‘Longlegs’ venía precedida de una campaña de márquetin diabólicamente efectiva. Unos teasers más malrrolleros que la sonrisa de Pogo el Payaso, unos pósteres sinestros y enormemente sugerentes, un vídeo con los latidos del corazón de la protagonista (Maika Monroe, convertida en un icono del terror tras ‘It Follows’ y ‘El extraño’) acelerándose tras ver la caracterización de Nicolas Cage, y hasta la publicación de un número de teléfono al que se podía llamar para escuchar un mensaje de “piernas largas”.
La expectación generada ha sido enorme, claro. Además, los más fans del género se frotaban las manos dado quién estaba detrás de las cámaras: Oz Perkins, autor de tres largometrajes muy poco vistos pero interesantísimos, con una concepción del terror muy estilizada y personal: ‘La enviada del mal’ (2015), ‘Soy la bonita criatura que vive en esta casa’ (2016) y ‘Gretel y Hansel: Un oscuro cuento de hadas’ (2020).
Aparte, Perkins tiene una biografía que es casi una película de terror: nieto del actor Osgood Perkins, quien murió de forma repentina con 45 años mientras se estaba dando un baño, e hijo de Anthony Perkins, el célebre Norman Bates de la saga ‘Psicosis’, un actor que vivió torturado toda su vida por los problemas para aceptar su homosexualidad y murió de sida en 1992, y la fotógrafa de moda Berry Berenson, fallecida como pasajera de uno de los aviones que se estrelló contra las Torres Gemelas. Su hermano es el talentoso cantautor Elvis Perkins.
¿Ha colmado ‘Longlegs’ las expectativas generadas? Desde un punto de vista narrativo, no demasiado. Sobre todo en cuanto al relato criminal. El director juega la carta del thriller noventero con asesino en serie, de ‘El silencio de los corderos’ (1991) a ‘Seven’ (1995) (sin olvidar la posterior ‘Zodiac’ o el ‘Cure’ de Kiyoshi Kurosawa). Pero le sale más un refrito con asesinos juguetones y detectives con linternas a lo ‘El coleccionista de amantes’ (1997), ‘El coleccionista de huesos’ (1999)… y demás imitaciones que surgieron como pústulas a raíz del éxito de las obras maestras de Jonathan Demme y David Fincher.
Sin embargo, con respecto a la puesta en escena, las ha superado con creces. Perkins es un creador de atmósferas superlativo, alguien capaz de construir secuencias inquietantes, siniestras, de una belleza macabra y sobrecogedora, de esas que se te quedan dentro durante mucho tiempo. Ya solo por el extraordinario prólogo, un ejemplo de cómo poner en escena el horror, cómo representar lo maléfico a través de las imágenes, los encuadres y el diseño sonoro, merece la pena pagar una entrada.
El director saca mucho partido estilístico y dramático de la tensión y el contraste entre opuestos: el formato cuadrado con bordes redondeados para los años 70 y el panorámico para los 90, la tristeza, sobriedad y meticulosidad de la agente novata (una émula de Clarice Starling) con el histrionismo y la locura asesina de Longlegs, los códigos del thriller criminal con la imaginería audiovisual del terror satánico y sobrenatural, el ritmo moroso de la narración con los estallidos de violencia, la belleza melancólica de los escenarios exteriores con la sordidez y la frialdad de los interiores.
El resultado es una película desequilibrada en lo narrativo, con un final algo frustrante, pero absolutamente arrebatadora en lo formal. Un tenebroso cuento de terror que perturba y aterra mucho más por la manera en la que está contado, que por el cuento en sí.
Deseando ver la próxima película de Perkins, ya rodada: ‘The Monkey’, adaptación del relato ‘El mono’ (incluido en el volumen ‘La niebla’, 1986) escrito por Stephen King, con Elijah Wood y Theo James como protagonistas.