¿Para cuándo un «aplausómetro» como el de la ópera en el mundo del pop, el rock o la electrónica?

No es por presumir, pero hace poco un buen amigo me invitó a una ópera y, aparte de la experiencia en sí, hubo algo que me chocó de manera superlativa. Al final del último acto, más allá de que los intérpretes se den el típico baño de ego y se despidan de su audiencia, en realidad los protagonistas se ponen en manos del público en una especie de «aplausómetro» en el que se determina quién o quiénes han sido los grandes triunfadores de la noche.

Obviamente, teniendo en cuenta lo que cuesta una entrada para este tipo de espectáculos, el público se toma muy en serio ese derecho de poder elevar a los altares o hundir en la mayor de las miserias (esa noche no fue el caso, pero los abucheos están a la orden del día en el mundo de la ópera) a esos seres humanos que lucen unas voces prodigiosas. Así que la pregunta ahí queda: ¿por qué motivo no se hace algo parecido en otros géneros musicales? ¿Por qué el nivel de exigencia es menor, por ejemplo, cuando uno va a un concierto de pop, rock, electrónica u otro género menos aburguesado?

Los finlandeses no han pensado en este «aplausómetro», pero sí han aprobado que todo aquel que quiera pueda ver reembolsado el 50% del importe de su entrada si el concierto al que ha ido no ha dado la talla. La medida no contempla que el artista en cuestión esté colocado o con unas copas de más, ya que según Paul Stahlberg, el jefe de Junta de Discusión del Consumidor Finlandés que lidera esta medida, eso no implica que haya dado un mal concierto. Así que el debate, por muy absurdo que resulte a primeras, la verdad es que tiene su qué.

No es necesario hacer una enumeración de músicos que la cagan más que aciertan encima del escenario, pero absolutamente todos los amantes de la música con una vida activa, en cuanto a shows en vivo se refiere, en muchas ocasiones han tenido que sufrir en sus carnes un bolo que ha dejado mucho que desear. Sin ir más lejos, ahí tenemos el atentado musical que The Strokes o The Black Keys se marcaron en el último Primavera Sound, o los problemas de sonido

que la ya de por sí inestable Lauryn Hill tuvo hace poco en su paso por el Cruïlla (la nota post-concierto redactada por el propio festival fue un gran tanto de la organización para poner los puntos sobre las íes). ¿Pero acaso hubo pitadas masivas? ¿Lamentos a grito pelado que demostraran el descontento generalizado? La respuesta es no. Más bien al contrario: el borreguismo siempre es más proclive a la ovación como farsa que a demostrar su disconformidad en público. En cambio de hablar durante los conciertos, el público debería tener un mayor espíritu crítico.

Hace escasos días el chileno Ricardo Villalobos se convertía en la comidilla de los foros electrónicos después de que se marcara un polémico set en el británico Cocoon In The Park. Independientemente de sus excesos (lo cual no es algo nuevo en él), el Dj se tomó la libertad de pinchar lo que le vino en gana, y no precisamente poniéndoselo fácil al público ávido de bombo ahí congregado. ¿Resultado? Las redes sociales ardieron de críticas contra su persona, pero absolutamente nadie, in situ, mostró su disconformidad.

Como consumidor el público debería tener un papel muchísimo más activo que el que en la actualidad tiene. Copiar el modelo de la ópera no sería para nada difícil, pero antes de que eso se materializara el asistente a un concierto debería ser consciente de qué papel juega en esta rueda y alzar su voz donde realmente se le escuche, y no precisamente escondido detrás de un nick en una red social. Quizás, si este modelo se implantara, muchos farsantes que no dudan en tomarnos el pelo sobre un escenario dormirían con la conciencia algo menos tranquila.

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Publicado por
Sergio del Amo