Música

Daga Voladora / Los Manantiales

De vez en cuando te encuentras con discos que te transportan a un universo propio, con unos colores y fragancias completamente únicos. Y te llevan allí porque de allí vienen; de un lugar singular, personal, en cuyo interior un trabajo artesanal se ha ocupado de excavar bellas gemas, a veces durante años. A Cristina Plaza le ha llevado exactamente siete desde su última entrega como Daga Voladora, pero estas nueve canciones son prueba de que cocinar lento a veces da el mejor resultado.

No quiere decir esto que ‘Los Manantiales’ salga de la nada: la propia Cristina ha hablado sin complejos de que simplemente trata de replicar la música que le gusta, y desde el mismo comienzo —con esa irresistible ‘Cristinópolis’— resuenan ecos aquí y allí, como si otra Cristina (Lliso, de Esclarecidos) cantase letras de Vainica Doble. Pero pronto esas impresiones se fragmentan en fractales de otras influencias, reales o imaginarias, y al final queda algo que es el gran valor de este disco: canciones, letras, imágenes, pequeñas viñetas con mucha personalidad propia más allá de los manantiales de los que inicialmente bebiese.

Las estructuras son idiosincráticas: lo que en ‘Cristinópolis’ inicialmente parece la descripción de una utopía urbana (tan ansiada en estos tiempos), en la segunda parte de la canción se transforma bellamente en fantasía personal, en cierto modo la ciudad imaginaria de la que sale este disco. La duración de las canciones no busca esquemas previsibles y se somete completamente a lo que cada idea da de sí: su autora prefiere una pincelada pasajera que encierre la idea. Es otro de los aciertos del album.

A nivel estilístico ‘Los Manantiales’ pendula entre un polo más experimental —a veces cercano a Broadcast— como en ‘Lejos de la multitud’, con una delicadeza instrumental excepcional (un acorde de sinte analógico saturado aquí, una guitarra haciendo una línea ácida allá, una base rítmica experimental e hipnótica) y otro polo más dulce, pop y costumbrista —que puede recordar a Ana D o Kiki D’Aki— como en la preciosa ‘Me pasará contigo’ y sus pianos Wurlitzer, dulces cajas de ritmo y detalles deliciosos (coros, preciosa sección de viento).

Pero la coherencia entre esos polos es total, con las letras interesantísimas y la voz calmada de Cristina como elemento aglutinador, además de un principio estético admirable: las canciones no están abarrotadas de arreglos que se amontonan. Hay mucho espacio para que suene todo, para degustar la voz, y que las letras tengan sitio para entenderse y disfrutarse. Todo ello a pesar de haber multitud de detalles preciosos efímeros, que descubres a cada nueva escucha, incluso pequeños huevos de pascua: en ‘Catedral’ hay un fraseo de teclado que parece referenciar ‘Bailando bajo la lluvia’ y unos compases después las letras te lo confirman.

Unas letras que brillan constantemente y que están a la inspirada altura de las melodías, un combo rarísimo de conseguir en una escena nacional en la que se incurre a menudo en la intrascendencia, el ripio o lo impostado. Todo en ‘Los manantiales’ (hasta lo ficticio) es de verdad. Desde esa sucesión de imágenes imaginativa y hermosa de ‘Quise ser’ (“Quise ser la luz en el desván / sombra de la higuera / cuerno de cruasán / Quise ser anémona de mar / la curva donde es / imposible enderezar”) hasta las medias sonrisas desengañadas de ‘Me pasará contigo’ (“Me pasará contigo, ya lo estoy viendo / Venga mensajes cifrados que ni yo misma entiendo”), pasando por la poesía misteriosa, con muchísima fuerza, de ‘Ceniza plateada’ (“Ya no existe la montaña, no hace frío ni hace sol / Tú tampoco existes, ahora estás mucho mejor”) que tan bien combina con esas stereolábicas bases de sintes saturados, pero la vez con un plano vocal melódico y hermoso, de brevedad luminosa.

Incluso cuando el disco explora estilos más acotados acierta por inspiración en melodías y letras: ocurre con el pop casi estándar de ‘Me vi penando’ y con el estimulante dub de ‘Fosforito’ (con sintes marcianos, deliciosas palmadas… ¡y qué hallazgo escribir una micro-oda a una cerilla!).

El cierre con ‘Catedral’ es espectacular: una (¡otra!) melodía tremendamente seductora, poesía onírica y otra gran microsinfonía de ‘Pet Sounds’ de bolsillo, con voces envueltas en efecto Leslie, bajo amortiguado, capas de deliciosa síntesis analógica reverbcore, y un saxofón sutil y hermoso de Andrés Arregui.

Ojo, todo lo descrito anteriormente no es lo-fi. Hay que evitar confundir la sencillez y esencialidad de ‘Los manantiales’ con ese género: aquí hay altísima fidelidad en cada matiz de la voz de Cristina y en su danza aérea con cada instrumento, todo ello además producido y arreglado con elegancia francesa por ella misma, con ayuda de Fino Oyonarte tan solo en la mezcla final. Un acabado tan refinado como la portada con ese óleo de Javier de Juan de 1986 (‘La chica del King Creole’). No se me ocurre mejor banda sonora para este verano si buscas algo estimulante, embriagador, refrescante y muy bello que acompañe tus días y tus noches.

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Publicado por
Jaime Cristóbal