Bueno, pues fueron tres horas de visita en las que el hombre no paró de hablar y de contarnos anécdotas e historias de cada cosa que veíamos, la verdad que todas muy interesantes. El hombre resulta que era el organista de la Catedral, conoce hasta al tato y tiene batallitas para aburrir (mi preferida fue la de la boda de la Infanta Elena en la que él, obviamente, tuvo que tocar el órgano: con las cosas que nos contaba se podría hacer un Deluxe, madre mía).
Un capillita en mi lugar se hubiera vuelto loco porque nos dejaba subir a tocar las imágenes y meternos en todas las dependencias, nos lo explicaba todo. Lo mejor fue cuando nos sentó delante de la Virgen de la Sede (me enteré ayer que es la Virgen titular) y nos tocó el órgano un rato, ya al final. Ufff, muy impresionante.