Cassie Ramone es casi el arquetipo de artista de culto de los años dos mil. Si bien tuvo cierta repercusión como parte de las Vivian Girls y por su proyecto The Babies con Kevin Morby, siempre ha permanecido fiel a hacer música por razones artísticas y no económicas, lo cual te sitúa en ese nicho de supuesto prestigio pero nunca llena tu cuenta bancaria. Si a eso añadimos las vicisitudes de la vida que impiden centrarte en tu carrera, y que Cassie glosa con sinceridad en las notas del disco (“dejé de beber, volví a estudiar, pasé 24 horas en la cárcel y he estado trabajando en los últimos años repartiendo comida para diversas apps”) se puede entender la casi década que ha pasado desde su última entrega en solitario. Una discontinuidad que contribuirá -nos tememos- a que este disco maravilloso de una artista realmente singular pase bastante desapercibido. Y no será porque otras artistas también brillantes no nos lo recomendaran hace ya meses.
A eso hay que añadir los modestos medios: grabado a su bola junto al músico y compinche Dylan White, autoeditado por ella misma para no tener que esperar los lentos tempos de las discográficas, promocionado intermitentemente en redes con la confesión por delante de que no le agradan nada, ‘Sweetheart’ es un disco tan DIY como cabría esperar. Y sin embargo resulta la obra de la carrera de Cassie Ramone con el acabado más fino, las composiciones más inspiradas y la magia más especial. Conforme las semanas pasen y vaya cayendo en el inevitable olvido, fuera de la mayoría de listas de lo mejor del año, se volverá a repetir otra más de esas pequeñas tragedias, tan cotidiana y vulgar en el mundo de la música, pero tan injusta.
Porque en algún universo paralelo se apreciaría en su justa medida el reverbcore melódico, el pop personal y bellísimo de Cassie contenido en estas once canciones creadas por ella en solitario, y arregladas y construidas junto a White a distancia, entre Brooklyn y Nueva Jersey. Además, el hecho de que sean piezas más “vestidas” que en sus dos discos anteriores (el folkie y parco ‘The Time Has Come’, 2014, y el fascinante pero sobrio disco navideño ‘Christmas in Reno’, 2015) las eleva a un estatus de promesa cumplida que faltaba quizá en aquellos LPs previos.
Son canciones con formato de banda, con líneas de bajo e interesantes riffs de guitarra, y una profusión de melodías de clásico instantáneo. Ocurre en las (varias) cumbres del álbum, desde el casi-villancico de ‘Joy To The World’ (con su melancólica melodía a lo Brian-Wilson-de-bolsillo y toques de sinte) hasta la belleza envuelta de eco de ‘Wait a Minute’, a medio camino entre el C86 reverbcore de unas Shop Assistants y el pop eterno de la era del edificio Brill. También ‘He’s Still On My Mind’ ofrece una melodía de ensueño muy girl group, envuelto en riffs psicodélicos y toneladas de eco.
Pero la verdadera cúspide es ‘Forever’: empieza sonando como Mary Weiss al frente de The Clientele y de repente transmuta en un banger con riff de guitarra memorable, una de las mejores canciones del año de largo, y otro tesoro que pasará desapercibido salvo que caiga en oídos de algún music supervisor de cualquier serie famosa (lo merecería). Además, sus versos sencillos pero directos se conjugan a la perfección con la emocionante música (“Me pillaste en el peor día posible / Y clavaste una flecha en mi corazón”).
Otro dato clave: a lo largo de todo el disco estas melodías que entremezclan indie millenial, gran cancionero pop americano (doo wop, Beach Boys) y hasta virutas de punk pop Cassie las envuelve mágicamente en una nube de borrosa felicidad reverbcore, una producción llena de ecos, neblinas. De ese modo las características voces agridulces, armonizando a veces no completamente afinadas, se disipan casi completamente en ese inmenso vapor de reverberación. Un enfoque reverbcore que resulta por tanto el elemento más definitorio de este ‘Sweetheart’, y está fascinantemente presente en todo el disco: ecos sin ningún tipo de medida, puro expresionismo, aunque sepulten armonías vocales, letras… porque lo que pueda emborronarse en un sentido, lo aporta en expresión por el otro, como si fueran las líneas de un diario personal descoloridas y borradas por el paso del tiempo.
Esto no es algo nuevo en Cassie: recordemos que las Vivian Girls fueron las reinas del reverbcore en los 00s, llegando incluso a actuar en directo durante una temporada con tres pedales de eco de muelle Holy Grail enchufados a los sus tres micrófonos, para alimentar sus voces con océanos de reverberación. Pero de alguna forma la nativa de New Jersey ha sublimado en esta última colección de canciones el poder evocador de ese efecto de manera especialmente brillante.
También muchas de las cualidades melódicas de este álbum estaban de alguna forma presentes en Vivian Girls -especialmente conforme los discos pasaban y abandonaban su ascendencia punk de los comienzos- e incluso en sus otros proyectos, en solitario o acompañada. Pero yo no había oído tantas melodías juntas tan bien trazadas por Cassie hasta el momento. Porque incluso album tracks como ‘Dilly Dally’ con su deliciosa caja de ritmos y aires Americana o la sorpresa grunge-pop un poco Sebadoh de ‘Running Dry’ son tremendamente adictivos, con el añadido de letras muy notables que plasman momentos turbulentos que Cassie intenta procesar escribiendo canciones pop (“Inicias un incendio forestal / Para quemar el desastre que has estado escondiendo /
Y quieres matarte, quieres por fin dejar de luchar / Por lo único que has hecho bien en tu vida”). Por cierto, Mac DeMarco participa en la sofisticada ‘The Only Way I Know How’.
El disco viene acompañado de un curioso “ensayo visual” en Youtube que dura la totalidad del LP, aunque no es en absoluto necesario para disfrutar lo que es básicamente un enorme disco de pop.