Todo lo que sé de Teresa de Calcuta es que dos de sus seguidoras me abordaron en una parada de tranvía de Szczeczin un día de lluvia.
Me preguntaron el nombre y por qué llevaba un hierro en la nariz, les pareció un acto de soberbia quererme distinguir de los demás. Y me recordaron la historia de Ignacio de Loyola, que había sido un chico malo pero al final se redimió. Me regalaron una medallita de latón de la madre Teresa y se fueron.
Entonces por fin pude abrir la marquesina y llevarme el cartel, que es lo que quería.
Feliz santo a todos los Ignacios y a todas las Loyolas.