Michael Jackson fue a los tribunales en dos ocasiones acusado de abusos por dos menores, Jordy Chandler, a principios de los 90, y Gavin Arvizo a principios de los 2000. En el primer caso llegó a un acuerdo económico extrajudicial con la familia; y en el segundo, fue absuelto por falta de pruebas. El director de ‘Leaving Neverland’ no ha conseguido dar con ninguno de los dos, pues el primero se emancipó jurídicamente de sus padres y cambió de identidad, y el segundo ha querido permanecer en el anonimato. Este documental, dividido en 2 capítulos de 120 minutos cada uno, se compone fundamentalmente de entrevistas con Robson y Safechuck, que han cambiado su testimonio, y con sus familiares más allegados, lo que se acompaña de algunas imágenes documentales de Michael Jackson entre la gira de ‘Bad’ y su muerte en 2009.
James Safechuck y Wade Robson, cuya denuncia ante un tribunal fue desestimada por haberse hecho más de 1 año después de la muerte de Michael, realizan un relato muy parecido de su relación con Jackson y de su entorno, un mundo de parque de atracciones y tiendas de campaña que en una ocasión se describe como de «porno y chuches». Michael, «un niño de 9 años» según una de sus asistentes en la época en que rondaba ya los 30, es dibujado como un tipo rodeado de todos los lujos imaginables, pero solitario y excéntrico, sin un solo amigo de su edad con el que relacionarse. Acompañado entonces de niños de diverso origen, incluso durmiendo en la misma cama, parece presentar el perfil tipo de depredador sexual, solo que en su caso con el poder suficiente como para mantener a los padres apaciguados en el dormitorio de al lado. Está siendo muy cuestionada la decisión de Dan Reed de no dar voz en su documental a ningún heredero de Michael Jackson para poder dar otra versión de los hechos (o en su defecto incluir un rótulo indicando que no han querido hablar con él), pues si el documental de ‘Whitney’, que trataba otro tipo de abusos, pudo llegar a Bobby Brown, ¿por qué Reed no? Pero es que más extraña todavía la falta de contextualización de ‘Leaving Neverland’.
Dice Reed que ha querido centrarse en lo que los abusos han podido representar para estas dos víctimas y sus familias, pero se da la circunstancia de que el verdugo elegido no es anónimo, sino una figura pública y alabada por millones de personas. Por eso es tan raro que apenas se mencione un par de veces de pasada que «Michael no tuvo infancia» sin que se ahonde ni se pase por encima de su propia historia, no como atenuante sino como fondo básico para lo que debería ser un «documental». En un mundo en el que la gente se pregunta si quien ha muerto es Prince Royce cuando muere Prince, el contexto presentado por Reed ante la audiencia generalista es tan vago que un visionado de ‘Leaving Neverland’ puede resultar bastante extraño dentro de un par de décadas, cuando cada vez menos personas sepan quién fue Michael Jackson: vemos al artista en pósters y estadios, pero no hay mención alguna a los Jackson 5, o hasta en qué grado su propia infancia le fue arrebatada como estrella infantil explotada, terminando por llevarle a una muerte prematura. Tampoco es relevante para Reed, por ejemplo, aquel polémico documental en que Michael reconocía dormir con niños, aunque de manera inofensiva; o el modo en que tuvo hijos.
‘Leaving Neverland’ recuerda unos hechos sucedidos a finales de los 80 y principios de los 90, con un protagonista que falleció hace 10 años y los pone sobre la mesa en pleno debate #MeToo. En ese sentido, como documental no parece muy bien enfocado. Hay un largo camino por recorrer para concienciar al público sobre la realidad de los abusos infantiles, una realidad que siempre ha estado ahí por mucho que la gente haya querido mirar hacia otro lado. Recientemente se ha sabido que en dos colegios de Madrid los abusos sexuales se prolongaron durante 3 décadas entre los años 60 y los años 90. ¿Cómo puede haberse consentido esto? ¿Cómo es posible que ni instituciones, empresas, amigos, familiares, sospecharan nada en cualquiera de estos dos casos tan lejanos? ‘Leaving Neverland’, ni extendiéndose hasta los 240 minutos de duración, quiere ir de lo concreto a lo general para tratar de ahondar en esta problemática de la sociedad, pero tampoco profundiza en el caso particular de Jackson para tratar de averiguar de verdad qué pasó y por qué dentro de aquellas habitaciones. Ni mucho menos ha planteado cuáles son los intereses empresariales comunes de Robson y Safechuck, si es que estos existen o son un delirio de la familia del artista que también tienen sus intereses económicos a su vez como herederos. En cualquier caso el documental se acerca, al prescindir de una de las dos partes, a otros formatos o géneros periodísticos como la entrevista o el reportaje, siempre limitándose únicamente al caso de estas dos familias.