La profecía del anterior disco de Laura Marling se ha cumplido en su nuevo álbum: aquella «canción para nuestra hija» (una hija imaginaria que la artista entonces no sabía si realmente querría tener alguna vez) es ya una realidad, y casi se podría decir que este es realmente el disco para ella, nacida hace 2 años.
Laura compuso las canciones de este ‘Patterns in Repeat’ en un fogonazo de inspiración durante sus tres primeros meses de maternidad, que describe como un período en el que estuvo “colocada… literalmente con un subidón psicodélico”, por efecto de la oxitocina, la hormona natural que segregan las madres al dar a luz para fomentar el vínculo con sus hijxs.
En una artista con tantos (e interesantes) cambios de rumbo en su carrera no sorprende especialmente este giro de los acontecimientos -de las dudas a abrazar de lleno la maternidad- pero en realidad se trata de un viejísimo dilema que las artistas (de los conflictos de Joni Mitchell al reciente ‘I Think About It All The Time’ de Charli XCX) conocen bien: el miedo a perder el tren de tu carrera y de tu identidad si te montas en el de la familia, y viceversa.
En este asunto las decisiones y experiencias de cada cual son altamente personales, y Laura en este nuevo y formidable disco se abstiene de sermonear o juzgar, simplemente describe musicalmente su experiencia, que en su caso ha sido transformadora y empoderante, aunque no exenta de sombras (“Life is slowing down but it’s still bitchin’”, canta en la hermosísima ‘Child of Mine’).
El resultado es lo que personalmente me parece el mejor disco de Marling hasta la fecha: una colección de canciones serenas, reposadas, pero a la vez increíblemente vibrantes. Su parquedad arreglística no hace sino realzar unas letras llenas de poesía reflexiva, algunas de las mejores melodías de su carrera, e incluso la capacidad de Laura de llevar todo el peso rítmico con su experta técnica de guitarra (es el primer disco de la artista totalmente carente de percusiones).
Esto no sale de ninguna parte: lxs amantes de su disco anterior reconocerán en este tono musical parte de aquellas canciones de reposado folk con arreglos de cuerda de Rob Moose (que repite aquí). Sin embargo ninguna de aquellas piezas transmitía la belleza trascendente de estas canciones, y pocas llegaban a la sutileza instrumental y musical de ‘Patterns in Repeat’.
Se aprecia en piezas clave como ‘Patterns’: por detrás de una aparente sencillez acústica va emergiendo lentamente -como si amaneciese- un resplandor orquestal que acaba arrastrando la deliciosa guitarra arpegiada e hipnótica (muy ‘Cello Song’ de Nick Drake) hasta un crescendo casi épico. La propia forma en que las cuerdas surgen, serpentean, desaparecen y bailan con la melodía recuerda también mucho a los arreglos orgánicos, vivos, de Robert Kirby para Nick Drake, Vashti Bunyan o Sandy Denny.
El añadido de unos coros trenzados de maneras intrincadas e inusuales complementan admirablemente a las cuerdas a lo largo del disco, pero son especialmente excitantes en esta ‘Patterns’, con el detalle excéntrico maravilloso, casi psicodélico, de ese efecto de delay que hace reverberar psicodélicamente las consonantes de los cruciales versos del final, en los que la vida (esos “patrones que se repiten”) cobra un nuevo significado: “Buscando un sentido, arqueé la espalda / y de la negrura naciste / al principio, abstracta, pero pronto tomaste forma / Y ahora el tiempo da un salto y empieza a volar / Y solo entonces me doy cuenta / De que somos patrones que se repiten / Y siempre lo seremos”.
‘Patterns’, ‘Child of Mine’ (con coros de Buck Meek de Big Thief, por cierto), y ‘Caroline’ son las tres piedras preciosas y angulares del disco. Esta última es un brillante retrato de dos personajes, la escena fascinante de un breve encuentro entre dos ex amantes. Él se siente halagado de que Caroline que le haya localizado tantos años después, y juntos rememoran su canción favorita. Pero a cada estrofa, como en los micro-actos de un relato, se acaba precipitando un amable rechazo (“Caroline, ya somos mayores / Me casé y amé a mi esposa / Tengo hijos, ya son mayores / En general, he sido feliz con mi vida…”, “Preferiría que no volvieras a llamarme / Me gustaría mantenerte lejos de mi mente / Tú eres la que se fue, Caroline / Así que la canción se olvidó con el tiempo”). Entre el humor y la melancolía, Marling plasma el efecto de ese alejamiento sentimental en el estribillo de la letra apenas recordada: “la canción decía «la la la, la la la / No sé qué, no sé cuántos… Caroline». Su melodía la convierte en quizá la mejor canción que ha escrito nunca Laura Marling, y sin duda una de las mejores de este año que concluye.
Alrededor de estos tres pilares, cada pieza intermedia aporta gloriosos matices nuevos, desde la miniatura con piano de ‘No One’s Gonna Love You Like I Can’ hasta sus reflexiones sobre la feminidad de ‘Your Girl’, con su guitarra eléctrica, sus gotas de humor y una impecable composición de pop clásico mitad Beatles, mitad cantautora de Laurel Canyon.
O la oscuridad bellísima de ‘The Shadows’, parte ficción, parte anticipo quizá de una futura separación de su hija con el paso del tiempo: “Se marcha, se va / la añoro, la necesito, añoro creerme / las palabras que no pronunciará / Y sabía, por supuesto que lo sabía / que un día ella me destrozaría / Dejó una sombra en mi corazón”. La manera en que entra la orquesta por primera vez en ese “And one day she’ll tear me apart” pone la piel de gallina.
Y en todas las canciones del disco, consistentemente, la voz de Laura suena completamente seca, ausente del más mínimo eco. Siempre en primer plano, permitiendo disfrutarla con un grado de detalle en las texturas fonéticas casi ASMR. Es otro de los secretos de este disco, una cercanía vocal que te hipnotiza, totalmente acorde con una serie de canciones tan íntimas y personales.
Incluso la curiosidad de Laura grabando una canción escrita por su padre, que fue músico de joven, encaja en el puzleo: ‘Looking Back’ es una pieza escrita a los veinte sobre un hombre mayor que mira atrás en su vida y en ella Laura destaca especialmente su vibrato de baja frecuencia, a lo Joni Mitchell.
‘Lullaby’ y ‘Patterns in Repeat’ cierran el disco con especial dulzura. Los últimos versos del álbum mandan además un hermoso mensaje futuro a su hija, el de una maternidad elegida, a diferencia de las de tantas generaciones anteriores: “Quiero que sepas que lo abandoné todo voluntariamente / No perdí nada real con tu llegada / Quiero que tengas parte de mi llama maternal / Parte de mí, eternidad, tolerancia al dolor”.
En una reciente entrevista en la revista Mojo Laura rechazaba una vez más el concepto tradicional de folk para definir su música, diciendo: “Bob Dylan vino de la tradición folk, pero yo soy el eco del eco de eso”. Pero mientras el género se siga renovando y redimensionando con temáticas nuevas, con discos tan brillantes como este, que relatan vidas y preocupaciones del siglo XXI, el futuro del género está asegurado, y la etiqueta seguirá siendo lo de menos.