Bueno, es que no es un programa que enganche a la primera, y hay que ver al menos dos o tres ediciones para entender de qué va. No me extrañarÃa que Estados Unidos hubiese pagado poco o nada por los derechos de emisión, con idea de que sea algo que crezca con el tiempo.
En Estocolmo conocà a unos fans neozelandeses del festival. Una de ellos, india de nacimiento y obsesionada con la canción ucraniana, me miró muy seriamente y me dijo algo asà como "You need to get Eurovision in order to understand it", "you do get Eurovision, right?".
Me hizo gracia que usara el verbo "pillar", como si Eurovisión tuviese truco, algo que hubiese que comprender con lenguaje avanzado, como una imagen de El ojo mágico. Pero dándole un par de vueltas lo cierto es que tiene razón.
Y sÃ, para un norteamericano puede ser demasiado complejo descodificar todo el peso polÃtico, los votos en bloque, los malos malÃsimos (Rusia, Azerbaiyán), la estética general o las tendencias reiteradas de algunos paÃses a lo mismo: Suecia y su schlager, los Balcanes y sus canciones rasgadas, y España con el batuburrillo. Todas esas cosas molan sólo con la perspectiva del tiempo, y para alguien que lo ve por primera vez tiene el mismo interés que un estocado veneciano.