Sobre el escenario del Civitas Metropolitano ondea una bandera estadounidense. Es minúscula en comparación a la del Atlético de Madrid que hay fuera, quizá como metáfora del tamaño del ánimo obrero estos días, da igual dónde estés leyendo esto. En uno de los momentos más emocionantes de su show, tanto que su speech se subtitulará en castellano, Bruce Springsteen recordará sus primeros pasos en una banda, antes de convertirse en un ídolo para la clase trabajadora.
Con 15 años fue miembro de The Castiles, permaneciendo junto a ellos 3 años, «una eternidad para un adolescente». Les dedicará la reciente ‘Last Man Standing’ y aseverará que «menuda época para ser adolescente en Estados Unidos fue 1965, 1966, 1967». Es imposible no pensar durante su discurso en las diferencias entre las protestas por Vietnam y las pocas que hay por Palestina. Mientras dicha bandera ondea, muy tímidamente, después de una tarde de lluvia, uno no sabe si mirar con esperanza las elecciones presidenciales que aguardan en otoño al otro lado del charco, o más bien ir preparándose para lo peor.
Lo cual no quiere decir que no tengamos que apreciar el momento que nos ha tocado vivir. El Boss reanuda su gira en Madrid tras un par de semanas de baja por afonía. Está siendo este tour junto a su icónica E Street Band, un tanto accidentado. Sus intenciones de girar hace ya casi un lustro se tuvieron que posponer por la pandemia, después surgieron unos problemas estomacales. Pese a lo mediático de las adversidades en comparación con todo aquello que sale niquelado, finalmente casi 120 conciertos tendrán lugar entre 2023 y 2025, y en Madrid y Barcelona recaen hasta 5 de ellos durante los próximos 10 días.
En contraposición a la moda de shows sin músicos y con todo tipo de parafernalia técnica, lo de la E Street Band es casi un troleo. En torno a una veintena de personas aparecen por la escalinata trasera del escenario una a una, saludando. Hay trompetistas, saxofonistas, coristas, violinistas, pianistas y todo lo habitual en los conciertos de rock. A Bruce se le reconoce gracias a un sutil cambio de plano en las pantallas, y a su camisa blanca bajo el chaleco negro. El estadio se viene abajo frente al artista que, a sus 74 años (que no quede ni una sola reseña sin recalcar su edad), continúa dispuesto a actuar casi 3 horas exactas sobre un escenario, para desesperación de Billie Eilish.
El público se olvida de los 20 minutos de retraso con ‘Lonesome Day’ y ‘No Surrender’, las dos primeras canciones. Proliferan los carteles de amor al rock’n’roll, que será el gran protagonista de la noche. Para la tercera canción, ‘Ghosts’, el Boss ya se mostrará dispuesto a bajar las escaleras, lo que una y otra vez le conectará con las primeras filas del público, y por extensión, con el resto del estadio. Es aún de día en Madrid, y enseguida las luces añadirán algo de magia a un show minimalista y austero, muy diferente al que en el mismo recinto ofrecía hace unos meses, por decir alguien, The Weeknd
.Cada concierto de Bruce Springsteen con la E Street Band es un homenaje a su banda, por ejemplo muy perceptible en el piano de Roy Bittan en la versión de ‘Rockin’ All Over the World’ o ese momento de ‘Darlington County’ en el que brilla el violín de Soozie Tyrell mientras el Boss vuelve a echar el resto en el foso. Hablando del foso, ‘Hungry Heart’ -mi favorita- es un caos allí abajo, dejando que sean las masas quienes la hagan suya. Springsteen se toma mucho más en serio ‘The Promised Land’: resuena ese «Sometimes I feel so weak, I just wanna explode» que parece una analogía de lo que sucederá con su voz a lo largo de la noche, de menos a más. E hipnotiza ese momento en que durante la misma lanza la guitarra al vuelo, un roadie la coge y él se lanza a por la armónica y luego al público otra vez. Aunque con movimientos obviamente más cautelosos, lo cierto es que no para.
Puede pecar el show de algo de monotonía, una característica en principio no tan asociable al autor de ‘Nebraska’ o de ‘The Ghost of Tom Joad’. Quizá un macroestadio no es el lugar para recordar según qué canciones. Tampoco le encaja la caja de ritmos de aquella obra maestra llamada ‘Streets of Philadelphia’ que heló el corazón del mundo con una preciosa letra sobre la decadencia física que derivaba del sida. Esta vez ni siquiera adaptada. El artista prefiere recuperar canciones de este siglo de ‘Wrecking Ball‘ o ‘Letter to You‘ que tocar la mismísima ‘Born in the USA’, lo que repercute en ocasiones en el ritmo del set.
En cambio, le encanta hacer versiones. ‘Because the Night’ de Patti Smith Group (de música escrita por él mismo), con todo el estadio engorilado, es uno de los highlights del show junto a piezas 100% propias como ‘Badlands’; ‘Nightshift’ de Commodores pondrá un poso soul con la ayuda inestimable de Steven Van Zandt; y aún le quedan ganas de recuperar aquella ‘Twist and Shout’ que hacía en sus tiempos mozos, última del primer grupo de bises. En torno ya a la medianoche, en el último grupo de canciones, las luces completamente encendidas del estadio hacen lo propio con los ánimos y ‘Born to Run’ y ‘Dancing in the Dark’ son toda una fiesta. Es esa parte del set en la que las pantallas enfocan cada vez más a gente bailando y cantando, subida a hombros de amigos y parejas. La energía por las canciones y lo entrañable que resulta Bruce Springsteen, se contagia.
El artista, que se había esforzado en decir unas palabras en castellano tras haber ofrecido decenas de recitales en nuestro país, eligió realizar un último bis acústico con ‘I’ll See You in My Dreams’. Mientras algunos corrían ya a la caza del metro de manera desesperada, a sabiendas de estar en el culo del mundo un miércoles de madrugada, otros se llevarán a la tumba esa imagen intimista del artista prometiéndonos que «la muerte no es el final». Y es que 8 años después de su último concierto en Madrid, ¿quién sabe cuándo volveremos a verle?