Por eso, una lectura tranquila de lo que en principio parecía una delicada canción de amor nos ofrece una perspectiva muy distinta, más coherente con la faceta más comprometida políticamente que el asturiano ya mostró en ‘Resituación’ y su apéndice ‘Canciones populistas’. Porque aunque ese plural y esos ocasionales “mi amor”, sumadas a la dulzura de la interpretación, invitaban a pensar en una relación de pareja que se asienta y se entrelaza, en realidad pueden ser interpretados como parte de algo más grande.
Leído desde un punto de vista social y político, ese enraizar en la tierra, que tiene descendientes que “ululan con el viento” y conforman “un bosque” que es “un ejército implacable”, evoca una vuelta a los orígenes, a la naturaleza, al trabajo concienzudo, a la persistencia de unos ideales. La alusión, acercándose al minuto 2:30, de una mujer que “se ha ganado el cielo” y “tan sólo quiere morir” y “volver a la naturaleza”, parece una alusión a la importancia de la solidaridad y la admiración por la lucha social de los mayores.
Justo cuando termina ese verso, la dinámica reposada del tema hasta ese punto, con una guitarra en arpeggio y la mandolina de Joseba Irazoki tensando, estalla –aunque de forma contenida– con la entrada de un coro muy Cecilia por parte de Maria Rodés, las percusiones de Manu Molina, los teclados de Abraham Boba… Un final coral que, de nuevo, invita a pensar en la fuerza de la unión, de que todos seamos “árbol”.