La película más personal de Scorsese (un proyecto que le ha costado levantar tres décadas) me daba mala espina. Sus anteriores filmes religiosos, la algo envejecida ‘La última tentación de Cristo’ (1988) y, sobre todo, la soporífera ‘Kundun’ (1997), me hacían temer lo peor. Además, su argumento (la historia de dos jesuitas portugueses del siglo XVII que viajan a Japón en busca de un misionero que ha renunciado a su fe) y el tono claramente evangélico de la novela de Shusaku Endo en que se basa, me parecían tan interesantes como ver otra noticia más sobre el vestido de Cristina Pedroche.
Al final no ha sido para tanto. ‘Silencio’ no es la tortura japonesa de tres horas que esperaba. No es un largo via crucis. Y eso que ver a un esforzado Andrew Garfield durante toda la película tiene algo de penitencia. De hecho, ese es uno de los grandes problemas de ‘Silencio’. El último Spider-Man sucumbe bajo el peso de su personaje como Cristo con la cruz camino del calvario. Como protagonista, es incapaz de aguantar la película sobre sus hombros. Todo lo contrario que Adam Driver -¿por qué no ha sido él el protagonista?-, Liam Nelson -¿por qué sale tan poco?- y un enorme Tadanobu Asano.
Lo bueno de Scorsese es que su religión principal no es el catolicismo, sino el cine. ‘Silencio’ tiene mucho de monserga cristiana y de ese misticismo que tanto se le atraganta al director neoyorquino (el silencio de Dios y esas dudas espirituales que ya narró mejor Bergman). La película es discursiva y bastante repetitiva. Pero también es una declaración de amor al cine japonés, a Mizoguchi y Kurosawa principalmente. Gracias a esa fe en el cine, en los maestros nipones, Scorsese nos regala varias secuencias deslumbrantes (la llegada a Japón, la crucifixión en el mar, la descripción de los pueblos), y un personaje, el inquisidor japonés, memorable. Dicho esto, me voy a poner otra vez ‘El lobo de Wall Street’, una de sus películas menos personales. 6,5.