Discos

Juana Molina / DOGA

Dice la artista experimental argentina Juana Molina que en cada disco intenta ofrecer una propuesta diferente, pero que inevitablemente siempre vuelve a la misma. “No puedo imparecerme”, bromea en una reciente entrevista. Esto significa que ‘DOGA’ vuelve a ser una obra tremendamente única y original, y aunque no sea la más accesible de su carrera, sí es un nuevo laberinto que descubrir y desenredar.

La concepción de ‘DOGA’, el primer álbum de Molina en ocho años, se origina en el show de improvisaciones Improvaset, nacido en 2019. Molina y su productor Marito (Mario Agustín de Jesús González) grabaron interminables horas de aquellas sesiones, basadas principalmente en sintetizadores analógicos y secuenciadores, y recuperaron ideas que después desarrollaron en este disco. Molina cuenta que la cantidad de material la paralizó y que, en un momento, llegó a plantearse sacar un disco triple, uno de ellos instrumental.

Más adelante, en el proceso, se unió Emilio Haro, productor de su debut de 1996, ‘Rara’, quien la ayudó a organizar las ideas. ‘DOGA’ -una variación del término «perra»- es otro ejemplo del estilo inconfundible de Molina para crear hipnóticos temas de pop a través de loops, capas y melodías misteriosas, casi narcóticas. Ella, que se muestra dolorida en las entrevistas a raíz de una lumbalgia -e incluso ofrece una desde el hospital-, quizá busca algún tipo de alivio. O, como mínimo, un escape de la realidad.

Las composiciones de Molina encierran universos sonoros, y en ‘DOGA’ fascina la manera en que evocan ciertos estilos, pero siempre desde una visión retorcida que los hace casi imposibles de identificar. Esta especie de juego óptico-sonoro puede ser figurado o literal. En el primer caso, por ejemplo, ‘Va Rara’ podría ser una composición de Tom Waits grabada desde una realidad invertida. En el segundo, literalmente, las guitarras de ‘Miro Todo’ están tocadas para que suenen “como violines desafinados, como si a quien las toca no le apeteciera hacerlo”.

En esta aparente “desgana” -visible en el registro vocal arrastrado, casi adormecido de Molina, una de sus señas de identidad- se esconden horas de laboriosa arquitectura sonora, especialmente evidente en los ritmos mecánicos, casi krautrock, de ‘Uno es árbol’ y ‘La paradoja’, que repite el mantra “los perros y los gatos van corriendo por ahí”, mientras la base instrumental se asemeja a un synth-punk pulido pero muy extraño. Detrás de la bonita melodía de ‘Desinhumano’, los instrumentales de guitarra acústica, bajo y percusiones se suceden en diferentes e hipnóticos pasajes.

Hay arreglos más convencionalmente pop-rock (dentro de que la música de Molina nunca es del todo convencional), como los de ‘Miro Todo’, que remiten a Radiohead; y otros más cercanos al folk, como ‘Caravana’, que construye una delicada pieza de tapicería sonora a través de arpas, bajos y órgano de clavos. La música se atreve a ser tan incómoda como en la final ‘Rina Soi’, que se desintegra hasta quedarse en una coda disonante infinita, sonando, en palabras de Molina, “como elefantes de hierro (y) bisagras sin aceitar”. La composición original llegó a durar entre 40 y 50 minutos; aquí se ha reducido a nueve y medio.

Las canciones de ‘DOGA’ hablan de sentimientos confusos («suave, honesto, atento, ingenioso, lo amo / engreído, me cansé, generoso, me casé», repite en ‘La paradoja’) o peleas de hermanos (‘Intringulado’) y pueden ser tan simbólicas como ‘Indignando a un zorzál’. La mejor puerta de entrada a este nuevo cosmos de Molina es ‘Siestas ahí‘, la pieza melódicamente más accesible, y también una de las más románticas: «Me disolví cuando al fin me besabas», canta, entre efectos gatunos de voz.

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Publicado por
Jordi Bardají
Tags: juana molina