Te damos cuatro razones para subirte de copiloto con Baby y una para pedir un Uber:
1. Su originalidad. ‘Baby Driver’ es una película de acción con persecuciones, tiros, atracos, chicas guapas (la girl next door y la femme fatale), diálogos afilados, romanticismo adolescente y playlist con temazos. Recuerda a todas las películas que te están viniendo ahora a la cabeza. Desde la saga ‘Fast & Furious’ hasta ‘Drive’, del cine de Tarantino hasta al de Walter Hill. Pero, a la vez, no se parece a ninguna. La capacidad de Edgard Wright (‘Zombies party’, ‘Bienvenidos al fin del mundo’) para combinar géneros y referentes, montándolo como si fuera algo nuevo, con más ritmo y gracia, es admirable.
2. Su música y su musicalidad. ¿Qué es ‘Baby Driver’? ¿Un thriller con música, como los de Tarantino o Scorsese, o un musical con argumento de thriller? Quizás las dos cosas. La película hace equilibrios a dos ruedas ente las dos opciones. Wright sustenta la carrocería dramática de su película sobre una gran idea: sincronizar las coreografías de las secuencias de acción con las canciones de Queen (‘Brighton Rock’), The Button Down Brass (‘Tequila’), Dave Brubeck (‘Unsquare Dance’)… y ese ‘Bellbottoms’ de Jon Spencer Blues Explosion con el que comienza el filme que te dan ganas de dar botes subido a la butaca o ponértela en el coche mientras haces trompos de vuelta a casa.
3. Baby, conductor de primera. Convertir al protagonista en una mezcla de bailarín adolescente y héroe de acción trágico, de John Travolta y Steve McQueen (o de un Ryan Gosling joven), es uno de los grandes hallazgos de la película. Baby es un conductor enchufado permanentemente a un iPod, que se mueve por la realidad como si estuviera en un musical. Las canciones enmascaran su dolor (físico y emocional), estructuran su vida y la cargan de sentido.
4. Las persecuciones de coches. A diferencia de las persecuciones de la saga ‘Fast & Furious’, muy espectaculares pero que se notan más falsas que el peluquín que luce Kevin Spacey (que, por cierto, vuelve a hacer de Kevin Spacey), las de ‘Baby Driver’ huelen a gasolina y neumático quemado. Gracias a un montaje de precisión musical, el rodaje en exteriores y la planificación coreográfica a cargo de Darrin Prescot (que ya demostró su valía en la saga Bourne), las carreras de ‘Baby Driver’ se colocan a la altura de los grandes clásicos del subgénero: ‘Bullit’, ‘French Connection’, ‘Driver’…
5. ‘Baby Driver’ se pone de cero a cien en menos de tres segundos, pero se le acaba la gasolina antes de llegar a la meta. Es como una canción alargada en directo por un eterno solo de guitarra. A partir de un giro de guión bastante cuestionable (en forma de tiroteo), la película amenaza con calarse en cualquier momento. El armazón musical ya no sostiene el endeble guión, su revestimiento cómico acaba rayado y el clímax, aunque con algún buen acelerón, se alarga demasiado. Pero quizá lo peor de todo es que, sí, Sony ya está pensando en una secuela. 7.