El Príncipe
Chile, años 70. Jaime vive secreta y obsesivamente enamorado de su amigo hetero, hasta que una noche en un arrebato de celos lo mata. Condenado por asesinato, Jaime es enviado a The Gayest Prison Ever, cuatro muros entre los cuales no cabe ni un átomo de heterosexualidad, los presos viven permanentemente en calzoncillos y entregados al más absoluto mariconeo (hasta la película que les ponen en el cine es A pleno sol, la escena de Alain Delon besándose a sí mismo en el espejo). Ni qué decir que Jaime allí se siente como Pedro por su casa, más feliz que una perdiz, más ancho que Pancho, mucho mejor dentro que fuera de la cárcel. Allí encuentra sexo, amor, un sugar daddy, un apodo (el Príncipe) y una vocación: ser el más bonito y deseado del lugar. La peli ganó el Queer Lion en el último festival de Venecia, es entretenidísima y merecería un minuto a minuto, una secuela y hasta diría que una parodia porno, si no fuera porque por momentos está a punto de convertirse en su propia parodia porno.