En Billboard Billy Corgan explicaba que en ‘Aghori Mhori Mei’ había partido de la obra de Smashing Pumpkins del pasado, en cómo pensaban la música durante la primera parte de los 90’s, para encarar el futuro. Pues el futuro pinta negro. La ópera-rock ‘ATUM’ (2023) era bastante inasumible en longitud (¡33 temas y más de dos horas y cuarto!), pero contenía canciones interesantes. ‘Aghori Mhori Mei’ son solo diez temas, dura 44 minutos… y nada destaca.
Da la sensación de que Billy Corgan haya fabricado el disco con IA. Como “prompt” o instrucciones debió escribir algo así como: “disco de metal-grunge con guitarras tipo las de ‘Cherub Rock’ pero más atronadoras”. Y es que el disco es una cascada de guitarrazos metaleros genéricos que parecen recreados por algún programa informático. La producción remite a lo peor del rock electrónico de los 90. Todas las canciones cabalgan sobre una épica fofa y un permanente subidón que no te eleva a ninguna parte. No hay ninguna melodía memorable.
La introducción tan grunge, tan 90’s de ‘Edin’, la primera canción, puede llamar la atención. Pero en cuanto suena el primer redoble pesadísimo, y luego entran las guitarras más pesadísimas aún, el asunto se tuerce. Si a eso se le añade la voz de Corgan, muy en segundo plano, ahogada pero tratando de sonar fuerte y desafiante (spoiler: no lo consigue) y excesivamente abrillantada (¿autotune?), te das cuenta de que la cosa no promete mucho. Y ojo, que quizás es de las mejores canciones.
Todo en ‘Aghori Mhori Mei’ suena sobadísmo. Incluso si algo puede llamar la atención en alguna canción, como los coros femeninos en ‘Sighommi’ o la línea melódica vocal de ‘Pentecost’, que remite a Suede, Corgan se empeña en ahogarlo a continuación en lugares comunes. Incluso cuando se aparta un poco de la corriente general del disco en ‘Who Goes There’, lo hace con un pop tan mesiánico, tan tópico, tan repleto de sintetizadores engolados, que enoja más que refresca.
Solo se salva el aroma a tiempos mejores, a ‘1979’ concretamente, que exhala ‘Goeth the Fall’, la única canción que tiene un estribillo bonito y una melodía estimable. Y, quizás, el orquestado final de ‘Murnau’ (y no porque se acabe el disco, ojo). El resto, en fin, es muy aburrido.