El nuevo álbum que se publica hoy, ‘Centauros’, sigue esa línea dominada por los teclados, en un estilo extraño que no termina de ser ni synth-pop ni ambient pop ni kraut ni electrónica lo-fi ni mucho menos una modernidad de 2017. Dice Miren que aunque se ha tenido que conformar con Ángel Luján y Charlie Bautista, tenía en mente a productores como Richard Russell, el fallecido Martin Hannett y Craig Leon. El primero es conocido por su trabajo para Damon Albarn en solitario o el último Gil-Scott Heron; el segundo lo fue por su trabajo para Joy Division, A Certain Ratio y OMD; y del último rescataría por su pertinencia en este caso a Blondie y Suicide. Esta amalgama explica por qué la Tulsa electrónica suena tan singular, con vínculos con los momentos más electrónicos de Carlos Berlanga, La Bien Querida, Hidrogenesse, Metronomy o Casiotone for the Painfully Alone, pero a su vez diferente a todos ellos.
Cabe discutir si este acabado es el mejor que podrían tener todas y cada una de estas composiciones para exhibir su calado con determinación, pero las canciones están -de nuevo- en un lugar certero y, en cualquier caso, los textos de Iza son completamente brillantes. El disco se llama ‘Centauros’ porque está inspirado en estas figuras mitológicas medio humanas, medio equinas, «vigorosas, contradictorias y misteriosas», como ella misma indica en la nota de prensa. Un texto en el libreto del CD de Alejandro Simón Partal nos habla de cómo hombre y caballo se complementan en el centauro, definiendo el «amor y la barbarie» como «dos maneras de llamar al deseo».
Esta coartada intelectual está obviamente presente en el corte titular, mientras lobos, abejas y perros aparecen puntuales en algunos textos, pero teniendo más peso los trapos sucios del corazón y esas malas decisiones en la vida que parecen convertirnos en animales. En cualquier caso, el concepto del disco no sirve para aprisionar las composiciones individuales, y así Tulsa habla de otras cosas, lo que incluye mismamente una imaginativa y divertida pista sobre la composición llamada a secas ‘Canción’. «¿No crees que ya queda poco que se pueda decir? (…) ¿qué más quieres de mí, que me pulverice por ti?», pregunta Miren a su propia obra, a la par que sentencia «sin drama es aburrido, haremos juntas el camino»… antes del triste final del olvido («sabes mejor que yo que cuando haya acabado contigo nos hundiremos las dos»). ¿Una reflexión sobre lo perecedero de la música pop?
Cabe una canción sobre Brâncuși, otra sobre aquellos golpes que no nos tumban pero sí nos convierten en peores personas (‘Pequeñas embestidas’), otra sobre la tristeza de volver a una ciudad que ha sido tuya pero ya no reconoces llamada ‘Bilbao’, y otra también nostálgica y costumbrista sobre la pérdida de una relación, ‘Amiga’, en la que Miren sabe captar toda nuestra atención apenas con su voz y un teclado. Pero las más destacadas e interesantes, por lo que tienen de ambiguo y/o irónico son ‘Centauros’ y ‘Venda, vendita, venda’. La primera retrata ciertamente lo que tenemos de humanos, de animales y añadiría que de machistas en su referencia a «machos Beta»; mientras la segunda está repleta de humor desde su mismo título a lo ‘Pena, penita, pena’, cuando en realidad de lo que se está hablando es de una claustrofóbica relación de maltrato y dependencia. Duras sus frases «echo de menos la venda en mis ojos, idealizarte sin motivo, sólo por comodidad» y «pensar que eras el dueño del mundo me evitaba problemas de fe y de identidad».
Tulsa, que ha hecho un par de bandas sonoras, sigue queriendo huir de la etiqueta «cantautora» para ampliar horizontes: ella y nadie más vigila desde el single ‘Atalaya’, reservado para el final. Su música ha querido evitar el reduccionista arquetipo de la «chica (o chico) con guitarra», acercándose además de a los sintetizadores al último Bowie al final de ‘Lobo’; y su voz ha hecho lo mismo con el drama, tratándolo pero sin ceñirse a él (atención a la referencia a «irse a la francesa» y a la rima de «châteaux» con «bateau» de ‘La miel que pudo ser’). Parece que todo -teclados, humor, drama, guitarras y hasta la voz de Abraham Boba en ‘Pequeñas embestidas’, incapaz de pronunciar apropiadamente Françoise Hardy- es un complemento. El talento de Miren Iza en los textos se lo lleva todo por delante.
Calificación: 7,6/10
Lo mejor: ‘Centauros’, ‘Venda, vendita, venda’, ‘Amiga’, ‘Pequeñas embestidas’
Te gustará si te gustan: lo mismo Christina Rosenvinge que Hidrogenesse, lo mismo Zahara que la electrónica de los 70
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