‘Memorias de un zombie adolescente’, más que un «muerto conoce chica»

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‘Memorias de un zombie adolescente’, más que un «muerto conoce chica»

Son muchos los casos de películas a las que un título mal escogido les hizo un flaco favor a la hora de atraer público a las salas. La última, sin duda, esta ‘Memorias de un zombie adolescente’, que lejos de ser la ‘Crepúsculo’ del universo muertos vivientes que nos hace suponer su nombre en español, se descubre como una fantástica e irónica comedia romántica que no llega a la genialidad de ‘Zombies party’ pero cerca le anda.

El filme toma como punto de partida el argumento del libro homónimo escrito por Isaac Marion, bestseller que podría resumirse en algo así como una especie de Romeo y Julieta apocalíptico en la que un muerto viviente adolescente comienza a sentirse atraído por una chica humana después de comerse el cerebro de su novio.

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Una historia que podría haberse quedado en perfecta cursilada carpetera, sobre todo teniendo de protagonista al guaperas de Nicholas Hoult, pero que gracias a que el cutis de los zombis no luce tan bien como el de los vampiros, sus responsables han podido transformar en un título apto para la vida inteligente usando un guión lleno de diálogos ingeniosos, gags físicos memorables y, lo mejor de todo, agradecidas referencias a la cultura pop independiente que nada tienen de postureo.

Algo que se comprueba especialmente fijándonos en su banda sonora, que lo mismo pone a una horda de zombies a cazar al ritmo del ‘The Bad in Each Other’ de Feist que sirve para parodiar una escena clave de ‘Pretty Woman’ con el ‘Midnight City’ de M83 sonando de fondo. The National, Guns N’ Roses, Bon Iver, Jimmy Cliff o Bob Dylan son otros ejemplos de músicos y bandas que también se dejan escuchar en algún momento de la película.

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Pero insisto, no sólo es la música lo que hace interesante este estreno. Tampoco la fantástica interpretación de dos secundarios como Robb Corddry y Analeigh Tipton haciendo de sendos mejores amigos de los protagonistas; o la labor en la dirección de Jonathan Levine, que ya se merecería el aplauso sólo por haber sido capaz de usar la voz en off como recurso sin que te entren ganas de matarlo. No, esta vez es el conjunto de todas estas variables, y no cada una por separado, lo que funciona. Tanto que al salir del cine, en lugar de dejarte llevar por la rutina y enumerar los errores, que también los hay, simplemente miras sonriendo a la primera persona que pasa por tu lado para, después de comprobar que también sonríe, soltarle un reconfortante “Pues ni tan mal, ¿verdad?”. 7,8.

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