Las noticias sobre la celebración (o no) de la edición 2012 del Festival Viva la Canción fueron contradictorias en una sucesión de comunicados enviados a la prensa a lo largo del mes de marzo. Primero se anunció una programación de tres días con nombres como el venezolano Ulises Hadjis, la chilena Soledad Vélez o el brasileño Lucas Santana, además de los que finalmente formarían parte de la edición actual. Apenas una semana después, se anunció la suspensión y, otro poco después, se definió una gira por España, Francia y Bélgica con alguno de los artistas, más la inclusión de última hora en algunas fechas de la chilena Francisca Valenzuela. Un tanto de desconcierto y otro tanto de mala espina por si se ponía en peligro un festival especial, único, que apuesta por nombres que, ajenos a la labor importantísima de Casa América, sería imposible ver en España, tal y como se ha demostrado en las dos ediciones anteriores.
Para contextualizar los problemas previos al festival, conviene recordar que está impulsado por la revista Zona de Obras, una publicación esencial con más de quince años abriendo mentes y tendiendo puentes entre la cultura de las dos orillas que compartimos el español como idioma, pero que hace poco tiempo ha anunciado que se prepara para un hiato de unos meses para definir el futuro y su sostenibilidad. Por otro lado, Casa América es un organismo que depende del Ministerio de Exteriores con participación de patrocinios privados en su incesante y continua actividad cultural. Como tal, no es ajena a los recortes presupuestarios recientes. El nombramiento de Tomás Poveda, mano derecha del ministro Margallo, como nuevo director de la institución, y el cambio de varios cargos claves en Casa América trajo, como poco, incertidumbre sobre si la excelente e incansable labor del equipo anterior continuaría. Y aunque un evento como Viva La Canción no representa más que decimales en la cuenta de resultados ministerial, parece difícil explicar la importancia simbólica de unos cantantes venidos de América a romper unas barreras construidas por el desconocimiento.
Visto esto no cabe más que felicitarse de que, al menos por el momento, la edición 2012 saliese adelante aunque fuese en formato reducido. No sabemos si buscado, o por las circunstancias, la primera fecha de la gira, la de Madrid (en otras cambian algunos artistas) mostró a cuatro mujeres con cuatro sensibilidades diferentes, cada cual con una belleza rotunda y cada una exploradora de un universo muy particular. Cuatro formas de entender la música desde un ángulo definido por sus personalidades artísticas.
Lido Pimienta. Exuberancia. Esta colombiana-canadiense es conocida por parte del público español por colaborar con Javiera Mena en la canción ‘Luz de piedra de luna’ de su disco ‘Mena‘. En su primera presentación en España parecía nerviosa al aparecer en el escenario ante un público que llenaba el Auditorio Gabriela Mistral, con una camisola brillante que apenas llegaba un palmo debajo de su cintura y su música basculando entre el chill-wave y el pop de autor hecho con minimalistas bases electrónicas, en las que todo el peso recae en una exuberante interpretación, siempre abierta a la improvisación y a introducir orgánicamente elementos, ideas o expresiones de lo que va ocurriendo.
En ‘Buenos días’ no pudo resistirse a hacer un chascarrillo sobre la reciente polémica que involucraba a un rey, un elefante y un accidente. Toda una show-woman desbordante de erotismo y, como siempre en su discurso, reivindicando su papel de colombiana, negra, mujer, madre y ser sexual sin caer en un discurso plano o panfletario, sino como pura expresión de sí misma, de lo que es. En un momento dado salió Natalia Lafourcade a hacer un dueto pero la tecnología jugó una mala pasada y no sonó ni ordenador ni sinte, lo cual sólo sirvió para encontrar una imaginativa solución al problema y hacer la canción a capella, aprovechando las limitaciones para ofrecer a un público entusiasmado algo inesperado incluso para las cantantes. Para el final dejó dos de sus grandes canciones, ‘Rata’ y su expresión violenta del amor y ‘Mueve’, en la que la fisicidad de su música era acompañada con espasmos que parecía que podían quebrar su equilibrio en cualquier momento.
Carla Morrison. Ternura. La mexicana pasó de apadrinada de Natalia Lafourcade por la admiración de esta hacia su música y sus maquetas, a una gran estrella en su país, en el que la reciente publicación (apenas un mes) de su primer disco tras tres EP’s, ‘Déjenme llorar’, la ha colocado como una de las figuras descollantes del panorama azteca. Acompañada del chileno Andrés Landon, productor de su disco junto al talentosísimo Torreblanca, Carla representó la calma tras la tempestad Pimienta. Lo logró sacando provecho de sus privilegiadas dotes vocales con una paleta de registros en vivo que recordaba por momentos a Mari Trini, otros a la tristemente olvidada diva uruguaya Diane Denoir y otros a Hope Sandoval (y más en los temas que se acercan a la música fronteriza de donde Carla procede). Durante todo su set, se podía palpar en el ambiente por un lado su nerviosismo no disimulado, que emergía cuando no cantaba y, por otro, la respiración contenida del público cuando lo hacía. Un timbre que se agarra en el fondo del estómago con momentos en los que el que esto escribe tenía que ponerse a tomar notas para distraer las lágrimas que querían escapar durante su interpretación de ‘Falta de respeto’.
