Yo, como @anwitoo, me he criado en una familia en la que no ha habido apenas devoción ni gusto por la Semana Santa. A mis abuelas si les gustaba mucho y éramos hermanos de una hermandad por ellas. Por eso recuerdo de pequeño hacerme amigos de mi edad y corretear de paso en paso. También recuerdo cansarme rápido, a los mayores reprimiéndome cuando hablaba fuerte o la liaba un poco y desear que acabase ya la procesión en cuestión. No lo voy a negar, en gran parte lo recuerdo como algo aburrido. Pero también como algo bonito, un momento en el que el pueblo se une por una misma causa. Para adorar una imagen, pedir por los suyos, criticar el fenómeno... era un momento de reunión.
Con unos años más, coincidiendo con la llegada de pubertad, entré en ese momento en el que te lo cuestionas todo y empecé a renegar por completo de la religión y de todo lo que se le pareciese. Seguía yendo al pueblo en SS pero pasando olímpicamente de la misma. Me quedaba en casa viendo pelis con mi hermana y demás. Me sumé a ese club de gilipollas que desean que llueva o que se caiga un paso y me sentía muy guay por ello. Afortunadamente se me pasó rápido y pasé una situación que es en la que ahora me encuentro.
Me interesa la Semana Santa desde un punto de vista cultural. Me gusta aprender cosas sobre el tema, porque no tengo apenas idea. Aparte, hay cosas de ella que no me gustan nada pero son menos que las que sí y es por eso por lo que me siento orgulloso de ella. Como un elemento bonito, espiritual, de hermandad de pueblos, como elemento fundamental de mi tierra.