Pido disculpas de antemano por empezar tan crudamente, pero demasiada poca gente sabe todavía que Brian Wilson se quedó sordo de un oído por una hostia de su padre. Una de muchas, en una sucesión de abusos físicos infantiles que se ensañaron especialmente en el hermano más débil y sensible de entre los Wilson. También, por supuesto, el más talentoso a nivel musical.
Quiero decir con esto que la legendaria etiqueta de Brian como “genio atormentado” ha tenido siempre unas connotaciones siniestras y con cierto mal gusto: ¡un genio de la innovación en las grabaciones a pesar de no poder oír la música en estéreo! ¡Un loco genial encerrado en el estudio tocando en un piano metido en una enorme caja de arena! OK, pero… no dejemos de tener en cuenta que el origen de todas esas dificultades y excentricidades estaba en la violencia doméstica, el abuso y el trauma.
Además del caro precio personal que pagó el artista por todo ello –arrastrando terribles dificultades en su salud mental el resto de su vida– su música fue la otra gran víctima: sobre la figura de Brian Wilson ha flotado siempre la sombra de lo que pudo ser, de un potencial que no llegó a realizarse completamente.
Los Beach Boys comenzaron como grupo bajo la tutela de ese abusivo padre –Murry Wilson– en 1961, e inicialmente hacían música inspirada en sus héroes musicales. En un paralelismo/rivalidad que se mantendría durante toda la década, de la misma manera que los Beatles partieron imitando el sonido de las «girl groups», la música negra y el rock and roll de los 50 para dar un inesperado y cuántico salto artístico a mitad de década; los Beach Boys comenzaron haciendo una curiosa (casi inofensiva) mezcla de rock and roll al estilo de Chuck Berry con armonías vocales calcadas del grupo vocal de los 50 The Four Freshmen.
Pero pronto –como sus “primos” trasatlánticos– la cosa empezaría a mutar en algo muchísimo más trascendente. Todo comenzó con la primera producción de Brian, ‘Surfer Girl’: sus complejas armonías vocales y sofisticados acordes –más propios del jazz o de las composiciones de Burt Bacharach– apuntaban a algo nuevo e increíblemente excitante. Era 1963 y los Beach Boys acababan de crear un género nuevo: la música surf vocal.
Los siguientes dos años supusieron la “fase imperial” de los Beach Boys en las listas de éxito: ‘I Get Around’, ‘Help Me Rhonda’ o ‘In My Room’ son ya clásicos indiscutibles de la obra de Brian Wilson & co, pero destacan especialmente otras dos piezas clave de esa época: en ‘Don’t Worry Baby’ (1964) Brian se convirtió en el aprendiz de productor que superaba al maestro Phil Spector, en una canción inspirada en las Ronettes, pero con una de las primeras letras de melancolía y arrepentimiento que tanto revisitaría su autor. La brillante ‘California Girls’ (1965) sonaba a sencillo «hit», pero Brian la compuso tras consumir LSD por primera vez, por lo que supone la apertura del artista a una nueva consciencia musical y una sofisticación creciente: su inusual baile de acordes mayores y menores, lleno de modulaciones de tono y un preludio orquestal inaudito en el pop, sonaba a algo cercano a la psicodelia y abriría la puerta a ‘Pet Sounds’.
Pero a diferencia de otros artistas con una salud mental más robusta (como los Beatles) el LSD no le traería nada bueno a Brian: en 1965 sufrió una crisis nerviosa a la que tampoco ayudó la insoportable carga de las actuaciones en directo. Sin embargo, una sabia decisión (la de mantenerse al margen de las giras a partir de entonces para centrarse en componer para el grupo y avanzar en el estudio) acarrearía el mayor período de esplendor e inspiración de la carrera de Brian Wilson: sus progresos elevando la música pop a una nueva dimensión se juntaron sinérgicamente con el impacto que le causó el ‘Rubber Soul’ de los Beatles (“nunca había oído un LP en el que todas las canciones son buenas”, dijo Brian) y de ahí nació el legendario álbum ‘Pet Sounds’ (1966).
La idea fue recibida por el resto del grupo con reservas por su aire “arty”, pero finalmente tanto ellos como la crítica se rendiría ante su combinación única de de arte elevado y popular, esa amalgama que aunaba orquestaciones casi sinfónicas con música pop y folk, elementos de exótica con arreglos vocales de doo-wop, cancionero norteamericano al estilo de Gershwin con sintetizadores, y experimentos psicodélicos con producciones a lo Phil Spector. Todo ello estaba además combinado fabulosamente con más estructuras y armonías inusuales, y con las letras coescritas por Brian con el letrista Tony Asher, en las que vertió su tristeza y frustraciones tras el paso de la temprana juventud, una muerte de la alegría que reflejaba su creciente depresión. Agridulces letras que en contraste con la belleza inmensa de la música produciría una reacción química responsable no ya del ‘Sgt Pepper’ de los Beatles (respuesta desde UK a su respuesta al ‘Rubber Soul’) sino casi de la aparición de un modo nuevo de hacer pop, un nuevo lenguaje musical. Brian Wilson es el fundador del pop californiano. Igual que «lynchiano» se volvió hace ya años un concepto que todo el mundo comprende, todos entendemos exactamente qué significa decir que un disco suena a Brian Wilson, esté firmado por Fleet Foxes, Weyes Blood o Father John Misty.
