Cisne Negro era de una vulgaridad y tendencia al efectismo barato que tiraba para atrás. Daba mucho más el perfil de comedia involuntaria que Joker (como el 90% de la carrera de Aronofsky por otra parte), que es verdad que tiene algunos subrayados innecesarios, un par de escenas sobreexplicadas y que carga algo las tintas en las calamidades que le ocurren al personaje principal, pero a la vez es una película muy sólida, de las mejores del año, sorprendentemente bien dirigida y con un interpretación protagonista brutal. Que son cosas (salvo lo de Phoenix) sobre las que están pasando de puntillas todos los que se han subido de repente al carro hater porque no puede ser que sea número 1 en taquilla y tenga además un 8’7 en Filmaffinity, nota reservada exclusivamente para películas previas a 1975.
Por supuesto que se le pueden poner pegas, pero tampoco creo que sea una peli de brocha gorda o trazo grueso (entendiéndolo como simplista o sin matices) como dicen por ahí o en la misma crítica de la madre. No al menos si la comparamos con lo que hay habitualmente en cartelera o incluso con películas que han ganado festivales o premios recientemente (y no digo ya Green Book y cosas así, sino películas respetadas por el cinéfilo medio de Filmaffinity como las de Ken Loach que han ganado en Cannes, que eso sí que era brocha gorda y maniqueísmo de garrafón). A diferencia de eso, Joker es lo suficientemente ambigua como para generar debate sobre su personaje y la postura de la película, en vez de metérselo todo mascado y con embudo al espectador.