Para mí de pequeña era una especie de juego, me iba con mi padre y con mi hermana por los callejones a buscar los tronos, a pedirles cera a los nazarenos y a darles la mano, a comer limones, barquillos y pipas, una papa asada mientras esperábamos o el bocadillo que nos había hecho nuestra madre.
La semana santa es algo que me transporta a otro tiempo, el olor del incienso, las bandas de cornetas y tambores, las campanas de los nazarenos y la del trono me remueven por dentro por todo a lo que lo asocio, y creo que por eso lo respeto y le tengo tanto cariño, porque en mi familia no somos religiosos y cuando iba con mi abuela, que sí lo es, para mi esa parte de adorar a una talla de madera me quedaba lejísimos y ahora mucho más pero eso no quita que se me pongan los vellos de punta cuando pasa una virgen y la calle se queda en silencio y de pronto rompen en aplausos y empieza la banda, es muy raro de explicar y creo que solo la gente que lo vive así lo puede entender.