En el tercer día del Cruïlla se notó el aumento del número de espectadores. Aun así, esto no redundó en agobios, tan solo de manera muy puntual. Fatoumata Diawara, tal como hiciera Camille en la jornada anterior, se reveló como la manera más estupenda de arrancar la tarde. Con una banda bien engrasada, emergió con su guitarra eléctrica y su voz prodigiosa, levemente rasgada. En Fatoumata es un arma poderosa y hace lo que quiere con ella, aunque sus alardes siempre están al servicio de la canción. Y su música resulta en directo mucho más contundente de lo que se muestra en sus discos. No se limita a cantar sino que también es una magnífica guitarrista. El único “pero” que se le puede poner a su actuación es que llevara los coros pregrabados. Además, es comunicativa y combativa y nos explica bien cada canción. Reivindica el retorno a las tradiciones culturales entre su generación, recuerda a Fela Kuti, llama al disfrute del aquí y ahora, a la liberación de las mujeres… mientras va desgranando un repertorio de blues maliense, afrobeat, reggae, tropicalismo, se dedica a realizar jams con sus músicos… incluso acaba en plena aceleración punk, con ella y su guitarrista enajenados por el suelo, mientras Fatoumata agita con brío lo que parece un látigo de crin de caballo y contagia su sana locura al público. Foto: Festival Cruïlla / XAvi Torrent.
Tras Fatoumata, la disyuntiva. ¿Soja? ¿Elefantes? Finalmente nos decidimos por We the Lion, banda peruana deudora del pop-folk épico a lo The Lumineers y Mumford and Sons, con muchas palmas, bombos, “ooohhhs”, cantos comunales, violín y hasta un ukelele. Los músicos ejecutan bien y Alfonso Briceño, su cantante, le imprime emotividad a las canciones. Pero… me recordaron mucho al concierto que, el año anterior, había visto de The Lumineers. De hecho, recuerdan a demasiadas cosas y les falta personalidad. Ellos no reniegan, al contrario. Porque incluso hacen una versión del ‘Little Talks’ de Of Monster and Men y Briceño explica la inmensa influencia que les supuso descubrir a la banda islandesa. Pero se les perdona todo por cierta bisoñez, no en vano Briceño nos informa de que sólo hace 18 meses que empezaron. Y ya están destacando en festivales internacionales. De hecho, hay una cola respetable de público en la entrada de la carpa esperando poder entrar a verles. Dada su calidad instrumental, no dudo que acabarán encontrando su camino.
Están los artistas. Y luego está David Byrne. Su montaje sea quizás el mejor que he visto desde… ¿la gira de ‘The Age of ADZ’ de Sufjan Stevens? Ese concepto de show total, digno de diva pop, pero llevado al terreno más arty. Aunque claro, aquí el maestro siempre ha sido Byrne. Y lo de anoche fue para mí casi como conseguir ver ‘Stop Making Sense’ en vivo. David, con su sempiterno flequillo, ahora completamente blanco su banda (nada menos que once músicos, entre los que destacaban los percusionistas), todos trajeados en gris perla, no dieron ni un respiro. Ejecutaron coreografías, tocaron y cantaron a la vez. Y qué estado de forma tan fenomenal el de David, qué voz prodigiosa, qué expresividad. Que iba a ser un concierto fenomenal ya me llevaban advirtiendo desde el arranque de su gira en Chile y se confirmó con el inicio de ‘Here’, la canción que cierra ‘American Utopia’. David tras una mesa, sosteniendo un cerebro, mientras sus músicos iban emergiendo y elaborando una versión mejorada del tema. Y claro, todos rendidos a la primera. Poco le duró la melancolía, porque enseguida atacaron un ‘Lazy’ (aquel tema que sacara con X-Press 2) nada vago. Pero las más celebradas fueron las de Talking Heads (claro). ‘I Zimbra’ o un ‘Slippery People’ de final pletórico, con todos los percusionistas en