Qué pasará con la música pop que escuchamos hoy dentro de 100, 500 o 1.000 años es una pregunta que los aficionados a la música nos hacemos de vez en cuando. ¿Sonará ‘Purple Rain’ un día tan remota como una canción de los años 20 o 30 del siglo pasado? ¿Llegará el día en que bailar -y llorar- ‘Dancing On My Own’ se sienta tan ajeno como hoy bailar chotis o swing? ¿Toda la música que escuchamos hoy en streaming desaparecerá?
Daniel Lopatin, la persona detrás de Oneohtrix Point Never (actual productor de The Weeknd), se hace las mismas preguntas e intenta resolverlas a través de la música. ‘Tranquilizer’ es uno de sus trabajos más basados en samples, y también uno de los más evocadores. Canciones como ‘Modern Lust’, que combina sintetizadores cósmicos y retazos de saxofón, suenan como música pop disuelta en el infinito, flotando en la galaxia dentro de miles de años.
La música de ‘Tranquilizer’ está diseñada a partir de lo que se conoce como residuos o detritos musicales, fragmentos de sonidos descartados y olvidados pero que siguen existiendo como vestigios. Lopatin extrae estos sonidos de un pack de CD’s con samples de los 90 y romplers de muzak que encuentra online durante el covid, que después desaparece y vuelve a localizar. La experiencia le lleva a reflexionar sobre la «impermanencia» de la música en la era digital.
El resultado es un trabajo que logra renovar el lenguaje de Oneohtrix Point Never de forma excitante, por fin. El sonido basado en samples, las constantes ambientaciones retro-digitales, y la naturaleza fluctuante de las composiciones remiten particularmente a ‘Replica‘ (2011) y ‘R Plus Seven‘ (2013), así como a la era del vaporwave; pero la sofisticación y el gusto aplicado a las piezas solo podrían haberse dado hoy.
Los collages sonoros de ‘Tranquilizer’ mutan casi cada segundo, y son tan inasibles que la experiencia de ‘Tranquilizer’ puede desorientar. Puedes reconocer instrumentos de cuerda en ‘Fear of Simmetry’, puertas rechinando en ‘Bumpy’ o bebés llorando en ‘For Residue’, pero siempre sonarán alienígenas. En ‘D.I.S.’ una voz operística se deja oír detrás de la densidad sonora. ‘Lifeworld’ evoca una especie de nueva exotica new age futurista, tan remota que es casi imposible de imaginar. ‘Tranquilizer’, la pista titular, más bien se sumerge en un universo acuático digital, casi de videojuego.
Es absurdo intentar «capturar» un momento o instante de estas composiciones: su naturaleza fragmentada refleja el flujo abrumador de contenido que define la era digital. En la enorme belleza de ‘Measuring Ruins -que pasa de la calma total al drama kosmische- o en los luminosos sintes de ‘Waterfalls’, e incluso en ‘Rodl Glide’, que suena como el recuerdo distante de un R&B pretérito, se esconde una necesaria reflexión sobre el deterioro de los productos culturales que consumimos, sobre la música que archivamos y desechamos, la que recordamos y olvidamos.
Son constantes los «eccos» a los discos antes citados de Oneohtrix Point Never, en las 15 piezas que componen ‘Tranquilizer’. El surrealismo onírico de las piezas no siempre es fácil de asentar, y pistas como ‘Bell Ladder’ corren el riesgo de desaparecer de la memoria precisamente como esa música que Lopatin trata de preservar. Sin embargo, ‘Tranquilizer’ es uno de esos discos para seguir descubriendo con los años, porque su propuesta musical es tan abundante que probablemente necesitaremos 100, 500 o 1.000 años para descubrirla por completo.