Consiguió el Premio Especial del Jurado en Cannes y, aunque es una película irregular que va de más a menos, sin duda es un título importante que todo el mundo debería ver. Su director tuvo que escapar de Irán para evitar la cárcel (consiguió asilo en Alemania, creo) e imagino que el resto del equipo también. Cuenta la historia de una familia en la que el padre es juez de instrucción y se encarga de firmar penas de muerte para las personas detenidas por manifestarse contra el régimen político del país. Su esposa es una mujer sumisa, devota de su marido, estricta y que respeta la tradición, pero poco a poco va abriendo los ojos a la realidad de su país gracias a sus dos jóvenes hijas, pertenecientes a una generación que cuestiona el modelo teocrático de gobierno y se manifiesta por los derechos y libertades para las mujeres iraníes. La primera mitad de la película es la mejor, es buen cine de denuncia que provoca (con metraje de manifestaciones y represión policial real). Sentirás rabia, tristeza y frustración. Pero a partir de cierto punto el foco de la película vira del conflicto en las calles al conflicto en la casa, estableciendo un paralelismo entre el gobierno iraní y el patriarcado sobre el que se articula esa familia, que exige absoluta sumisión y cree tener el poder de limitar las libertades o castigar a las mujeres de la casa a su antojo. Esta parte está mucho menos lograda, resulta redundante y finalmente deviene en un thriller doméstico algo trillado con algunas decisiones un poco facilonas. Pero bueno, la película merece la pena.
Es una obra caótica y muy ambiciosa, decir que es autoindulgente es quedarse cortos; el filtro no está ni se le espera. Coppola ha creado un batiburrillo donde ha metido sin ningún orden todas las ideas que se le han ido ocurriendo durante los últimos 20 años (probablemente estando hasta el culo del vino de sus viñedos). La cosa quiere ser una fábula sobre la decadencia del imperio americano siguiendo los pasos de la caída del imperio romano, tomando como escenario la ciudad de Nueva Roma (Nueva York con togas y laureles) y contando el enfrentamiento entre un arquitecto con el poder de parar el tiempo (César) y su archienemigo el alcalde de la ciudad (Cicerón), cuya hija está enamorada del arquitecto pero hay un primo que a su vez está enamorado de ella y conspira contra César. Todo es así como muy shakesperiano si Shakespeare hubiese sido disléxico, con un montaje incomprensible y una estética fea para perro. El reparto cuenta con un montón de actores conocidos disfrazados como para el peor carnaval de sus vidas (la palma se la lleva Shia Lebouf, el pobre) pero es imposible empatizar con ningún personaje ni casi seguir el hilo. Luego ocasionalmente hay algún destello de buen cine, pero ganan por goleada los momentos sonrojantes que cuesta creer que esto lo haya firmado el mismo tipo que El Padrino o Apocalypse Now.
Y sí, en San Sebastián se ha repetido el momento que ya se vivió en Cannes en el que ha aparecido sobre el escenario del Victoria Eugenia un tipo con un micro haciendo como que entrevistaba a Adam Driver en la pantalla, en una ruptura de la cuarta pared tan gratuita como el resto de lo que sucede en la película.