primer plano, como aperitivo. Antes de arrancar con ‘Everybody’s Coming to My House’, defendió el derecho al voto, en referencia a la situación en Catalunya “porque hay que votar siempre”. Pero el momento que me hizo morir y resucitar fue cuando enlazó dos de las joyas de la corona de Talking Heads: ‘This Must Be the Place ’y ‘Once in a Lifetime’. Especialmente, esa pausa mientras entonaba “Love me till my heart stops… love me till I’m dead”. Ahí sí que se me paró el corazón. Pero hubo más; mucho más… recuperaciones de sus colaboraciones con Fat Boy Slim, reivindicación de ‘American Utopia’ (que encajaban como guante de seda al concepto del show), más Talking Heads con un ‘Blind’ espectacular, merced a la iluminación, que proyectaba enormes sombras de David y los músicos o un ‘Burning Down the House’ exultante. El cierre por eso se lo dedicó nada más y nada menos que a Janelle Monáe, recuperando el ‘Hell You Talmbout’ que la cantante escribió para la Women’s March, en versión marcial, percusiva y furiosa. Un broche perfecto para un espectáculo soberbio, en idea, ejecución y repertorio. El mejor concierto no sólo del Cruïlla, quizás de lo que llevamos de año.
La melancolía post Byrne, esa necesidad de hablar del concierto y comentar la jugada hizo que, finalmente me perdiera a The Roots, que tocaban inmediatamente después en el escenario Damm. Ya recuperados de la emoción, acabamos en el escenario Time Out para ver a Ben Howard. Estaba anunciado a las 23:45 pero, a las 00:15, aún no había aparecido. ¿Se estará marcando un Massive Attack? Porque el sonido de The Roots nos llegaba fuerte. Al final sí que apareció. Imagino que el retraso se debió a intentar solapar lo menos posible ambos conciertos, porque la contundencia de los hip hoperos seguía llegando diáfana. Y quizás no son horas para su rock confesional e introspectivo, en la línea de The National y Bon Iver. Demasiado íntimo y doliente. Aunque lo peor fue tropezarse después con La M.O.D.A. en nuestro deambular festivalero. Juro que me dediqué a cantar ’20 de abril’ encima de las canciones que iban tocando. Juro que en todas encajaba. No pude acabar mi experimento con todo su repertorio porque aquello era bastante infumable.
A esas horas lo que apetecía era baile. Y para eso estaban Justice, cabezas de cartel, cuyo concepto de show fue mucho mejor que el de Kygo la noche anterior. Gaspard Augé y Xavier de Rosnay, sin ninguna otra compañía (al menos visible), como unos aplicados obreros del dance sobre sus mesas, dejaron su show en manos de la espectacular iluminación, con gran cantidad de leds y haces de luz delirando y creando infinidad de efectos, jugando entre el blanco y dorado, siguiendo el ritmo de las canciones. Y con una cruz luminosa bastante más pequeña de lo que cabía esperar. El escenario Damm estaba a rebosar (en serio, ¿en el Mad Cool pretendieron meterlos en una carpa?), pero ellos no parecían querer ponerlo fácil. Tras empezar con ‘Safe and Sound’, se dedicaron a boicotear un poquito su propio repertorio, sacrificando su vena más fácil y disco en favor de sonoridades un poco más burras, lo que no quitó que, a esas horas, entraran la mar de bien. El único momento en que dúo se erigió de protagonista de su propio show fue cuando se quedaron congelados en el escenario durante más de tres minutos, sin música y, de repente… ¡bum! Cayó ‘We Are Your Friends’, en versión aún más ochentera y breve, como para escamotear un poquito al público las ganas de cantarla. Y, para cerrar, un ‘D.A.N.C.E.’ en versión sucia y dura, mezclada con ‘Safe and Sound’ de nuevo, mientras ellos, aparentemente encantados por la actitud del público, se paseaban por el foso sostenidos por ellos y dando la mano a todos.