El disco no ha variado demasiado sus parámetros habituales. Carlos es un chico encantador y encantadora es su música, indie español en versión dulce, con la gran virtud de frenar en el momento justo para mantener el puntito cursi sin resultar empalagoso. Sus letras y temáticas continúan plagadas de referencias astronómicas y siderales, de amor evanescente y optimismo, de ese sempiterno “tú” al que se dirige. Musicalmente, sus estribillos siguen siendo efectivos, pegadizos y un punto épicos, sólo que ahora aparecen con más frecuencia ensamblados en puentes en constante subida y coronados con unas guitarras cada vez menos deudoras del sonido Coldplay/U2 y cada vez más enamoradas de los aires africanos vía Vampire Weekend (sin olvidar el ukelele).
El “hawaismo” que ya estaba presente (de manera leve) en ‘Miss Honolulu’ se ha adueñado de gran parte del disco, regado también de México y tropicalismo. Sí, parece más de lo mismo pero, lejos de sonar a repetición, realmente ha ganado en frescura, felicidad y… luz. De hecho, el disco es mejor cuanto más fresco y veraniego se pone, y flojea cuando se torna trascendente, lento y “baladista”. Afortunadamente, por cada vez que asoma la melancolía, tenemos otra canción dispuesta a llevársela por delante.
Ya dio pistas en enero del año pasado con ‘Amor Papaya’ a dúo con Caloncho, con lasitud caribeña y sensual. La alegría está presente en la inicial ‘Física Moderna’, más Vampire Weekend que nunca, gracias a ese bajo y guitarra africanistas, donde también destacan los golpes acelerados de la batería junto a otro estribillo irresistible. El toque melancólico de ‘Diferentes tipos de luz’ se rompe rápido merced a su enérgico estribillo, quizás la más Love of Lesbian de todo el álbum. Más indies canónicas son ‘El Relámpago’ o ‘Hale-Bopp’, que contienen esa clase de puentes que generan expectación, culminados con la típica pero eficaz explosión épica. Pero a mí particularmente me liquida ‘Kandinski’. Es tan naïve y encantadora su enumeración de pintores: “Kandinski, Pollock y Picasso” y su glosa al amor como pintura (“será surrealista y mágico / vivir en este amor abstracto”), que se convierte en una pequeña maravilla.
Las figuras históricas se le dan bien a Carlos, porque ‘Sebastian Bach’ es otra ochentera tonada de pop refrescante. Para romper un poco con la tónica del disco, algo antes del ecuador aparece ‘Longitud de Onda’, una bonita escapada a territorios Drake, sin dejar de abandonar los ya conocidos. Quizás el final renquea un poco, ya que contiene los momentos más flojos, en que recuerda a (ehem) Cómplices; las acústicas ‘Pompeia’ o ‘Silencio Antiguo’, a pesar de su intento de hacerlas emotivas. Más pizpireta resultaba ‘Te quiero un poco’ y para explosionar del todo (¡palmas! ¡alegría!) encontramos ‘Volcanes dormidos’, con ese final que ya sí que es africanismo desatado, pseudo cantos tribales incluidos.
Sin embargo, el punto fuerte es al final, paradójicamente, el punto débil. La reiteración de la fórmula tropicalismo + subidón + estribillo resulta algo repetitiva y genera cierta confusión, con lo que acabas mezclando las canciones en tu cabeza; particularmente, llevo días canturreando el puente de ‘Te quiero un poco’ con el estribillo de ‘Física moderna’. Pecata minuta. Porque Carlos vive un gran momento. Está contento. Se nota. Y se contagia.
Calificación: 7,3/10
Lo mejor: ‘Amor Papaya’, ‘Física Moderna’, ‘Kandinski’, ‘El relámpago’, ‘Longitud de onda’
Te gustará si te gusta: Love of Lesbian, Lori Meyers, Jack Johnson, Delafé.