En el concierto que he puesto antes, cuando dice que no iba a morirse nunca... Me ha emocionado, ha hecho que se me salten las lágrimas. Qué grande, Chavela.
Era un México pequeño, accesible, cálido, en el que se daba esa "cultura del encuentro" como la llamaba Sylvia Navarrete, los amigos llegaban a sentarse en un café a platicar. En el Sanborn's de la Casa de los Azulejos desayunaban Catita Sierra, Andrés Henestrosa, el Chato Noriega (...) México era una piñata llena de sorpresas y todos podíamos darle sin perder el tino. El país, recién salido de la revolución, florecía. La región más transparente sería la cuna de las artes. El orgullo de ser mexicano se mecía en la vestimenta de las mujeres, en los antojitos, moles y aguas frescas, en las colecciones de arte prehispánico, en el Tamayo’s pink, en el azul añil de la casa de Frida Kahlo, en el rigor de Luis Barragán, en los ángeles de papel de china que pintaba Chucho Reyes Ferreira en un dos por tres. José Vasconcelos había inventado la raza cósmica, ser moreno era una distinción, Dolores del Río lo confirmaba y los nuevos programas de educación ensalzaron al indígena, la visión de los vencidos fue la que prevaleció. Emiliano Zapata y Francisco Villa, grandes héroes populares, tenía un sex appeal que se prolongaba en los nuevos revolucionarios.
Siempre lo he dicho, y no me canso de decirlo, el mejor concierto al que he asistido en mi vida es al de esta señora. Por encima de muchos otros, fue hace unos 6 o 7 años y fue increíble. Ya estaba muy mayor físicamente no aguantaba mucho de pie, pero la voz, dios, su voz era increíble! Que buen recuerdo de ese concierto!
Comentarios
Al menos nos quedan estos documentos maravillosos
¿En qué quedamos, pelona?
Edito. Es del mismo concierto que ha puesto @Elek
Era un México pequeño, accesible, cálido, en el que se daba esa "cultura del encuentro" como la llamaba Sylvia Navarrete, los amigos llegaban a sentarse en un café a platicar. En el Sanborn's de la Casa de los Azulejos desayunaban Catita Sierra, Andrés Henestrosa, el Chato Noriega (...) México era una piñata llena de sorpresas y todos podíamos darle sin perder el tino. El país, recién salido de la revolución, florecía. La región más transparente sería la cuna de las artes. El orgullo de ser mexicano se mecía en la vestimenta de las mujeres, en los antojitos, moles y aguas frescas, en las colecciones de arte prehispánico, en el Tamayo’s pink, en el azul añil de la casa de Frida Kahlo, en el rigor de Luis Barragán, en los ángeles de papel de china que pintaba Chucho Reyes Ferreira en un dos por tres. José Vasconcelos había inventado la raza cósmica, ser moreno era una distinción, Dolores del Río lo confirmaba y los nuevos programas de educación ensalzaron al indígena, la visión de los vencidos fue la que prevaleció. Emiliano Zapata y Francisco Villa, grandes héroes populares, tenía un sex appeal que se prolongaba en los nuevos revolucionarios.