Hace un par de años Sila Lua debutaba con ‘ROMPE‘, un álbum que disfrutaba de su carácter cosmopolita. Partiendo de una historia de sus ancestros, la artista nacida en Galicia y asentada en Madrid tras haber cursado estudios de música en Londres, recorría el mundo. Sila Lua es una de esas artistas jóvenes que desconocen las fronteras, y por tanto su música podía sonar al R&B de Sade, a reggaeton por la vía de Rosalía, a la electrónica de FKA twigs, o al pop español de toda la vida. Su voz me sigue recordando, más que a nadie, a la de Luz.
‘Danzas de Amor y Veneno’ sigue ese camino de la versatilidad, con las producciones realizadas junto al catalán Pau Aymí, a menudo centradas en su voz, aterciopelada o chulesca dependiendo de los imperativos artísticos, que aquí pueden ser abiertamente contradictorios. Y es que el álbum es una celebración de la dualidad de la vida, del «constante juego de opuestos», en el que a veces nos sentimos vulnerables y otras fuertes.
Quizá porque Sila Lua no es ese tipo de cantante que requiera de Autotune para disfrazar nada, los momentos vulnerables son especialmente certeros. ‘Danzas de Amor y Veneno’ se abre con dos ases. ‘EQUILIBRIO’, con cierto aroma a bolero, y la bossa pervertida de ‘YERBABUENA’ -con ese gancho «he nacido mala, mala, mala…»- están entre las mejores canciones, y el drop acústico casi al final de ‘PLAN B’, un tema sobre sus ansias artísticas, podría ser su gran clímax. Quizá por eso le ha creado unos visuales tan chulos.
Un álbum exclusivamente de boleros y bossas sería algo muy deseable en un mercado sobrecargado de beats duros y dembows. Y para muestra, la devoción y entrega de ‘OJOS’, «te miro y olvido mi nombre». Pero Sila Lua no ha querido quedarse ahí, pues otra de sus debilidades es el afrobeat, visible en parte en ‘HACER TEATRO’. A la artista le gustan las canciones viajeras, como a ella misma le ha gustado viajar, y además de los saltos de un estilo a otro incluso dentro de la misma pista, tan habituales a día de hoy, le divierten los detalles. En la misma ‘PLAN B’ escuchamos un sample de un concierto, cuando la letra nos está hablando de «los escenarios».
Como navegando en esas contradicciones de las que se jacta el álbum, ‘Danzas de Amor y Veneno’ contiene un tema llamado ‘TOY TRANQUILA’ que arranca con un grito que ni el Kanye West de ‘Yeezus’. «Al final, lo bueno llega», dice esta misma composición sobre la fama, empapado de vientos, inclinando la balanza del álbum hacia el optimismo.
‘BRASIL’, que recibe su nombre de sus beats en el estribillo (las estrofas son más reggaeton) y de la colaboración de los artistas brasileños Marcio Arantes (Anitta, Soffi Tukker, Ibeyi) y DJ Gabriel do Borel (Rosalía, Bad Gyal, Anitta), está entre los mayores bops de este trabajo, que se cierra con otra de sus bazas. Sin haber sido uno de los muchos adelantos del disco, ‘TBC’ despunta por el modo en que los beats agresivos van evolucionando hacia un desmadre de salsa, piano incluido. No es de extrañar que se esté dejando para los instantes finales de sus presentaciones en vivo: es como la versión melódica de ‘A palé’ pasada por el filtro del nuevo Bad Bunny. Sin más featuring que el de una artista belga desconocida, Reinel Bakole en ‘SOLO AMIGOS’, Sila Lua pelea por una parcela del éxito de quienes parecen sus referentes.