Yo he escrito cosas así, porque soy muy rollero:
EL RECHAZO A LLORAR LA MUERTE, POR EL AGUA, DE UNA NIÑA EN ZARAGOZA
Mira a ese hombre cómo se retira
de la humanidad hecha carne en el bocado,
alimenta a su hija
y luego la abraza, aunque portal afuera
la lluvia,
mustio alborozo de cobre,
esté celebrando su ayuno.
La noche podría
proyectarte, hermana,
y dar nombre y respuesta a tus quietudes,
a la necesidad del pan a una edad baldía
o al gusto y al quejido con que eleva
nuestro padre un altar,
y nutre, y también acuna
a la niña fácil con tristeza de metales.
Esta escena, no quiero que lo olvides,
será nuestra oración.
A cada temblor que remita
trenzará un antecedente en la historia:
las botas mojadas, la delgadez del vaquero,
el propio abandono de su origen:
le hablará de plantar y arrancar sin cultivo;
creerá en la redención,
hebra a hebra, de la infancia hecha mechones.
Demasiado orgullo, míralo ahora,
para legarnos un pasado.
He ahí que abraza, besa. Y observa cómo duerme.
He aquí el futuro
moldeable todavía. Observa cómo,
y no me sueltes de la mano,
la niña se va a quedar
dormida para siempre.
Dudemos, mientras muere,
mientras nuestro cierzo graso ahoga
e insalubre empeño a torrentes
de monedas, nuestra voz;
de su culpa
y de la culpa, y de todos nuestros hijos,
de hasta dónde llega
frente a un recuerdo falso
la responsabilidad.
Esa niña muerta, que es cuanto hemos sido,
da respuesta, hermana,
incitando a comprendernos.
Devolvamos a este padre, que podría ser el nuestro,
este rezo,
este regalo,
la impotencia histórica de ser. Y hablemos, como aparte,
de quien la vida no nos priva, de la vida en que nadie
se desprende al no existir.
Porque acaso
dime, hermana,
en ella muertos como estamos, la vida
-o esto nuestro-
¿qué es?