Estoy en contra de politizar esto. En contra de parar la maquinaria de Eurovisión, o de descalificar a nadie a estas alturas.
Y ojo, no es porque no me crea lo de que hubiese un acuerdo previo BMG-TVE, ni que la maniobra del jurado+demoscópico es oscurita tirando a negra. Sino porque me parece que responde únicamente a intereses políticos, no culturales ni sociales. No llevará a nada bueno: no será bueno para ninguna de las candidatas del podio, ni para los eurofans, ni para TVE, ni para la continuidad de un programa que, salvando ese componente, ha estado muy bien y yo quiero que siga.
A los únicos a quienes beneficia este circo son los políticos de turno, que sacan rédito político de señalar algo como si nadie lo hubiese visto antes, y empezar a picar como un pájaro carpintero.
Sé que suena muy básico, pero me agota que la clase política llegue a esas cotas de hipocresía: en 2017 Manel fue un dedazo sin paliativos, en directo y frente a toda España, volaron sillas en el plató y hubo agresiones físicas. Pero como aquella mierda de gala no tuvo 10 millones de espectadores ni la vio, literalmente, la mitad de Galicia, ese escándalo se quedó en una simpática comparecencia en el Congreso y ya.