego, no sabe ser. Por no saber, no sabe ya ni tener villanos. Poner a una niñata con rasgos de sociopatía a preocuparse por la apropiación cultural tendría su gracia si fuese una forma de tirar dardos a la hipocresía con esos temas, algo que hace muy bienThe White Lotus‘, pero no es el caso. Es, más bien, una representación involuntaria de aquel meme surgido de ‘Community’ (“I can excuse X, but I draw the line at Y”). En ‘Élite’ (y en Netflix en general) puedes ser una persona horrible, pero, ante todo, tienes que estar muy deconstruida.

En esta séptima (y al parecer penúltima) temporada, les ha dado por la salud mental y el suicidio como temas con los que “concienciar”. Comillas enormes, claro, porque lo que se hace más bien es frivolizar con la depresión y el suicidio, e incluso jugar con la intriga de “¿quién se suicidará?”, volviendo al whodunnit que ya estaba trillado en su primera temporada (‘Cómo defender a un asesino’ gozaba de gran éxito entonces, y a su vez había simplificado el revival de ‘Damages’). Ética del asunto aparte, la cosa es que ni siquiera sabe mantener la intriga. Esto es, en parte, por unos personajes que se han ido reseteando cada dos temporadas aproximadamente, y que cada vez son menos interesantes.

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Hay excepciones, porque, como en el caso de Maribel Verdú y de su hija Mirela Balic, parece que algunos actores sí recuerdan qué era ‘Élite’. Luego están los que podrían funcionar mejor, pero hacen lo que pueden con el cuadro que les toca defender: se me escapa cómo se puede desaprovechar a Carmen Arrufat con ese personaje, o no entregarse al petardeo que sentaría genial a los interpretados por Gleb Abrosimov, Fernando Líndez o ¡Anitta!

Es como si ‘Élite’ sintiese vergüenza de ser un guilty pleasure y quisiese “compensar” con esa seriedad impostada que te saca constantemente de la historia. Nunca ha aprovechado del todo su potencial, pero en las últimas temporadas dan ganas de decirle a la pantalla “déjalo, ya está muerto”. No es el mamarracheo divertido que podría ser, no es una buena ficción de denuncia social y, pese a las críticas que se le hacen al respecto, difícilmente es capaz de despertar excitación. Más bien, aburrimiento. Podrían haber aprendido de ‘True Blood’, pero quizás es demasiado tarde.

'Élite' nunca ha sido una serie que destacara por su profundidad. Pero nadie la pedía mientras la serie se moviese por esa mezcla de giros que enganchaban, pijos pijeando y traicionándose, frases lapidarias, tramas absurdas y, por qué no decirlo, a veces un tono...'Élite': personas horribles pero, ante todo, muy deconstruidas