Hay muchos ejemplos de artistas que comenzaron en sonidos folclóricos y, a medida que iban creciendo, se fueron adaptando a sensibilidades más contemporáneas. Sin embargo, la carrera de Natalia Lafourcade ha evolucionado de forma opuesta: su música se ha ido acercando cada vez más a las raíces clásicas de su continente conforme su prestigio aumentaba. Ahí están como prueba los dos volúmenes de ‘Musas’ y los dos de ‘Un canto por México’, donde la artista homenajeaba varios de los grandes clásicos de la canción latinoamericana.
Tal fue su dedicación y respeto por versionarlos con justicia, que desde ‘Hasta la raíz’ (2015) no lanzó nuevo material propio hasta ‘De todas las flores’ (2022), siete años después. Afortunadamente, el sucesor de este último no se ha hecho esperar tanto. ‘Cancionera’ es una nueva colección de canciones en la que la artista de Veracruz vuelve a rendir homenaje a la tradición musical mexicana en sus propios términos.
La principal diferencia respecto a ‘De todas las flores’ -un imponente álbum que crece y crece en la memoria-, es que mientras aquel era puro desgarro marcado por una dolorosa ruptura, aquí Lafourcade se muestra más contemplativa, más relajada, quizá. La intensidad sigue estando, pero se presenta de una manera sosegada. El álbum se abre y se cierra con dos delicadas piezas instrumentales de cinco minutos cada una, que invitan a la pausa, a perderse en sus mimbres jazzísticos.
Grabado entero en una sola toma, ‘Cancionera’ se beneficia enormemente de ese sonido directo, despojado de artificios, donde brillan los preciosos arreglos de cuerda y la voz desnuda de la cantante y sus invitados. El cantautor mexicano El David Aguilar la acompaña como segunda voz en el elegante bolero ‘Como quisiera quererte’ y en la adorable versión de ‘El Coconito’, compuesta originalmente por el también veracruzano Lorenzo Barcelata. Mientras que en ‘Amor Clandestino’, se junta con el cantaor flamenco Israel Fernández, ofreciendo un emocionante dueto que fusiona tradiciones.
El núcleo del proyecto se encuentra en el jazz sofisticado del corte titular, que se engrandece en su minimalismo, evocando a tiempos pasados con una instrumentación exuberante y una preciosa interpretación vocal. Esa elegancia solemne está también presente en varias pistas, como en ‘Mascaritas de cristal’ o la arrebatadora ‘Luna creciente’. Sin embargo, no todo es tan serio en ‘Cancionera’. La artista incluye momentos que invitan al baile, a despreocuparse de todo y dejarse llevar por los irresistibles ritmos de la rumba. Es el caso de la divertida ‘Cocos en la playa’, donde Lafourcade busca desconectar, dejar el mundo de las redes sociales y disfrutar de la belleza de un día de playa en el que “hasta un porrito se fuma”. También bañada de una luminosidad deslumbrante, ‘El palomo y la negra’ es una maravillosa fiesta de siete minutos que contagia de alegría al corazón.
La música de Natalia Lafourcade no está hecha para el frenético ritmo que imponen la industria musical y nuestro propio estilo de vida. Su belleza trasciende más allá del frenesí diario, permeando paulatinamente en esa dura barrera impuesta que en muchas ocasiones nos impide parar, escuchar, sentir. ‘Cancionera’ no posee la placentera inmediatez a la que tanto nos hemos acostumbrado, pero un día cualquiera, en un momento cualquiera, te sorprenderás a ti mismo tarareando una de sus melodías o pensando en una de sus letras. Ahí es cuando uno comprende que lo que crea Natalia tiene sus propios tiempos, y que, a diferencia de la gran mayoría del arte que engullimos sin masticar, tiene el poder de las grandes obras: el poder de quedarse para siempre en algún rincón de nosotros.