‘Indies, hipsters y gafapastas’, vistos desde el extremismo

«A muchos indies les repatea escuchar la misma música que disfruta una señora ecuatoriana que limpia casas». Este fue mi primer poco atractivo acercamiento, a través de El Confidencial, al libro que el periodista Víctor Lenore (Ladinamo, Rockdelux) ha publicado en la editorial Capitán Swing con prólogo de Nacho Vegas, ‘Indies, hipsters y gafapastas’. Y me permito decir «poco atractivo» para mí porque el planteamiento no puede ser más ajeno a la filosofía del site que dirijo desde hace casi nueve años. Un site fundado por un grupo de amigos que iba contemplando atónito y con frustración cómo muchos de sus artistas nacionales favoritos iban progresivamente retirándose de la música sin poder dedicarse profesionalmente a ella: sin dinero, sin premios de ningún tipo y con el único reconocimiento de los medios ultra especializados, con un alcance muy limitado.

La historia del pop español de las últimas dos décadas está llena de artistas que en todo momento han tenido que alternar la música con sus «trabajos verdaderos». En muchos de los casos, cuando internet sólo era una anécdota en nuestras vidas prohibida antes de las seis de la tarde, las bandas ni siquiera eran desconocidas porque no gustaran al gran público, sino porque este no tenía casi ninguna oportunidad de llegar a ellas para decidir si le gustaban o no le gustaban. Y ya sabemos lo que Dover vendieron cuando sí pudieron disfrutar de exposición mediática: de la más absoluta nada al todo más absoluto.

De esa triste situación para los artistas que más admirábamos, que nos ha impedido conocer cómo habrían desarrollado sus carreras musicales a los 30, 40 o 50 años, posiblemente haya nacido una obsesión un tanto insana de celebrar los éxitos de lo que más nos gusta, a diferencia de lo que sucedía con una generación anterior, que quizá sí proclamaba más o menos que «vender era malo», «menos auténtico» o «vulgar». La actitud de nuestro humilde site ha sido celebrar el éxito de Russian Red, Nacho Vegas, Delorean o Beach House cuando han conseguido posiciones destacadas en las listas de ventas: al menos esas copias vendidas les garantizarían cierta asistencia a conciertos con la consiguiente posibilidad de continuidad y desarrollo de su talento. En otras palabras, si una persona que limpia me pide que le apunte el nombre de un grupo que suena y me gusta, no pienso que tengo que cambiar de grupo favorito. Más bien pienso: «esto petaría si se radiara lo mismo que ‘Bailando’ de Enrique Iglesias. Menuda mierda que en Los 40 Principales no le den una oportunidad».

Y no creo que sea una actitud excepcional nuestra ni de nuestros 300.000 lectores mensuales, que en nuestros foros dejan constantemente claro que lo que quieren es ver a su artista favorito como top 1 (fenómeno digno igualmente de estudio por parte de la sociología). En este mundo en el que la canción más vendida es más o menos la misma que los medios especializados proponen como la mejor del año, todavía no he visto a nadie tirando su disco de Daft Punk a la basura tras el pelotazo que pegó ‘Get Lucky’ porque «Daft Punk se han hecho demasiado famosos». Al contrario, ‘Random Access Memories’ se ha revelado como un clásico contemporáneo que estoy seguro de que estará bien posicionado en la lista de la década de los medios especializados y en la que hagan los lectores de diversos medios, como en otros momentos de la historia post-indie sucedió con ‘Nevermind’, ‘OK Computer’ o ‘Back to Black‘.

Por eso el libro de Víctor Lenore me interesa más cuando habla sobre cuestiones como la homogeneización de la cultura, lo poco adecuado de que se reproduzcan noticias de medios anglosajones tan estúpidas como un concurso de imitadores de Pulp que se celebra en Estados Unidos, la poca atención que se presta a la música africana o los motivos históricos y económicos que han podido producir que haya algún ser humano capaz de pensar como indica la primera frase de este artículo. También cuando habla sobre el cinismo, la ironía y el narcisismo imperante hoy en día en las redes sociales y blogs. O cuando recuerda alguna entrañable anécdota como la bordería de los dependientes de Discos del Sur (muy distintos a los que vemos hoy en las tiendas musicales de la capital). Y me interesa, por el contrario, mucho menos cuando retrata a los «hipsters», amparándose en los reportajes más extremos de la revista Vice, como xenófobos, machistas, esnobs y pedantes. La tesis del libro, que haría arquear las cejas de Ana Botella, no es que esta tribu que se niega a sí misma sea un poco menos izquierdista de lo que se cree -que eso habría sido menos comercial pero más razonable-, sino directamente de derechas, conservadora.

