El día que conocí a los de ‘Lost’

La paradoja de cualquier fan es la de dejarse la vida intentando conseguir aquello que a la vez más teme: conocer a sus ídolos. Si encima eres periodista y lo haces trabajando, añádele la presión de estar a la altura, ya que cuando te confirman una entrevista con alguien a quien admiras, no sólo tu dignidad profesional, sino la estrella en cuestión y, sobre todo, su séquito de publicistas, esperan un comportamiento digno de la oportunidad que te brindan. Son muchas las normas que debes cumplir cuando tienes a alguien importante delante (no pedir fotos ni autógrafos serían las básicas), y aunque en principio te jodan, acabas descubriendo que, en el fondo, una firma no es nada comparado con el privilegio de poder sentarte a hablar con alguien al que en la vida real sólo tendrías acceso durante unos pocos segundos, posiblemente después de haber pasado horas esperando en una valla junto a una alfombra roja.


La gran vuelta de tuerca viene cuando tus entrevistados resultan ser los protagonistas de la serie que te tiene obsesionado en el momento. Actores que, a diferencia de las estrellas de cine o música, has convertido en algo así como amigos a fuerza de seguir su vida en la pantalla durante años. No quiero ni pensar la que podría haber montado si me hubiesen dicho que tenía una entrevista con David Duchovny y Gillian Anderson cuando echaban ‘Expediente X’ por Telecinco, o con los chicos de ‘Friends’ cuando tenía que pedir a un amigo que me grabara los capítulos que ponían en codificado en Canal Plus. Ríanse ustedes de las seguidoras de Tokio Hotel. Pero quiso el destino o la casualidad (que como bien apuntaron Mr. Eko y hace nada Jack son conceptos que no deben ser confundidos) que estuviera bastante crecidito el día que conocí a la gente de ‘Lost’.

Fue en junio de 2007 en Montecarlo, donde se celebra cada año el Festival Internacional de Televisión. La tercera temporada de ‘Lost’ había acabado unas semanas antes con una sorpresa que levantó la serie tras una tanda de capítulos bastante aburridos. Una secuencia que podríamos poner sin equivocarnos entre los diez momentos más memorables de ‘Lost’: el flashforward de Jack gritando eso de “tenemos que volver, Kate”. «¿Y ahora qué?», nos preguntábamos todos. Terry O’Quinn, el ocupante de aquel ataúd por el que Jack lloraba – aunque todavía faltaba un año para que lo supiéramos– fue al primero que se lo pregunté. Terry, alto y con la misma sonrisa de su personaje, primero te daba la mano y luego te preguntaba hasta dónde habías visto la serie. Luego me contaron que siempre lo hacía, supongo que fruto de la paranoia del equipo por no spoilear nada. “Cualquiera que haya visto las tres temporadas sabe lo mismo que yo”, me dijo. “No sé lo que va a pasar. Sé que vuelvo a trabajar pero no tengo ni idea de cómo va a empezar la cuarta temporada, de verdad”. El Antijacob todavía no había hecho aparición, así que le creí.

Aparte de la introducción del «Flashforward», aquella tercera temporada marcó también un hito, ya que fue en la capital de Mónaco donde nos dijeron que la serie, además de empezar a tener 16 y no 22 capítulos por temporada, tenía una fecha final programada que entonces se me antojaba muy lejana, 2010. “Creo que es brillante marcar un tope. Garantiza, sobre todo, que los guionistas pueden hacer un trabajo increíble, ya que saber que esto termina les ayuda a saber hacia dónde tienen que ir”. No me dejó poner ni un pero. “Soy consciente de que a veces parece que los guionistas se han perdido en el camino, pero la gente tiene que ser paciente porque todo tiene una explicación, una respuesta. Hay que darle una oportunidad a la historia y confiar en lo que hacemos. Así es como funcionamos. Incluso los actores tenemos que hacerlo. Por ejemplo, no me gustó nada pasarme toda la segunda temporada sin hacer otra cosa que apretar un botón. Estaba fatal y se lo dije a los productores. ¿Sabes que me respondieron? Que por supuesto que tenía que estar cabreado, porque yo era John Locke y mi personaje era un infeliz. Y es verdad, no puedes ser siempre el tío que soluciona los problemas de los demás. Al fin y al cabo son los guionistas los responsables de ponerme abajo y de volverme a subir. Mi trabajo es dejarme llevar”.