Combinando temas de su disco como ‘Eres tú’ o la celebradísima ‘Tu orgullo’ y otros anteriores como ‘Esta soledad’ o ‘Compartir’, convencía a un público ganado de antemano (mayoría mexicana en la platea incluso mostrando banderas). A pesar del reducido formato supo sacar luz al repertorio de uno de los trabajos más destacados en español de lo que llevamos de año. Un disco impúdico producto de una dolorosa ruptura (de ahí el título) que lo emparenta con el ’21’ de Adele y que como esta, a otro nivel, ha conseguido llevarle a un estrellato mostrando en carne viva sus sentimientos con unas letras directas, sin medias vueltas ni rebuscadas metáforas, sino utilizando un lenguaje sencillo pero muy profundo como ocurre en ‘Maleza’, quizá una de las canciones más descorazonadoras que se escucharán este año.
Natalia Lafourcade. Aventurera. Hace dos años en este mismo escenario Natalia presentaba en nuestro país el extraordinario ‘Hu Hu Hu’ (segundo mejor disco de 2009 y séptimo de la década para Club Fonograma). Dejando (muy) atrás su pasado de estrella adolescente, buscando un sonido muy personal dentro de los márgenes del pop, ese trabajo es una parada que parece complicado superar.
En esta ocasión venía con el material de su siguiente lanzamiento, un disco homenaje al gran compositor Agustín Lara, autor de temas clásicos tan conocidos como ‘Granada’ o ‘Solamente una vez’. Adelantó hasta tres canciones de este disco. A priori no parece un proyecto muy excitante, puesto que los discos de versiones rara vez suelen encontrarse entre lo más destacado de las carreras de sus intérpretes (a no ser que te llames Wilco o Billy Bragg). Sin embargo, igual que la anterior ocasión, Natalia sacó un gran partido al autosampleo tanto en voces como en el plano instrumental, ejemplar en casos como la irónica ‘Cursis melodías’, una canción emparentada en espíritu a la burlona ‘Canción de si tú me quieres’ de Le Mans por su tratamiento descreído de los tópicos románticos.
Durante la mayor parte de su actuación fue acompañada por el dominicano Alex Ferreira al bajo y por un percusionista que tocaba una extravagante batería casera construida con una maleta y una cacerola y su tapa a modo de platos. Con todo a su favor, al ser el número más esperado de la noche, la diminuta estrella mexicana, pura piel y huesos como la protagonista de la canción de La Mode, estaba exultante. Tanto que tras un grito de felicitación de Lido Pimienta, animó a esta a bajar a pesar de no tener nada ensayado e improvisaron una versión de ‘Sin pena’ en la que la voz de la colombiana se complementaba con los sonidos que iba inventando sobre la marcha Natalia. Todo ello antes de dar paso a una intro atmosférica para atacar como colofón su gran tema ‘Azul’, que comienza como una canción convencional para mutar envuelta en brumas baladamentianas actuando ella como una Julee Cruise de bolsillo dejando a los presentes bastante impresionados.
Russian Red. Contundencia. Tras la exhibición en directo de Natalia Lafourcade, Russian Red, con un repertorio mucho más convencional, tenía, además, la desventaja de no ser el plato principal para la mayoría del público que ya llevaba allí tres horas. Preciosa, ataviada con un LBD y unos altos tacones que la estilizaban al máximo, era muy consciente de su dominio a estas alturas de cómo enfrentarse a un directo, y su seguridad en el escenario acompañada de Brian Hunt en la guitarra y Pablo Serrano en las percusiones le permite superar circunstancias como esta tan pronto como en la primera canción que, en este caso fue ‘The Memory is Cruel’.
La poco habitual, a estas alturas, posibilidad de verla en un entorno tan íntimo y cercano, dado su estatus de estrella, era lo más propicio para mostrar a las claras que Lourdes Hernández se toma con mucho humor el personaje Russian Red, ironizando entre tema y tema, muy habladora y con un aplomo que hace olvidar que era la misma chica tímida a la que no era difícil ver en salas pequeñas como Moby Dick o incluso Búho Real hace no tanto. Pero tras dos notables discos, repasando sobre todo su reciente ‘Fuerteventura’ (‘Tarantino’, ‘The Sun The Trees’, ‘I Hate You But I Love You’) y con muy escasas concesiones a su pasado, como la pimpinelizada ‘Cigarretes’ con Hunt cantando la segunda estrofa, terminó por todo lo alto con la puesta en escena un poco efectista pero definitivamente efectiva de ‘Brave Soldier’, con los tres músicos a una golpeando tres toms de piso haciendo retumbar el Gabriela Mistral, que ni ahí perdió su perfecta acústica, ganando unos fervorosos aplausos hacia la madrileña incluso de los que no la conocían (que los había).
En resumen, cuatro intensas horas de voces femeninas que esperemos tengan continuidad en los siguientes años trayendo, a poder ser, más números inéditos. Por pedir, podrían ser los mexicanos Hello Seahorse!, la chilena Fakuta o los argentinos Herman Martinez y las Estrellas. Pero, vistas las dificultades, ya sería de celebrar que continuase en cualquier forma posible.
Fotos: Claudia Ochoa