El sesgo es claro: basta echar un vistazo rápido a la web del ayuntamiento de Madrid para comprobar que el voto al PP durante las últimas elecciones -las europeas- en los distritos de Justicia y Universidad (Malasaña y algún aledaño) está por debajo de la media de la capital. Es decir, en el barrio «hipster» por excelencia se vota menos al PP que en otros barrios de Madrid. Por el contrario, el apoyo a IU y a Podemos en estos «barrios de modernos» está algo por encima en el caso de Justicia y hasta cuatro puntos por encima en Universidad (Malasaña), donde Podemos no ha superado al PSOE por tan sólo noventa y dos votos, haciéndose con el 15% de los mismos (frente al 8% de la media nacional). Este dato como argumento es peregrino pero no más que el libro en algunos momentos, donde se omite que el ambiente de las revistas musicales especializadas siempre ha sido lo suficientemente izquierdista como para repeler a algún aficionado a la música que haya podido ser remotamente de derechas; o que en su crítica al pensamiento único, no haya crítica a la crucifixión que sufrió Russian Red por parte del público indie, especializado, hipster, gafapasta -no sé cómo llamarlo- cuando se le ocurrió declarar en una revista que era “más bien de derechas”.

Más que por sus ideas por el modo y el lugar en el que decidió hablar de ello, las declaraciones de Russian Red me hicieron pensar que hay artistas que no deberían hablar de política ni en sus canciones ni en sus entrevistas. No por nada. A mí me da igual que Russian Red sea de derechas o no, pero por su edad y profesión, lo más probable es que no tenga nada interesante que aportar. Y lo mismo sucede con artistas que presumimos de izquierdas. Christina Rosenvinge nos comentaba en una entrevista que había intentado hacer canción protesta pero que no le salía nada que le convenciera: «He intentado varias veces escribir canciones un poco sociales y me han salido cosas demasiado simples y obvias, aunque lo social está implícito en lo que uno escribe. Escribir es tomar una actitud con respecto a las cosas. Había una canción feminista en este último disco que, una vez acabada, la quité porque me parecía muy tonta. Es un tema complicado, hay que saber hacerlo».

Y no nos extraña. Como Lenore reconoce en la coda del libro, donde recula ligeramente después de decenas de páginas de bilis, indicando también que muchos de los fenómenos de los que habla están en extinción, a veces los grupos han querido hacer canciones reivindicativas y les han salido auténticos «panfletos infumables» que se han criticado de lo lindo. La historia está llena de artistas que han apelado a nuestra conciencia social y otros que no, y este libro no explica, ni con la ayuda de diversos sociólogos, por qué una cosa es mejor que la otra. Por eso es un tanto cuestionable dedicar un capítulo entero a Diplo como ejemplo de todos los males del mundo: sólo es un músico, no un líder político. En unas páginas se tilda la repulsión hacia Manu Chao de clasista, pero si algún blanquito se siente atraído, obsesionado prácticamente, por la cultura callejera de países más desfavorecidos, como Diplo, se le tilda de oportunista por saquear y explotar sin dar los suficientes créditos (y mira que hay créditos en los discos de Major Lazer, entre ellos Rubén Blades, citado por Lenore en el libro para bien). Al final, y aunque haya timado a la gente, empatizarás con Diplo porque si eres chico, blanco y te gusta el pop, estás jodido. Parece que si te gusta la música española es que eres narcisista y nacionalista. Si te gustan Pharrell o Beyoncé, es porque has caído en el gusto globalizado del capitalismo. Si te gusta Laura Mvula, supongo que has de ser demasiado anglófilo. Si te gustan el cine iraní o Bonde do Role, es porque vas de enterado y quieres pertenecer a una clase más alta. Si te gusta Kanye West, mal porque es un egocéntrico que pasa del sentido comunitario del hip-hop. No hay lugar para hablar de cómo la mujer domina el pop de hoy, desde propuestas más sexualizadas a lo Miley Cyrus hasta otras nada sexualizadas tipo Lorde pasando por todos los colores intermedios (Lana del Rey, a otros niveles Mala Rodríguez, Fiona Apple, PJ Harvey, Grimes), o para hablar del nuevo interés por los sonidos latinos a través de cantantes como Gepe, El Guincho o Maluca.

El episodio ‘Clandestino’ de Manu Chao nombrado como “disco del año” en Rockdelux es digno de análisis porque es verdad que fue apasionante. Lenore puede tener razón cuando dice que hubo algo de rechazo repugnantemente clasista hacia su música, pero pasa totalmente de largo por la ligera posibilidad de que también hubiera otros factores que llevaran a que cierto tipo de público rechazase aquel disco: la sobredosis de música latina (aunque de otro tipo) que sonaba en radiofórmula en aquella época, la preferencia por escuchar música en inglés por alguna gente en los 90, una falta de identificación con el «producto» no sólo asociable a cuestiones sociales sino culturales (uno suele entender mejor lo que le resulta cercano, como se estudia una y otra vez en las facultades de periodismo) o un desconocimiento del género (quizá habría pasado lo mismo si el disco del año hubiera sido de un género «culto» tipo jazz u ópera). O que sólo te molaran las 5 primeras. ¡Y qué demonios! ¡La gente siempre se vuelca con todo tipo de argumentos contra el disco del año de todos los medios porque lo que quiere es ver su favorito como número 1!

