En 2002, en un panorama mundial excitado por una emergente escena electrónica y dance cuyo ascenso parecía imparable, EMI reeditaba a través del sello XL los tres discos publicados por Sympathy For The Music Industry de un dúo de Detroit, chico y chica, llamado The White Stripes, a propósito de la aclamación crítica del último de ellos, ‘White Blood Cells’. En ellos revisitaban aquel garage-rock que estigmatizó la escena de su ciudad natal durante los 70, enfrentándose al desafío con un fresco, descarado y valiente minimalismo (únicamente se valían de la guitarra y la voz de Jack White y la batería de Meg White), aunque en cada disco se esmeraban en ampliar su paleta a otros estándares norteamericanos como el blues, el boogie o el country. En el a priori improbable éxito de una propuesta tan retro, seguramente tuvo mucho que ver una sencilla pero eficacísima estrategia de márketing, ideada por la banda. Para empezar, en todas sus imágenes Meg y Jack White aparecían ineludiblemente envueltos en tres colores combinados dos a dos: rojo, blanco o negro. Porque… ¿a quién no le pone un uniforme? Y para acabar, aseguraban ser hermanos, aunque parecía un hecho que eran o habían sido pareja en algún momento. Ese morbo, esa misteriosa relación, fueron probablemente el toque necesario para que… ¡BAM! de repente, los indies adoraran el blues.
Aunque ‘White Blood Cells’ es un álbum brillante, en el que ya habían alcanzado una forma muy pulida de su concepto, padecía de un excesivo minutaje que no sacaba partido al enorme potencial comercial que se adivinaba en la banda. Y en 2003, ya con un respaldo multinacional que les sirvió los medios necesarios, llegó ‘Elephant’. Grabado en Londres, volvía a estar protagonizado por esa básica instrumentación, la maestría de la guitarra de Jack, su inconfundible voz, y la simpleza contundente de la batería de Meg. Se dice que fue el propio Jack quien le enseñó a tocar, tras enamorarse de ella cuando trabajaba como camarera en un bar de Detroit. En 1996 se casaron, adoptando Jack el apellido de soltera de Meg y no al revés y, sin embargo, ellos aseguraban públicamente ser hermanos. Años después Jack confesó a Rolling Stone que era una cuestión de imagen, creyendo que al público le parecería más atractiva una banda hermano-hermana que una banda marido-mujer. De hecho, hace poco Meg se ha vuelto a casar.
La cuidada imagen de la portada, gótica, inquietante, rara, llena de simbolismo y abierta a mil interpretaciones (decía Jack que en ella ellos son hipotéticas orejas a los lados del cráneo del elefante -el ampli-), es ya un fiel reflejo de que el proyecto había alcanzado la madurez necesaria para el éxito. Y ‘Seven Nation Army’ es la canción que hizo efectiva esa madurez. Escrita en una prueba de sonido antes de un show en Australia, hay quien dice que está inspirada por el primer movimiento de la 5ª Sinfonía de Aaron Bruckner (puede comprobarse alrededor del minuto 3:35 de este vídeo), pero lo cierto es que su riff de falso bajo (en realidad es una guitarra tocada a través de un pedal de octavaje) se ha convertido en una (si no LA) melodía que quedará indeleblemente unida a esta década que termina. Tan sencilla y eficaz que llegaron a convertirla en el símbolo de la victoria de Italia en el mundial de fútbol de Alemania 2006. Una canción rabiosa sobre la rabia contenida, Grammy a la mejor canción rock de 2004, la segunda mejor canción de esta década según Rolling Stone, un himno de nuestra era. Su vídeo, dirigido por Alex & Martin, redunda de forma ingeniosa en la simple pero potente imaginería visual de la banda.
El golpe de efecto de ‘Seven Nation Army’ fue el espaldarazo definitivo para el dúo. Todo el mundo admiraba y amaba ya a los White Stripes. Todo el mundo quería escuchar ‘Elephant’ y ‘Elephant’ era mucho más que ‘Seven Nation Army’. Hay quien acusa a la cuidada producción de las guitarras o los coros de ir en detrimento de la frescura y urgencia de sus primeras obras, pero es evidente que todo era en aras de obtener un sonido aún más evolucionado y personal. Los solos afilados, desquiciados, de la frenética ‘Black Math’, la bluesy ‘Ball And Biscuit’ o ‘There’s No Home For You Here’ daban la medida en que Jack White se convertiría en uno de los pocos guitar heros de su generación, demostrando también grandes dotes como pianista (como en la billyjoelesca ‘I Want To Be The Boy To Warm Your’s Mother Heart’). Tampoco hay patinazos en los temas más reposados: brillan la preciosa delicadeza acústica ‘You’ve Got Her In Your Pocket’ o la misteriosa ‘In The Cold, Cold Night’, en una de las escasas ocasiones en que Meg toma el micro, en este caso para desarmar seduciendo con su voz de lolita mientras nos cuenta como él llega sigiloso en la fría noche para darle calor… Un icono sexual de nuestros días, alimentando nuestros mejores sueños eróticos…
Ni siquiera el fallido experimento de ‘Little Acorns’ logra desmerecer un disco en el que una de las bazas vuelve a ser esa energía punk que tan bien dominan, en las infalibles ‘Hypnotise’, ‘Girl, You Have No Faith In Medicine’ o en uno de sus singles más exitosos, ‘The Hardest Button To Button’ y su increíble vídeo a cargo de Michel Gondry, una de las piezas visuales más maravillosas de esta década (otra vez).
Incluso en sus momentos más anecdóticos, ‘Elephant’ es especial y emotivo, reivindicando el talento de dos maestros: Burt Bacharach (su conocida versión de ‘I Just Don’t Know What To Do With Myself’ podría encajar en cualquier banda sonora de Tarantino) y Holly Golightly (el disco acaba con un dueto guasón en el que Jack y Holly se confiesan su mutuo cariño, dejando claro que la colaboración le sirve a Holly para «pagar sus facturas»).
Sus pasos posteriores, ‘Get Behind Me Satan’ e ‘Icky Thump’, padecieron cierto desgaste de la fórmula, ya convertidos en superestrellas del rock and roll (el rasero está en que aparezcas en un capítulo de los Simpsons). Pero ‘Elephant’, su encanto, su indescifrable magia (ni siquiera sus notas interiores son apenas inteligibles más allá de que el disco «está dedicado a, y es para, y sobre la muerte del cariño»), tendrá difícilmente un heredero ya que se trata de uno de esos discos que se convierten en el símbolo de una época, los 00s.