Taylor-Johnson, que debutó en el cine con un apañado biopic sobre los años mozos de John Lennon, ‘Nowhere Boy‘ (2009), ha logrado hacer la película que más o menos todo el mundo esperaba. Ni una lectura transgresora y sexualmente explícita de la novela (hay más palmadas en el culo en un partido de fútbol), ni una risible parodia involuntaria, un ‘Azótame como puedas’ (aunque hay momentos casi chanantes como ese despertar mañanero con Grey desnudo tocando el piano).
‘Cincuentas sombras de Grey’ no es más que un mediocre e inofensivo melodrama romántico, con gotas de erotismo profiláctico y muy poco lúbrico, destinado a complacer las fantasías proletarias de las fans de la novela. Una experiencia similar a la de ir a un sex shop para chicas, comprarte unas esposas forradas de peluche rosa y tomarte un gin tonic de Hendrick’s con pepino delante de un stripper como si fuera el colmo de la sofisticación y el atrevimiento.
Confesado por la propia directora, la película aspira a ser la ‘9 semanas y media’ del siglo XXI, pero ni siquiera llega. Por mucha escena con cubito de hielo que pongan, le falta trascendencia icónica, potencia kitsch, golferío, canciones relevantes (no hay ningún ‘You Can Leave Your Hat On’) y, en especial, actores con algo más de carisma (y eso que la fotogénica hija de Don Johnson y Melanie Griffith, Dakota Johnson, es lo más salvable de la película). En realidad, ‘Cincuentas sombras de Grey’ se parece más a ‘El cuerpo del delito’ (1993) que a ‘9 semanas y media’, una película con gotas de sado de la que todo el mundo habló y que ya nadie recuerda. 5.