Una vez más, con la France hemos topado. A ver qué maravillosa canción nos regalan los vecinos del norte...
Pues bien, en esta ocasión tenemos a un primo segundo por parte de padre de Thimothée Chalamet que ha ido a la escuela de baile de Tommy Cash. Nos trae un tema con el que pretende hacernos creer que la gente con la que te cruzas en el día a día resulta poética por su mera existencia, aunque ésta consista en fumar en los bares, llorar sin motivo y tirarse pedos en el ascensor para huir después como ratas parisinas. Eso sí, siempre que bailen. El chico tiene como 18 años, ya se dará cuenta.
Como buen francés, no puede evitar exudar elegancia en cada frase, con una voz grave que contrasta con su juventud y su aspecto flow 2K trajeado y despeinado (es el moderno de la consultora donde le ha enchufado su tío). La letra probablemente la escribió una estudiante de intercambio checa, aspirante a bohemia, en una máquina de escribir antigua sentada en un banco de Montmartre y a la que compró el poema por 5€ y una baguette. De ahí que la parte vocal consista en un recital spoken word de principio a fin y, si bien la base electrónica empieza siendo dominante con un loop de teclados que nos traslada un poco a esa rutina del paisaje urbano que describe, al final el verdadero protagonista es la guitarra, que lleva el peso melódico de la canción y mantiene el interés hasta el final (y, especialmente, en el final) con un estribillo punteado y unos acordes desgarrados que te despiertan de esa cuidadosamente buscada sensación de monotonía-enérgica del tema. Uno no puede evitar la expectación de escuchar la siguiente entrada de la guitarra y, sin ella, no sé si bailaríamos tanto.
El hombre lobo en París que hace su aparición al final, no es que moleste, pero tampoco hacía falta.