Por aquel entonces trabajaba para un medio generalista, así que tocaba la tanda de preguntas pensadas para satisfacer a todos los lectores, fans o no fans de la serie. “Estoy seguro de que si buscas una definición de perdedor en el diccionario saldría una foto de Locke antes de llegar a la isla: solo, sin éxito, tímido…”. Así es como definía O’Quinn a su personaje. “Siempre lo he visto como alguien con un instinto muy desarrollado para saber cómo resolver problemas, pero infeliz y frustrado porque nunca había tenido la oportunidad de demostrarlo debido a su total falta de confianza en sí mismo. La isla ha invitado a John Locke a ser lo que siempre ha deseado, por eso las reglas de John Locke siempre han tenido éxito, porque no tiene problema en explicar por qué hace lo que hace”. Se nota que todavía no sabía lo que estaba por venir, como demuestra su respuesta a la pregunta de qué personaje de la serie le dio más pena que muriera. “He sentido mucho que Dominique (Charlie) dejara la serie. Todavía no sé si el siguiente seré yo, pero si tengo que irme de la isla en las próximas temporadas no voy a estar triste. Sé que no podría haber estado todos estos años en un lugar mejor porque, artísticamente, soy mejor gracias a ‘Lost’». Cuando la publicista de la ABC se acercó a decirme que sólo había tiempo para una más, no pude evitar preguntarle por el otro gran misterio de entonces, los números, sobre todo si los había utilizado alguna vez para jugar la lotería. “Nunca gasto dinero en juegos de azar. Suficiente lotería es trabajar como actor”. Reconozco que cuando apagué la grabadora le pregunté si le importaría hacerse una foto conmigo a riesgo de ganarme las broncas de sus publicistas. Pena que en la imagen se vean nuestros dientes y no un trozo de fruta naranja

En aquel mismo festival coincidí con alguien cuyo nombre no me decía gran cosa, Jack Bender. Para todos, ‘Lost’ es la serie de J.J. Abrams, pero ese tío que parecía un Tim Burton surfista se me reveló en la conversación como el culpable de muchísimos de los aciertos que han hecho de esta ficción lo que es hoy, como por ejemplo, el aspecto visual que deberían tener todos los flashbacks. “Veo la serie como un niño y lo visual me importa mucho en la narración. No buscamos hacer de cada episodio un vídeo de MTV, queremos hacerlo con estilo. Por ejemplo, en los flashbacks he trabajado muy duro con los diseñadores y cámaras para que sean algo más que cortes en la narración del presente. Si te fijas, en ellos utilizamos todos los colores menos el azul y el verde, que son los colores dominantes en la isla. Además, psicológicamente, es un mundo totalmente diferente, por eso debíamos rodear a los personajes de todo lo que dejaron atrás en la isla, comida, colores, máquinas expendedoras…”

Respecto al secreto del éxito de la serie, se aventuró a explicar que “radica en que trata sobre un grupo de gente que nunca antes se ha visto en televisión que está basado en la multiculturalidad étnica. Por ejemplo, nunca ha habido una pareja coreana hablando coreano en una serie. Bueno, ahora lo están copiando en ‘Heroes’, con el personaje del japonés, pero no es lo mismo. Además, todos nuestros personajes son gente complicada con un pasado complejo que nuestra audiencia está descubriendo sin ayuda y por eso disfrutan más. También está todo muy relacionado con cómo ha cambiado el mundo después del 11-S. La gente se pregunta mucho cómo sobreviviremos en este mundo si algo pasa, aunque ‘Lost’ trata más sobre el monstruo dentro de la persona que del monstruo fuera de ella”.

