Denis Villeneuve siempre ha mostrado públicamente su admiración por el cine de Christopher Nolan. En cierta manera, es su modelo a seguir desde que llegó a Hollywood con ‘Prisioneros’ (2013): ambiciosos espectáculos cinematográficos capaces de reventar taquillas sin renunciar a una mirada personal, cine de género que busca entretener por el camino de la épica y la poética, no de la evasión lúdica. Si se hace mal, resulta solemne y pomposo, intensito y afectado (‘El hombre de acero’, las secuelas de ‘Matrix’). Pero si se hace bien, el resultado es ‘Dune: Parte Dos’.
Lo mejor de ‘Dune: Parte Dos’
1. Amplifica y expande la grandiosa espectacularidad de la primera parte. Desde un punto de vista audiovisual, ‘Dune: Parte Dos’ es una obra maestra. Es asombrosa. El diseño de los escenarios, la dirección de arte y los efectos visuales te dejan con la boca abierta, consiguiendo que esa imaginería tecnomedieval tan proclive a lo hortera resulte atractiva y convincente. La música de Hans Zimmer (el músico de Nolan hasta ‘Tenet’) y los efectos de sonido son apabullantes. Y la fotografía de Greig Fraser (Oscar también por la primera) es sensacional, capaz de traducir lumínicamente de manera extraordinaria las emociones que transmite cada escena, de lo romántico a lo siniestro.
2. La composición y la fuerza expresiva de las secuencias. Si en la primera parte Villeneuve filmó el desierto con una potencia evocadora y una capacidad de sugerencia que no se había visto desde ‘Lawrence de Arabia’ (1962), en esta segunda lo multiplica y, además, añade una planificación espacial digna de Kurosawa o Leni Riefenstahl, unas secuencias de acción sublimes (el ataque a la cosechadora, la primera vez que Paul Atreides cabalga sobre un gusano de arena) y una set piece situada en el planeta de los Harkonnen, rodada en blanco y negro con infrarrojos, que es una de las secuencias con mayor impacto estético vistas en mucho tiempo.
3. La mejora de la narrativa. Gran parte de la grandeza formal de la primera parte acababa enterrada por una tormenta de lugares comunes y personajes estereotipados. En esta segunda parte ya no es tan así. La narración sigue siendo algo atropellada –funciona más por bloques que de manera fluida-, pero los personajes están mucho mejor delineados y los conflictos dramáticos más elaborados, destacando los del protagonista, Muad’Dib, cuya historia de amor con la fremen Chani –muy distinta a la novela- resulta bastante convincente y su ambigüedad moral -¿cree ser el elegido o finge serlo?- enormemente sugestiva.
Lo peor de ‘Dune: Parte Dos’
1. Javier Bardem como Stilgar. El marido de Penélope tiene pinta de habérselo pasado en grande en el rodaje y haber querido insuflar un poco de humor a su personaje en medio de tanto rictus severo y mirada circunspecta al horizonte de dunas. Pero el contrapunto no funciona. Su Stilgar resulta demasiado caricaturesco, más bufón que guerrero, como si estuviera en otra película. Su actuación se puede resumir en un señor gritando “¡Lisan al-Gaib! ¡Lisan al-Gaib! ¡Lisan al-Gaib!” cada vez que aparece en escena. Tampoco funciona muy bien Christopher Walken en su papel. Parece más un venerable anciano que el malvado emperador.
2. El final abierto. ¿Por qué? Pero, si el cierre estaba siendo muy fiel a la novela. ¿De verdad había tanta necesidad de crear un cliffhanger tan artificial, como si fuera una serie mala de Netflix? La sensación que queda es de anticlímax, de interrupción, en vez de subidón y culminación dramática. Como si no nos fuéramos a enterar de que habrá tercera parte basada en ‘El mesías de Dune’…