Hace ya tres años, apareció prácticamente de la nada una de esas canciones que desde su primera escucha evidencia su trascendencia, que inmediatamente se sienten como un enorme soplo de aire fresco. Se llamaba ‘Hard Drive’ y era el segundo sencillo del segundo álbum de la hasta entonces semidesconocida cantautora neoyorkina Cassandra Jenkins.
En ella, la artista recitaba como si fuera un poema, conversaciones con extraños sobre diversos temas, desde esculturas, charlas sobre el presidente estadounidense, a karmas y chakras. El resultado era de una belleza arrebatadora, ubicado en el corazón del pequeño -tan solo siete pistas- e imprescindible ‘An Overview On Phenomenal Nature’.
Ahora, con su tercer disco, Jenkins debía enfrentarse al altísimo listón que ella misma se puso. ‘My Light, My Destroyer’ es continuista de aquel sonido sofisticado y elegante con el que nos enamoró, pero también expande sus horizontes hacia diferentes estilos. Tras el familiar y tranquilo arranque con ‘Devotion’, que no desentonaría en su largo anterior, ‘Clams Casino’ muestra a la cantautora coqueteando con las guitarras eléctricas. El indie rock vuelve a aparecer en pequeñas dosis en diferentes momentos a lo largo del proyecto, como en ‘Aurora, IL’ o en la lo-fi ‘Petco’.
Aunque ‘My Light, My Destroyer’ es rico en sonidos, y aquellos que esperaban toparse con los pasajes jazz y las reflexiones existencialistas que caracterizaron su anterior disco, podrán también encontrarlos aquí. ‘Betelgeuse’ es una balada hablada a piano entre su madre y la propia Jenkins en la que conversan sobre el cosmos y que funciona de preludio de ‘Omakase’, la canción que contiene el título del álbum (“My light, my love, my destroyer, my meteorite”), una preciosidad que envuelve al oyente en un cálido abrazo.
De igual manera, la delicadeza de la sentida canción de amor ‘Only One’, eleva su impacto emocional con la incursión de refinadas percusiones y saxofón. La artista también se atreve a aventurarse en el art pop con la etérea y atmosférica ‘Delphinium Blue’, a medio camino entre una balada de Caroline Polachek y una composición de Enya.
Probablemente para una mejor integración de todas las canciones en la secuencia, Jenkins incorpora tres interludios y una breve pieza instrumental final. Lejos de alargar el proyecto innecesariamente, sirven para darle mayor enjundia y lograr una experiencia completamente satisfactoria.
En el frágil y existencial documento que es ‘My Light, My Destroyer’, Cassandra Jenkins lucha contra la monotonía y por encontrar el significado de la vida en un mundo en el que nada es para siempre y donde todo cambia muy deprisa. La muerte, la pérdida o la soledad forman parte de la experiencia humana, y todo lo que podemos hacer es aceptarlo y celebrar la intermitente belleza del mundo que nos rodea. Salir de nosotros mismos, mirar al cielo y dejarnos cegar por la luz de la esperanza.