Por favor. Cuanto antes. En la primera temporada nos quedamos con ganas de más Noemí Argüelles, pero es que en esta segunda, a pesar de pasar a principal, seguimos quedándonos con ganas de más. La maravillosamente surrealista trama de su personaje esta temporada brilla aún más gracias a la excelente vis cómica de Yolanda, que nos mata tanto por lo que dice (el espacio de coworking, “poh muy bien”, la secuencia con cámara oculta) como por lo que da a entender (“luego te cuento de qué nos conocemos”, WTF).
¿Que quién es? Exacto. En la primera temporada teníamos el guiño a Anna Allen, y aquí arrancamos con un guiño a la situación tan injusta que vivió la actriz vasca de ‘El Guardián Invisible’, a quien se le puso la A de Hester Prynne por cometer el terrible pecado de hacer chistes sobre España y los españoles. Dejada de lado incluso por su propio equipo en un intento de salvar la taquilla del boicot, Gaztañaga tiene aquí un reflejo de su historia -¿quizás también influyó la polémica de Amaia, Alfred y Albert Pla?- en Edurne, interpretada por una Verónica Echegui que ojalá se hubiese quedado más de un episodio (que levante la mano quien pensase que Edurne iba a ser la próxima representada de Paquita) .
Aunque esto es también algo malo: el guión sigue teniendo ese ritmo ágil tanto en comedia como en los momentos dramáticos (que aquí son más), pero la pena es que los cinco capítulos saben a muy poco. Igual que las típicas temporadas de 22 episodios suelen ser excesivas, en este caso el defecto es el contrario, ya que más episodios posibilitarían un mejor desarrollo de las tramas y, sobre todo, de los personajes: hemos nombrado a Echegui y Ramos, podríamos querer más de Lidia y de Magüi, pero a quien más perjudica esto es a Belén de Lucas: teniendo en cuenta que lo de “joven promesa” se le queda corto al talento interpretativo de Anna Castillo, guardaba muchísimas esperanzas en su personaje… y, no sabemos si por cuestiones narrativas o de agenda, aparece en situaciones contadas. Lo bueno es que parece que eso va a cambiar para la tercera temporada.
Ya me barruntaba yo lo que aconteció en Otero, pero un número de la Guardia Civil acaba de referírmelo: Humberto y Evaristo han aparecido muertos en la presa esa de marras. No, no hay un bug en nuestra web a lo “me quemaría por dentro”: lo que lees es algo que entenderás tras ver la temporada. El caso es que el incremento de presupuesto de la serie se nota, y no solo a nivel técnico, o por los cameos -atentos a cierta sorpresa-, o por usar canciones de Take That, Olé Olé y Rocío Jurado, sino también con la ambición respecto a las historias que se quieren contar; en cambio, ‘Paquita’ acaba funcionando mejor con historias pequeñas, donde prima la frescura y la autenticidad sobre el glamour. Y el tercer episodio, dedicado casi por completo a Lidia San José, es un ejemplo. De nuevo, se las apaña para, sin perder el humor, ser crítico con ciertos aspectos de la industria, acercándonos a la realidad de las actrices que no están en primera línea, con la dureza de quienes lo cuentan desde dentro (ay, ese photocall). Y esto nos lleva a nuestro último punto.
Sí, ESA secuencia. Nos decían Los Javis cuando los entrevistamos que ellos apostaban por el pop español, dando varios nombres del panorama mainstream nacional que les podrían encajar en distintas escenas, y que solían ser denostados en un contexto más indie -no mencionaron a Rocío Jurado, pero quienes no lo viesen buena opción (una cantante andaluza de coplas y pop no suele ser lo más popular en dicho contexto) han debido enmudecer con el resultado, que pone punto y final al hundimiento económico y emocional de Paquita. Porque, aunque en líneas generales veo más conseguida la primera temporada, esta segunda tiene el mejor episodio (el quinto) y, de paso, la mejor secuencia que han dirigido Los Javis. Un ‘Someone in the Crowd’ más oscuro pero a la vez esperanzador. Un auténtico mensaje de fuerza a tantas y tantas actrices sin un apellido y sin un contacto que fueron a Madrid persiguiendo su sueño, que luchan a diario por conseguir una oportunidad mientras pasan la bayeta en la barra. Que cambian las horas de dormir por aprenderse separatas para castings (eso si tienen la suerte de que son abiertos). Que se gastan lo poco que ganan en cursos y más cursos. Que escriben ilusionadas un microteatro y lo representan en una sala ante tres personas. Que no saben ya si escribir un “asunto” del e-mail en luces de neón para que el representante de turno les responda. Que se obligan a sonreír mientras aguantan los aires de superioridad, no ya de un director, sino de quien les mete prisa para que le den ya su café. Todas ellas son, en cierto modo, el verdadero hilo conductor de la serie. 7,5.