El director Saam Farahmand, quien ha realizado vídeos para Janet Jackson, Hercules and Love Affair, The xx o The Last Shadow Puppets, es el tipo de persona que hace un año provocó la afluencia masiva a las urnas de los votantes del Brexit: un inglés de padres iraníes. Por eso, que alguien de sus orígenes dirija un vídeo para un Caballero de la Orden del Imperio Británico no deja de tener su gracia y su punto reivindicativo. En la letra de ‘England Lost’, Jagger muestra su preocupación por la actual situación política de su país. En el vídeo, Farahmand ilustra esa inquietud por medio de unas imágenes en blanco y negro y muchos planos en contrapicado que recuerdan a El tercer hombre (1949).
El clip nos muestra al actor galés Luke Evans huyendo por las calles de Londres, la campiña y, finalmente, después de ser atropellado/obstaculizado dos veces, la playa. No hay manera de escapar de Gran Bretaña. La coincidencia del tema de la huída y la paranoia con el reciente vídeo ‘Man Of War’, de los también ingleses Radiohead, se podría leer como un síntoma de la inseguridad y el desasosiego en el que vive sumida una parte de la sociedad británica tras la ola de conservadurismo ultranacionalista que está empapando el país.
Como ya nos enseñó David Lynch en el comienzo de ‘Terciopelo Azul’ (1987), las apariencias engañan. El jardín de una bucólica zona residencial puede ocultar algo tan siniestro como un pedazo de oreja humana. El vídeo ‘Fetish’, dirigido por la canadiense Petra Collins, empieza de forma parecida a la obra maestra del director de ‘Twin Peaks’. Con un suave movimiento de grúa la directora nos presenta lo que parece un tranquilo y primaveral barrio residencial. Pero algo no encaja. Primero son unos bruscos cortes donde aparece Selena empapada, y luego un coche con el capó echando humo. La cantante vuelve andando de la compra y, como si hubiera estado demasiado expuesta a ese solazo al que mira fijamente, empieza a tambalearse y a hacer cosas raras. En una de las escenas más llamativas del vídeo, Selena aparece sentada a una mesa iluminada con velas mientras le cae encima el equivalente a tres gotas frías valencianas. Una posible lectura de esta escena sería política: una mujer, que no puede pagar la luz ni reparar el tejado, como símbolo extremo de la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias estadounidenses. La otra, mucho más improbable, sería una relectura pop de las célebres lluvias dentro de las habitaciones de las películas de Tarkovski.
Películas con títulos tan elocuentes como ‘Lilian (la virgen pervertida)’, ‘Una rajita para dos’ o ‘El chupete de Lulú’, las tres de Jesús Franco, inauguraron a mediados de los ochenta -más de una década después que en medio mundo- el cine porno español. Atrás quedaba el destape y las películas softcore (clasificadas S). Ya se podía enseñar todo. El dúo creativo formado por Luís Ángel Pérez y Paul Stein
rinde homenaje a esa estética de varias maneras. Primero, colocando unos españolísimos dos rombos en una esquina del encuadre a modo de advertencia irónica. Segundo, emulando los ambientes castizos (cortinones, platos de porcelana, jardines de chalés setenteros) donde se rodaban estas cintas. Tercero, con dos protagonistas cuyos disfraces de lana imitan la apariencia de los actores de la época: patillero, bigotudo y polludo él; frondosa rubia de bote ella. Y, cuarto, recuperando la textura y el color de la película de 16mm. Pero no como Tarantino en ‘Grindhouse’ (2007) o Anna Biller en la reciente ‘The Love Witch’ (2016), sino rodando directamente en el negativo original (en este caso utilizando material caducado de la desaparecida película Kodak Ektachrome). De esta manera, los directores emulan la estética y la sintaxis de ese cine, a la vez que cuestionan (y se saltan) los límites de la representación del sexo en las plataformas sociales.La escalera es una figura arquitectónica de enorme carga metafórica y muy recurrente en la historia de las artes visuales, sobre todo en el surrealismo. Su aparición en el plano anuncia un tránsito, y según sea la dirección del desplazamiento, hacia arriba o hacia abajo, el simbolismo es diferente. Puedes ascender al cielo como en el melodrama fantástico ‘A vida o muerte’ (1946) o bajar a los infiernos como en ‘La escalera de Jacob’ (1990). La protagonista del nuevo vídeo de Hercules & Love Affair, la modelo Liz Ord, sube por varias escaleras que remiten, por un lado, a la mencionada fantasía romántica dirigida por Michael Powell y Emeric Pressburger (hasta la fotografía de rojos y azules recuerda a los filmes de este imprescindible dúo británico) y, por otro, a las célebres escaleras infinitas de Escher. La mujer asciende, y esa ascensión, como su vestimenta y peinado, tiene algo de ascético, de bautismo místico (ella saliendo del agua), subrayado por esos niños-monje que señalan el camino.
Tras el vídeo ‘Burn the Witch’, de Radiohead, el realizador Chris Hopewell vuelve con otro extraordinario trabajo de animación stop-motion. Como dice el título de la canción, el vídeo está ambientado en un paisaje post-revolucionario, un escenario apocalíptico donde solo han quedado las ratas, las cucarachas y las palabras. A través de esos eslóganes, de esas pancartas abandonadas que se corresponden con la letra de la canción, el director hace una ingeniosa relectura del célebre fragmento del documental ‘Don’t Look Back’ donde Bod Dylan pasa una a una las cartulinas con la letra de ‘Subterranean Homesick Blues’. Tras un travelling lateral donde comprobamos la magnitud de la devastación, aparece el protagonista del vídeo. Un chico (o chica, no está muy claro), que empuja un carrito de la compra como si fuera Viggo Mortensen en ‘La carretera’ (2009). Pero lejos de llevar “su casa a cuestas”, lo que porta son móviles, smartphones que ha ido recogiendo y con los que formará un sorprendente cartel luminoso, algo así como el último coletazo del post-capitalismo: “Teléfonos baratos”.