Con esa imagen, en la que encontramos clara relación con su título –“Vestido para el fracaso”–, se podría resumir (desde el punto de vista comercial) lo que fue la carrera musical en solitario de Swift: tenía un talento inconmensurable, un gusto refinado apuntado por referentes de altura (McCartney, Ray Davies o Elvis Costello eran espejos en los que podía mirarse sin rubor), una mano sin igual para sonar a clásico pero sin perder un ápice de vigencia ni audacia, unas canciones magníficas… pero no demasiada gente lo supo. Hoy, tras su muerte por una enfermedad que no fue atajada al no disponer de seguro médico con tan sólo 41 años, lo menos que podemos hacer es divulgar su obra, y nombrarle como uno de los mejores productores del rock norteamericano de su generación, como atestigua su casi inabarcable periplo en esa faceta, con trabajos de gran altura para The Shins, Damien Jurado, Tennis, Ray Lamontagne, Dan Auerbach, Foxygen, Pretenders… ademas de un dotado instrumentista y compositor.
Esta última faceta es una de sus menos reconocidas, probablemente por cierto desapego que Richard había mostrado hacia ella en esta década, dilatando sus lanzamientos que, en apariencia, eran discos con una voluntad más experimental (próxima a los trabajos más rockeros de Eels) que otra cosa. Pero, sobre todo en sus primeros discos (los publicados hasta el algo más huidizo ‘The Atlantic Ocean’ –2009–), Swift demostró ser un compositor con un talento superlativo para las melodías de hechuras clásicas, que podrían estar sacadas de algún disco perdido de algún artista maldito de los 60 o 70, si no fuera porque su osadía y su bagaje daban una pátina de contemporaneidad (con toques que revelan su existencia post-‘OK Computer’ / ‘Kid A’) que mostraban que, en realidad, son discos perdidos de un artista maldito de los 00. A la cabeza de aquellas obras está, sin duda para mí, el citado ‘Dressed Up For The Let Down’.
Su mismo comienzo, con el tema que da nombre al disco, ya muestra el planteamiento sonoro que sobrevuela estas 10 canciones maravillosas: una suerte de clasicismo que evoca a grandes de la canción norteamericana como Bing Crosby, Randy Newman, Levon Helm, James Taylor o Harry Nilsson, pero interpretado con una aspiración más desaliñada, menos solemne, como un músico callejero en la esquina del gran teatro, acompañando su tonada batiendo palmas, chocándolas con sus muslos (como sucede, en realidad, en esta canción). En ese sentido y en las referencias a musicales a Beatles (‘The Songs of National Freedom’ es puro Paul McCartney), Kinks y Beach Boys (cita ‘Ruby Tuesday’ en ‘Buildings In America’ y ‘Heroes and Villains’ en ‘Kisses for The Misses’), Swift se sitúa en este álbum a la altura de Rufus Wainwright (que, tras despegar con los dos volúmenes de ‘Want’, aquel mismo año triunfaba con ‘Release The Stars’), Ron Sexsmith (en 2006 publicaba el que posiblemente sea su disco más completo, ‘Time Being’) o incluso de Elliott Smith. Sólo que, a diferencia de ellos, Richard parecía estar sepultado por cierto aura de malditismo que parecía predestinarle al fracaso, y a que canciones realmente sobresalientes, directas (nunca obvias) y preciosamente arregladas con vientos y cuerdas, como ‘Most of What I Know’, ‘Artist & Repertoire’, ‘Kisses for the Misses’, ‘Ballad of You Know Who’ o ‘The Opening Band’ no gozaran de la popularidad que, a todas luces merecían. Merecen.
De una manera que hoy estremece como no esperábamos al recuperar, incluso se diría que son las mismas canciones, a través de sus letras, las que dictan su propia (mala) suerte, como si Swift las hubiera escrito hace apenas unos días. Entre constantes referencias a la religión cristiana y al mundo de la música, nos encontramos con infinidad de líneas que apuntan a su consciente malditismo comenzando desde su primer verso:
“Vestido para el fracaso / escribo canciones para el público equivocado / y me temo, amigo, que esta podría ser la última canción / Pero estamos listos para irnos porque es la hora del espectáculo / en el que recupero mi alma” (‘Dressed Up For The Let Down’)
Es evidente que el contexto en que las leemos hoy es diametralmente distinto, pero en las letras de Swift (también en las de ‘The Novelist’ y ‘Walking Without Effort’) siempre hubo un halo de oscuridad, de agridulce pesimismo, que parecían atisbar su porvenir, permitiéndose mantener un quicio de esperanza en el amor y el arte:
“Todo el mundo quiere que vea que no puedo creer en la mayoría de lo que sé / pero tu amor mantendrá mi corazón vivo” (‘Most of What I Know’)
“Me abrí camino hasta la luz, sólo para darme cuenta de que no es lo que quiero / De verdad que traté de hacer lo correcto, pero él dijo “vete al infierno” y estoy perdido en la caída” (‘The Songs of National Freedom’)
“No podría importarme menos si no te levantas, y no podría importarme menos si eres número 1 / Voy a apartar mi coche a la cuneta para verte marchar” (‘The Million Dollar Baby’)
“San Juan Bautista fue el telonero por el que nadie pagó salvo tú y yo / Su primo [Ndr: Juan era primo segundo de Jesús de Nazaret, según la Biblia] lloró, era raro pero majo / Intentaron patear su culo y él no se resistió / Todos morimos cuando es nuestro momento” (‘The Opening Band’)
Pero, si hay una canción que define especialmente cuál era su sentir en aquel tiempo, es ‘Artist & Repertoire’, en el que, de manera bastante diáfana, habla consigo mismo en segunda persona desde el punto de vista de lo que gran parte de la industria musical espera de sus artistas. Tan realista y premonitoria que casi da miedo:
“Lo siento, Sr. Swift, pero no hay radio que quiera poner sus canciones de su más bajo dolor / Cántenos un jingle y le lanzaremos algo de pan; sólo le costará su corazón y su cabeza.
Lo siento, Sr. Swift, pero está usted demasiado gordo, y ¿podría persuadirle de llevar sombrero? Espero que perdone y olvide el dolor que le he causado y que no puede sentir aún.
Lo siento, Sr. Swift, sé que son tiempos duros, tenemos mucho y aún no es lo bastante / Sé que no es gracioso, así que intentaré no sonreír. Le hicimos valer que usted valía la pena para nosotros.
Lo siento, todo el mundo, por las cosas que dije, tengo esposa, hijos y una pistola en mi cabeza / Así que intenten recordar, traten de conservar la idea: mi nombré se perderá, pero las canciones estarán aquí / No, no lo lamenten, debo pagar mis deudas / Parece que estoy perdiendo, pero estoy haciendo mis apuestas”
Aunque todos estos fragmentos tengan una lectura aún más triste en este momento, tampoco hay que perder el foco: lo importante es que ‘Dressed Up For The Let Down’ es un disco maravilloso, luminoso y vibrante, que resulta una inmejorable puerta de entrada a un universo, el de Richard Swift, que nos dio mucho más de lo que le devolvimos. Quizá algún día exista algo de justicia póstuma para él.