También es llamativo que rara vez ‘Indies, hipsters y gafapastas’ hable de lo musical como criterio para valorar un disco o a un artista. No puede ser que Melendi, David Bustamante o Gemeliers no te gusten porque aborrezcas sus voces, su ñoñería, porque estés saturado de oírlos aunque no quieras o porque su propuesta esté más vista que el tebeo: es porque eres un clasista. A pesar de despachar a The xx y Franz Ferdinand como “música ramplona” sin dar más detalle, a Lenore no se le ha ocurrido pensar que a algunas personas U2 ya no les gusten porque están estancados creativamente desde los años 90, en lugar de porque es el grupo que escuchan sus compañeros de oficina. Y quedan ideas bastante contradictorias por el camino: si tanto espanta un concierto de U2 de 50.000 personas porque el indie es un ser que tiende al «individualismo» y quiere sentirse «único», ¿por qué acude sistemáticamente a macrofestivales a ducharse en cerveza caliente ajena una y otra vez? ¿En qué quedamos? ¿Quiere distinguirse de la masa y demostrar que está por encima de ella o su mayor aspiración es ir algún día a Coachella junto a otras 200.000 personas?

Las contradicciones y el sesgo han llegado también a JENESAISPOP, medio que es tildado de «esnob», «cool» y «madrileño» en el párrafo que se le dedica en ‘Indies, hipsters y gafapastas’, a pesar de que el periodista en cuestión es uno de los pocos profesionales que alguna vez se ha dirigido a nuestro mail para indicar que le había gustado una entrevista (la última de Nacho Vegas, por supuesto). Sucede a raíz de aquel artículo sobre la Universidad de La Rioja en el que consideramos que era “desolador” que los universitarios no conocieran a Wilco, Björk, Arcade Fire, Radiohead o incluso U2, pero sí a Melendi, Estopa, Extremoduro, Marea y Fito & Fitipaldis. Víctor Lenore cree que en nuestra afirmación estaba implícito que consideramos “más interesante lo que venga del mundo anglosajón que lo que se hace aquí” y que “cualquier música alegre arrastra el estigma de tonta y facilona”. En primer lugar, los cinco artistas o grupos internacionales citados, especialmente U2 y Radiohead, pero también todos los demás, han vendido los suficientes millones de copias como para ser considerados cultura general y aparecer en el Trivial de turno: no estábamos precisamente llevándonos las manos a la cabeza por que un universitario no conociera a Fuck Buttons o a Hidden Cameras. Además, a pesar de que Lenore añade el verbo «preferir» de su propia cosecha («¿por qué es una perspectiva desoladora que los universitarios prefieran a Extremoduro o Estopa antes que a Wilco o Radiohead?», dice), en realidad no estábamos diciendo que fuera obligatorio que te gustasen Wilco (para horror de algunos de mis compañeros, a mí no me gustan Wilco), sino valorando el hecho de que a un universitario ni le sonasen: ¿acaso puedes «preferir» una cosa a otra cuando una de ellas la desconoces? En segundo, JNSP nunca ha considerado lo que venga del mundo anglosajón mejor que lo que se hace aquí y por eso en nuestras listas anuales situamos lo nacional y lo internacional a la misma altura. Así, en una ocasión, situamos a un grupo gallego que canta en castellano como número 1 mundial. Y en último, no somos precisamente un medio que citar por no hablar de música alegre, tonta y facilona.

Esto no es naturalmente lo peor del libro ni lo más importante, pero sí un buen ejemplo de lo cogidas con pinzas que están muchas de las afirmaciones que Capitán Swing ha recopilado para la posteridad. Honestamente creo que cuando se habla de gente a la que le deja de gustar algo cuando empieza a gustar “a la gente corriente” porque “se lo toma como una ofensa personal” estamos hablando de un grupo de gente tan minúsculo, inofensivo e intrascendente que a duras penas merece aparecer en un libro.

Calificación: 6/10
Lo mejor: el libro está entretenido y se lee en un rato. Los episodios nostálgicos tipo Discos del Sur o las absurdas ediciones limitadas de Siesta. Si el objetivo es agitarte y cabrearte… en algunos momentos lo consigue.
Te gustará si: consideras que el arte ha de ser político sí o sí

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Publicado por
Sebas E. Alonso