¿Ya han pasado ocho años? No me he dado cuenta… Para cualquier fan de Robyn -y me incluyo-, la espera ha sido eterna, pero no puede decirse que la cantante haya estado quieta en todo este tiempo: ha aparecido en al menos 14 temas en los 8 años que separan ‘Body Talk’ de ‘Honey’ (esto es, según Spotify, cerca de 1 hora y media de música), muchos de los cuales pertenecen a dos epés propios, uno junto a Röyksopp publicado en 2014, y otro junto a La Bagatelle Magique (su proyecto con Markus Jägerstedt y el fallecido Christian Falk) publicado en 2015; dos trabajos que no ofrecían migajas precisamente, sino canciones bastante buenas, algunas de ellas espectaculares, como las titulares ‘Do It Again’ y ‘Love is Free.’ Ocupada también haciendo colaboraciones con gente como Todd Rundgren, Kindness o por supuesto Metronomy, Robyn ha seguido activa (nadie lo puede negar) desde los tiempos de ‘Call Your Girlfriend’, pero no ha sido hasta hace poco cuando finalmente ha terminado ‘Honey’, en el que lleva trabajando mano a mano con sus colaboradores desde 2015.
El camino hacia ‘Honey’ ha sido arduo. Robyn entró en una depresión tras la muerte de su amigo y productor Christian Falk, en 2014, y la sueca explica en las entrevistas que tras este periodo de duelo dejó de ser la Robyn que era antes. “Me convertí en otra persona”, ha llegado a declarar. “Cosas que antes creía que eran ciertas, ya no me lo parecen”. Este cambio se refleja en un ‘Honey’ que, como buena parte de ‘Body Talk’, y también de ‘Do It Again’ y ‘Love is Free’, pertenece a la pista de baile, pues Robyn pertenece a ella. Pero esta vez el baile es menos explosivo, menos inmediato, más elegante y sutil, en definitiva, más maduro. Todos estos adjetivos se aplican al single principal de ‘Honey’, ‘Missing U’, dedicado a Christian Falk y que, con su ritmo de synth-pop bailable y sus resplandecientes arpeggios disco a lo Giorgio Moroder, es lo más parecido a un nuevo ‘Dancing On My Own’ en el repertorio de la sueca. Y se siguen aplicando a otros temas bailables de ‘Honey’ como la clásica ‘Because It’s in the Music’, un retrato más comedido que eufórico de la música disco de los 70 (Robyn escuchó maquetas de Michael Jackson como inspiración para el álbum, y a él, más que a Prince, suena esta canción), o la ultra noventera y seductora ‘Between the Lines’, que trasladándonos directamente a un yate en Ibiza, se encuentra sin embargo más cerca de la delicatessen de Róisín Murphy que de los hitazos de Crystal Waters.
En ‘Honey’, queda claro que Robyn ha cambiado y con ella su aproximación a la canción pop. Por manido que suene decirlo, ‘Honey’ es la suma de sus partes, y a esta apreciación contribuye enormemente su cuidada secuencia, que además de seguir el orden en el que las canciones fueron escritas, presenta un claro desarrollo conceptual en el que el duelo (‘Missing U’) da paso a varios estados de euforia y serenidad (‘Honey’) y termina en algo parecido a la esperanza (‘Ever Again’). En algunos casos, esta suma es literal, como en el combo de ‘Baby Forgive Me’ y ‘Send to Robin Immediately’, las dos canciones más intrigantes y misteriosas del disco (ojo al decadente coro robótico que acompaña a Robyn en la primera), que no solo suenan unidas por la producción sino que parecen alimentarse la una a la otra por sonido y sobre todo temática. Del cauteloso y juguetón “perdóname, sé justo, dame otra oportunidad” pasamos a unas exigencias emotivas, exaltadas (“si tienes amor que dar, dalo hoy, no hay tiempo que perder”) que elevan el ánimo (ese “right aWAY!” en “Send to Robin” que impulsa el ritmo) y nos llevan directamente al sensual pulso deep house de ‘Honey’, inspirado, como ha reconocido la propia artista, en el ‘XTC’ de DJ Koze, aunque con un punto mucho más erótico.
Porque sí, es mucha y muy diversa la música que ha inspirado ‘Honey’: Robyn ha elaborado una playlist de Spotify dedicada a ella. De hecho, una de las mayores virtudes del álbum es la cantidad de influencias y sonidos diferentes que amalgama aún partiendo de un estilo muy concreto como es su pop electrónico, ejem, almibarado y meloso (‘Send to Robin Immediately’ directamente samplea un clásico del house). La producción de Joseph Mount, Adam Bainbridge (Kindness) y Klas Åhlund, además de meticulosa y exquisita, es minimalista, lo que no significa que sea pobre. Al contrario, la sueca extrae recursos infinitos de una misma fuente, como sugieren la base juguetona y angular de ‘Human Being’ con Zhala, una canción que, hablándonos de la humanidad desde un mundo dominado por la inteligencia artificial, remite a The Knife, o la boba samba espacial de ‘Beach 2k20’, que comparte elementos en común con aquel hit proto-vaporwave que es ‘Tropical Island’ de Software. Y si esta canción suena a las primeras horas del alba, cuando la fiesta está a punto de acabar, el optimista ritmo new wave de ‘Ever Again’ anuncia la llegada de un nuevo mañana (“no voy a tener el corazón roto nunca más”, declara Robyn), dejando la noche atrás y renovando el aire como lo hacía, en un estilo parecido, ‘The Morning Fog’ de Kate Bush.
Llegados a este punto, queda claro que en ‘Honey’ no hay hits tipo ‘Dancing on My Own’, pero también que el disco no los necesita para nada: ‘Missing U’ viene a suplir la demanda (y con resultados muy satisfactorios), pero lo que nos viene a contar Robyn de todas formas es otra cosa. La cantante se ha hecho famosa por perfeccionar lo que yo suelo llamar inocentemente la hiperbalada (canciones bailables que te hacen llorar, como ‘With Every Heartbeat’, ‘Call Your Girlfriend’ o la propia “Dancing”), pero si Robyn ya no es la persona que cantó esas canciones, no sería justo esperarlas de ella como si el tiempo no hubiera pasado. Nadie es la misma persona hoy que hace ocho largos años. Y en cualquier caso, Robyn siempre ha sido más que un tipo de canción, desde su primer disco al último. Y ‘Honey’ demuestra que puede seguir siendo muchas más cosas.