La canción se trata de la primera en la que cantan al unísono Paco Contreras y Jota, y está fuertemente inspirada en ‘La saeta’, el famoso poema de Antonio Machado que Serrat convirtió en icono popular, adaptado por cantaores como Camarón o EL Lebrijano y, en fin, un símbolo adoptado por las Hermandades (especialmente las sevillanas) como un himno. A partir de ahí, con una interesante conexión con ‘Sign of the Times’ de Prince, Pedro G. Romero plantea en otro extenso y jugoso texto la pertinencia de la celebración de la Semana Santa por parte del pueblo, cualquiera que sea su ideología y creencia. Mención aparte para la portada de Javier Aramburu, que sustituye con bastante guasa el rótulo «INRI» en lo alto de la cruz por «INDIE». Os dejamos con el interesante texto –que concluye citando un grafitti que decía «Cristo murió para salvar el turismo»– y la pieza visual de Andrés Duque con el que presentan la canción.
«Cruce de caminos. El grupo intentaba aparcar en la parte alta de Sanlúcar de Barrameda y mientras encontraba sitio, escuchaba el CD de Prince, Sign of the times, a toda pastilla. Por las ventanillas del coche y sin saber su procedencia -los altos muros de las bodegas hacen de ese barrio histórico un laberinto- llegaban las notas de cornetas y tambores de una banda que estaba ensayando para la Semana Santa. En un momento perfecto se ajustaron las marchas de la caja con The cross, el tema que clamaba en nuestros altavoces. El ajuste era prodigioso. Los tientos de la banda daban la relación de ajuste y desajuste que Prince tanto valoraba en la Saeta de Miles Davis, de Sketches in Spain, que para el músico de Minneapolis había servido de inspiración. Indudablemente Gil Evans está evocando un ensayo y es eso lo que interrumpe la voz-trompeta de Davis. Aparcamos el coche y, ya caminando, buscamos a la banda. Un minuto de silencio precedió al encuentro del parque donde ensayaban y nuestra llegada coincidió con el arranque, ahora en acierto completo, de la popular marcha La saeta basada en la canción de Joan Manuel Serrat sobre el poema de Antonio Machado. Todos, al unísono, acompañamos con el estribillo funky: “…the cross”.
Durante mucho tiempo, los sevillanos, con su ombliguísmo portentoso, pensaban que Serrat había copiado la melodía de la misma marcha sevillana. Pero no, en realidad este himno oficiosos de la Semana Santa sevillana (para los pasos de Virgen ya está Amarguras de Font de Anta) fue una adaptación de distintas bandas que desde finales de los años 70 (Ayamonte, Arahal, Sanlúcar la Mayor) culminó en 1988 con la grabación del mismo tema por la Banda de la Hermandad de Jesús Despojado (actualmente Virgen de los Reyes), quienes ya la habían interpretado a las puertas de la Iglesia de San Román, cuando todavía salía de allí la Hermandad de los Gitanos. Después, el indudable tarareable pop del catalán, la posibilidad de ponerle una letra a la marcha y, como guínda, la versión del tema de Camarón de la Isla hicieron lo demás. La Hermandad de los Gitanos lo convirtió en un himno y por extensión pasó a cualificar el aspecto más populista de las semanas santas andaluzas, así, en general. Los años de la transición política en España fueron un importante renuevo para las músicas y ceremoniales semanasanteros. Si La saeta tiene un origen secular, figúrense Ione que viene de la opereta Los últimos días de Pompeya. El film Por la gracia de Dios de Carlos Teillefer, rodado en Málaga a finales de los años 70, da buena cuenta de esto. Hasta El pueblo unido jamás será vencido es versionado por los “gitanos” malagueños.
En realidad la discusión sobre si se trata de una fiesta secular o sagrada está de más. Otra cosa es repensar lo que significa religioso en ese ritual y si hay alguna correspondencia entre la fiesta que se organiza y las verdades teológicas de la Iglesia Católica que las ampara. Puesto que si por la derecha, el poder de las Hermandades es un verdadero desafío a la jerarquía Católica, por el lado de la izquierda, y no solo desde la Teología de la Liberación, estos rituales representan una toma del espacio público por parte de expresiones populares que reclaman en algarabía su parte de lo sensible. Todavía impresionan esos testimonios de viudas de represaliados rojos durante la guerra civil, que cuentan como sólo en las procesiones de Semana Santa podían hacer público su dolor, llorar abiertamente su desgracia y encarársela así a las fuerzas vivas que entonces ostentaban el poder.
Y desde luego, no puede resultar más paradójico que el poema de Antonio Machado (inspirado en la letrilla que su padre, Demófilo, recopilara como saeta en El Alosno) sea una refutación abierta de ese mismo ritual, de esa Semana Santa populista que muestra imágenes torturadas de toda forma y manera. ¿Un poema contra la Semana Santa convertido en su himno oficioso? Efectivamente, aunque el poema figure en Campos de Castilla, su publicación original en 1914 en un dossier titulado Semana Santa en Sevilla de la revista Mundial Magazine pretendía ser un poco eso, una china en el zapato. La propia música del poema pide todo lo contrario de la marcialidad y patetismo de una marcha procesional y, sin embargo, miren la paradójica maravilla. EL brasileño Raimundo Fagner intento recuperar, dentro del tema del propio Serrat, ese espíritu propio del poema, alejado del canto de plañideras. En Lágrimas de cera, El Lebrijano quiso cambiar también su carácter y darle al texto otra alegría (con arreglos cursis y espantosos lamentablemente), pero no fructificó. Y es que, lo bueno de La saeta de Machado es ponerla a contrapelo, como quería Walter Benjamin, usando los materiales hegemónicos de la historia contra los mismos que los detentan. Eso es lo que consigue el himno procesional, convertir la envarada teología en verdadera acción litúrgica. Porque no se crean, los ultras sevillanos han excomulgado a Machado por ello. El propio Antonio Burgos (sí, el mismo de las camisetas “Odio a Antonio Burgos”) destiló todo su gracejo y chascarrillos contra la memoria del poeta a costa de la confusión –imperdonable para el capillita de pro- entre Nazareno y Crucificado. Y son muchos los sevillanos que cuando se encierra la Soledad de San Lorenzo, todavía el Sábado Santo, dan por terminada la fiesta de forma que no aceptan ese final impostado por la jerarquía católica que es el Resucitado. Otros, sí, aceptan que resucitara, sí, pero solo para poder volver a crucificarlo al año siguiente y justificar así el continuado ritual cíclico. Así que no, no anduvo sobre la mar. Y ellos, en Semana Santa, no se marchan de vacaciones a la playa. Ni a la mar ni a ningún otro sitio. Como rezaba un popular stencil que adornaba muchos muros de Sevilla alrededor de la imagen “grafiteada” de un paso con Cristo Crucificado: MURIÓ PARA SALVAR EL TURISMO».