Desde luego que no hay superhéroe más unido al actor que le da vida que Tony Stark, personaje que rompe la barrera entre ficción y realidad hasta el punto de que no existiría de no ser Robert Downey Jr. el encargado de ponerle cuerpo, voz y alma. Algo que ya sabíamos por las veces en las que le hemos visto meterse en la armadura de Iron Man (tres contando ‘Los Vengandores’, cuyas réplicas eclipsaron al resto del reparto), pero que nunca había dejado tan claro como en esta entrega dirigida por Shane Black en la que, sin perder arrogancia y chulería, se muestra más vulnerable que nunca. El amor tiene estas cosas.
Pero ojo, que esto no significa que Iron Man se haya “nolanizado” y aparezca ahora con ganas de ser el nuevo Batman. No olvidemos de dónde viene cada uno. Tampoco le hace falta. La oscuridad y profundidad asociadas al hombre murciélago son del todo incompatibles con el espíritu de circo que acompaña las aventuras de este Iron Man que funciona mejor como maestro de tres pistas que como solista de un teatro negro donde todo se cuenta con silencios y sombras. Basta con tener presente que Tony Stark salió del armario en la anterior entrega, mientras que Bruce Wayne prefiere seguir ocultándose tras una máscara.
En cualquier caso tampoco hay que ser muy listo para entender que hablamos de productos distintos. De hecho, cuando comienza la película basta un segundo para darse cuenta de su carácter lúdico, que es lo que tardas en reconocer los primeros acordes del temazo noventero ‘I´m Blue (Da Ba Dee)’ de Eiffel 65, que pone música a la secuencia de apertura que marca el tono de un guión más largo de lo deseado que nunca pierde de vista el chiste referencial, ya sea evocando lo ocurrido en ‘Los Vengadores’ ya sea a costa de productos como ‘Downton Abbey’. Incluso uno de los villanos consigue arrancarnos más de una sonrisa, aunque esto es más por el buen hacer del actor (no diremos cuál para no spoilear nada) que por otra cosa.
Claro que una cinta de acción no vive de los chistes, de ahí que entre réplicas ingeniosas aparezcan secuencias de adrenalina muy bien rodadas y postproducidas como la destrucción de la residencia Stark o un rescate a 17 personas cayendo desde las alturas. Lástima que todas ellas sean más grandes que la traca final, que no termina de ofrecer el clímax de lucha entre el bien y el mal que se espera en este tipo de películas por culpa, volvemos a insistir, de esta manía de alargar las películas sin motivo para que los espectadores ocasionales, como aquellos que compran libros de 600 páginas para leer en vacaciones, sientan que han amortizado la entrada. Menos mal que al terminar los títulos de crédito finales hay una pildorita que deja buen sabor de boca, y lo que es mejor, con ganas de más. 7