Lo mejor del ‘Pet Sounds’, canciones como ‘God Only Knows’, ‘Wouldn’t It Be Nice’ o ‘Caroline, No’ pasarían instantáneamente a la historia del pop, coronadas pocos meses después por una continuación en forma de disco sencillo: ‘Good Vibrations’ está considerada por muchos la cúspide de la obra de Brian Wilson, una “sinfonía de bolsillo” grabada durante seis meses y dividida en mini-secciones con producción radical, exquisitez vocal y melódica y sonidos bizarros brillantemente reciclados (el Theremin pasó de elemento novelty de las películas de ciencia ficción a recurso recurrente en el mundo del pop).
Por desgracia los meses siguientes –en los que Brian se enfrascó en el proyecto ‘Smile’, la continuación de ‘Pet Sounds’– llegó una nueva crisis: junto a la creciente suspicacia de sus compañeros de grupo ante las cada vez más excéntricas ideas de su líder (la mítica frase de Mike Love “don’t fuck with the formula” data de esos meses), el abuso de sustancias psicotrópicas que había impulsado la creatividad de Brian durante año y medio se cobró finalmente su factura y el músico se vio cada vez más presa de la psicosis, la depresión crónica y la paranoia, problemas mentales que le costaría décadas superar.
‘Smile’ se complicó de tal manera que el proyecto acabó archivado, alimentando una leyenda que no se dilucidaría hasta la salida de aquel postrero ‘Brian Wilson Presents Smile’ en 2004. Para finales de los 60 la caída en desgracia de los Beach Boys era evidente: Bruce Johnston contaba que hubo una actuación en Nueva York en 1968 a la que sólo acudieron 200 personas. Aunque fuese injusto, la banda seguía grabando discos verdaderamente brillantes pero no parecía apreciarlo mucha gente: la mayoría de ellos cosechó mediocres resultados comerciales y abocó al grupo al temible circuito de la nostalgia, que se prolongaría en los 70.
Especular sobre cómo habría podido encauzar Brian su vida y su carrera de haber tenido un pasado menos traumático quizá sea una pérdida de tiempo, pero cuesta esfuerzo no imaginar que la historia podría haber sido muy diferente si miramos a músicos de similar talento como Paul McCartney y su obra a partir de 1966 con los Beatles y más adelante con Wings. Sin duda la experiencia traumática de Wilson nos robó (y más importante, le robó a él) muchas satisfacciones artísticas.
Con todo, en discos como ‘Friends’ (1968), ‘20/20’ (1969) o ‘Holland’ (1973) se encontraban canciones maravillosas, comandadas por los ocasionales flashazos de inspiración de Brian, y a menudo con sus hermanos Carl y Dennis también encargados de componer y producir. Uno de los mayores placeres de sumergirse en la larga discografía de esos Beach Boys caídos en desgracia es descubrir tesoros como ‘Break Away’, ‘Do It Again’ o ‘Meant for You’. Entre esas joyas perdidas de Brian Wilson se encuentra también el disco que produjo para Spring (un proyecto de su mujer Marilyn junto a su hermana Diane Rovell). Si hoy vas a hacer clic solamente en un enlace, que sea este. La magia melódica y sónica de ‘Falling In Love’ está a la altura de lo mejor y más conocido de Wilson.
El progresivo alejamiento entre los Beach Boys y Brian –agrandado por las muertes de Dennis y Carl– se acrecentó en los 80, década en la que con la ayuda del controvertido terapeuta Eugene Landy Brian inició su carrera en solitario en 1988. ‘Love and Mercy’ era una de las joyas de ese disco, que daría también nombre a la muy recomendable biopic de 2014 con Paul Dano y John Cusack interpretando el papel de Brian. Y como contaba la peli, la verdadera salvación de Wilson llegaría de la mano de su segunda mujer, Melinda, quien le apartó de Landy y le ayudó a someterse a una exitosa terapia para el trastorno esquizoafectivo, coincidiendo felizmente con la rehabilitación artística de la obra de los Beach Boys que tuvo lugar en los 90 por parte de la crítica musical (porque no, ‘Pet Sounds’ no siempre coronó las listas de los mejores álbumes de la historia).
Ese renacimiento coincidió con una nueva generación de artistas de pop que reivindicaban su obra (de Saint Etienne a los High Llamas o Teenage Fanclub), y propició que Brian pudiera volver a crear e incluso salir de gira y recibir el amor del público. Discos como ‘Orange Crate Art’ (1995) o especialmente ‘That Lucky Old Sun’ (2008) son sólidos álbumes con todavía muestras de sobra de la genialidad del artista, intacta en pleno siglo XXI. No es una hipérbole: la pieza ‘Midnight’s Another Day’ es una de mis favoritas de toda la obra de Wilson, una agridulce balada sobre la depresión, que brilla como un refulgente sol californiano.
En 2015 Wilson sacaría su último disco con composiciones originales, ‘No Pier Pressure’. Además de M. Ward o Kacey Musgraves, el disco casi incluyó colaboraciones de Lana del Rey o Frank Ocean (aunque finalmente se frustrasen). Un dato que sirve como nueva muestra de la larguísima sombra que ha arrojado la obra de Brian Wilson en las últimas siete décadas, y que continuará por los siglos de los siglos.