Tengo la convicción de que la imagen de Teo Lucadamo cambió por completo cuando en RTVE decidieron enchufarle, llorando, durante la retransmisión de los últimos Premios Goya. Su madre, Aitana Sánchez-Gijón, recogía un premio honorífico delante de toda España. Los fans de ‘La Regenta’ y los de Mac Miller nos abrazábamos de manera inimaginada por nadie. Moría un «nepobaby» y nacía una personita.
En verdad lo gracioso de aquello es que la mitad de sus fans ni sabía de quién era hijo. ‘DORITOS’ y sobre todo ‘Ritmo‘ habían sumado ya millones de streams por su cuenta, pues hay cierto tipo de éxito que una familia pudiente simplemente no puede comprar. Mirad lo que duró Cósima en ‘Bake Off España‘.
Todo esto es pertinente porque la familia es un tema recurrente en ‘El dilema del rapero blanco’, el debut largo de Teo Lucadamo, como lo es en tantísimos discos de la historia del hip hop, de Eminem a Kendrick Lamar, pasando por Kanye West.
El primer tema -y el disco en general- se dedica a su primo ‘Simón’; el ‘Interludio’ es un tema acústico que plantea 100% en serio «quiero un abrazo de madre / quiero un abrazo de mi padre / no podré tenerlos a la vez». Y lo que es más importante, Lucadamo sabe reírse de su condición privilegiada en ‘Buen día’ («Suena como el sueño de un niño criado entre cuadros / Con piel de arroz con leche y cara de santo»). De vez en cuando también cuestionarla. Hay un tema llamado ‘UMG’ en honor a su sello, en el que se siente un tanto inútil. Y todo el disco está orquestado en torno a la idea de aceptar que jamás será un rapero.
La producción de Roy Borland está abiertamente inspirada en el hip hop que se hacía en España a finales de los 90 y principios de los 2000, hasta el punto de que aparece una colaboración con Mucho Muchacho. Bases secas con ciertos arreglos jazzy, decididos por un saxo o un piano, scratches y mucho flow. Algunos temas se parecen tanto a la música de «Siglo 21», el programa de Tomás Fernando Flores, que parece que en cualquier momento va a aparecer un contestador automático en el que alguien se queja muy fuerte de que pinchen a un «hijo de» en la radio que pagamos todos.
‘El dilema del rapero blanco’ es una presentación divertida, que recuerda en frescura, chulería y espontaneidad al C. Tangana de 2017, con momentos que devanean entre lo delirante (‘Calcula’) y lo tierno («puede que no tenga el mayor pollón», en la bossa ‘Te vas a curar’ con Ciutat). Casi siempre con bastante fondo (lo de «eso del amor son cosas para pibas» es abiertamente autocrítico) y gracia: el interludio «No voy a llegar» es, de manera absurda, una de mis pistas favoritas.