Si os digo que Jack Bender es el director de capítulos como ‘Tabula Rasa’, ‘The Costant’ y los dos que pondrán final a la serie, os podéis hacer una idea de su importancia. Por eso creo que todavía me acuerdo mucho de su camisa hawaiana, sus vaqueros gastados y sus botas negras llenas de manchas de pintura. Aquel no era el aspecto de un tío con un trabajo como el suyo. Pero revisando ahora las notas de aquella entrevista, me ha sorprendido sobre todo algo que, a espera de ver el último capítulo, suena a broma. “No creo en la cultura de ángeles y demonios y para el final de la serie no se plantean respuestas que respondan a ese tipo de preguntas filosóficas de inspiración bíblica. Todo está más relacionado con la teoría del caos y la idea de que tienes que matar lo que eres para convertirte en lo que realmente eres”. ¿Entonces qué iba a pasar? “Este es un show espiritual muy diverso que se apoya en multitud de referencias a la religión y a la filosofía. No soy tan listo como para explicarlas todas, pero estoy seguro de que nuestra serie acabará resolviendo todas las dudas de forma satisfactoria. No puede ser de otra forma, ‘Lost’ ha conectado con un nivel muy profundo de la intelectualidad”.

Nadie podría decirme entonces que, un año después, me iba a encontrar a Matthew Fox muy, pero que muy cerca de casa. Sony invitó a un grupo de periodistas un día de febrero a ir a Salamanca a la presentación de ‘En el punto de mira’, en la que Matthew Fox tenía un papel destacado junto a Forest Withaker y Eduardo Noriega. Cuando llegamos al hotel, y como no teníamos las entrevistas hasta el día siguiente, me ofrecí para llevar a mis compañeros a conocer mi ciudad natal, ruta que terminó en uno de los garitos a los que siempre iba de adolescente, el Camelot, una antigua iglesia convertido en discoteca. Nuestra gran sorpresa fue encontrarnos con Fox y Noriega tomando unas copas que no acabaron hasta bien entrada la madrugada en una historia muy parecida a la que vivieron Los Delincuentes cuando pasó el actor por Madrid en otra visita.

Normal que al día siguiente, sentados en el Ayuntamiento, ni él ni nosotros pudiéramos hablar con mucha coherencia, y que la sensación final fuera la de haber conocido a un americano bastante sieso con más chicha que limoná, menos guapo al natural, que para nada se parecía al del héroe que veíamos en pantalla. Pero bueno, sólo por su magistral interpretación de Jack Shepard, que es lo que ha aportado a la serie, se le perdona lo que sea. ¿Qué habría sido de la serie si Michael Keaton, la primera opción de J.J. Abrams y compañía, hubiese aceptado el papel en lugar de Matthew? Claro que para mi archivo de momentos frikis quedará para siempre guardado ese momento en que vi al prota de ‘Lost’ subido al balcón del Consistorio acompañado de uno de los personajes más indeseables de la capital charra, “nuestro” alcalde Julián Lanzarote, minutos después de haberle nombrado algo así como ‘Hijo Predilecto de Salamanca’ . Ríete tú de ‘Bienvenido, Mr. Marshall’.

Muy lejos de allí, en Los Ángeles, tuve el encuentro con la última persona relacionada con ‘Lost’ que merece ser recordada, porque si os digo que estuve con Rodrigo Santoro (Paolo) sé que dejáis de leer, que hasta a mí me entran sudores por lo innecesario de su paso por la serie. Me refiero al gran Michael Giacchino, el compositor de la banda sonora, el autor de la música que nos ha hecho derramar más de una lágrima a lo largo de estos seis años de historia. Tenía que entrevistarle por la partitura que había creado para ‘Ratatouille’, otra obra maestra, pero no me pude resistir a bromear con él sobre la idea de qué siente un compositor cuya melodía más famosa es un mmmmmmmmmm seguido de unos tonos de teléfono de llamada sin respuesta. Se rió, qué otra cosa si no. Recuerdo que nos contó cómo trabajaba y que me sorprendió que pudiera hacer lo que hace recibiendo algunos capítulos montados para ponerles música apenas un par de semanas antes de ser emitidos. Me dio la sensación de que su trabajo no estaba suficientemente reconocido por los fans de la serie y que en cierto modo lo sabía. Yo he perdido aquella grabación. Él, ganó hace un par de meses un Oscar por la banda sonora de ‘Up’. Triste historia.

Al menos me queda el consuelo de haber hablado con cuatro pilares importantes de la serie que, queramos o no, ha marcado un antes y un después en la historia. ¿Qué hacemos ahora?

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Publicado por
Claudio M. de Prado